SILENCIO

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Tengo que decir que hace unos días estoy intentando acostumbrarme al silencio. Lo veo venir, lo miro a los ojos y me está empezando a seducir peligrosamente. Con su encanto, me viene a decir que alrededor de mi vida permitía (me había acostumbrado) a muchos ruidos. En verdad, el silencio está siendo un buen amigo cuaresmal. Me complementa, siempre está, y, como ocurre con los buenos amigos, me conoce, me quiere y no me da siempre la razón.

El silencio me está permitiendo escuchar mensajes que antes no oía porque llegaban a mi envueltos en misivas confusas; me está ayudando a fijarme en algunas palabras, tantas veces leídas, pero ahora me saben a nuevas. Me lleva el silencio a algunas biografías de personas que están muy cerca aunque vivan lejos y a otras que viven cerca, pero abismalmente distantes. Mi amigo el silencio me devuelve siempre a la paradoja de las relaciones humanas y las relaciones con Dios. Ahora, estos días, mi silencio ante Dios, por ejemplo, se transforma en un diálogo con el mismo silencio. Y me oigo respirar, y me dejo estar y ya no hay nada que me importe, ni prisa ni urgencia, porque el silencio me está hablando de Él… Porque es Él. Otro tanto me está ocurriendo con las relaciones humanas. Frecuentemente nuestra vida son círculos que se repiten. Pero es curioso. Acercarte a alguien desde el silencio te abre a una escucha nueva. A descubrimientos insospechados. Me resulta mucho más sencillo de lograr el «ponerte en el lugar del otro». El silencio –mi silencio– no me obliga a contar mi verdad, mi sabiduría o mi búsqueda… solo me pide escuchar, contemplar y mirar con paz. Me doy cuenta que el silencio me construye y construye mi entorno.

Alguien, según va leyendo pensará que estoy en un momento místico extraño. Que no estoy en la vida porque, en esta, pasan muchas cosas como para afrontarlas desde un silencio creativo. Tengo que decirle que no es así. El silencio te permite mirar a los ojos también a «los duendes del mal», tanto que esta absurda y cruel guerra que a todos nos relatan como un videojuego está, por supuesto, en mi silencio; tanto que cuando escucho a alguien hablar mal de otra persona y mi respuesta es el silencio percibo que frena la cascada destructiva de la murmuración; tanto que el silencio es un arma eficaz contra la vanidad, el postureo, la mentira, el consumo y la ficción. El silencio te acerca a una verdad constructiva que te devuelve a la humanidad. Es misterioso, te deja solo, pero para aprender a acercarte. El silencio es la fuente de la solidaridad, del perdón, de la amistad… del amor.

Nosotros que somos privilegiados porque podemos hacer uso de las palabras, podemos llegar a entender que para que estas valgan y ayuden, es imprescindible que adquieran sentido en la fuente del silencio. Se han de moldear y formar para que lleguen como tienen que llegar y ayuden como tienen que ayudar. Uno de los problemas en la comunidad cristiana es que a todo hemos querido ponerle texto. Tenemos infinidad de palabras. Algunas bellísimas. Pero nos falta silencio. Son cataratas de mensajes que reaccionan a una realidad que emerge con virulencia. Les falta –nos falta– silencio que de consistencia a lo que decimos, porque de verdad amamos. El silencio te posibilita contemplar la vida como es; reconocerla como viene y ofrecerle lo que necesita. El gran descubrimiento de esta época –tan gastada– es la esencialidad. Y ese viaje de vuelta necesita el silencio para descubrirnos humanos, hermanos, compañeros de camino invitados a reconstruir un mundo roto.

El silencio, por ejemplo, me ha permitido agradecer cómo en cuestión de instantes las ONG’s, grupos humanitarios, congregaciones religiosas y tantas personas de bien se han organizado para hacer llegar alivio ante la desolación de la guerra. También me ha posibilitado contemplar cómo estamos ante una guerra programada y medida. Tan programada que la comunidad internacional y los países fuertes, donde vivimos cómodamente, guardan silencio. Este no es creativo. Es cobarde, interesado, cruel. Forma parte del videojuego donde desgraciadamente perecen humanos. Definitivamente nos falta el silencio valiente de la verdad. El que denuncia, reconstruye y cura.