UNA TIENDA ENTRE NOSOTROS (Jn 1,1-18) (PROPUESTA DE RETIRO)

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Todo relato genera un lector conforme se va desplegando la narración. Pero la Biblia y sus relatos han desplegado una “comunidad de lectores”, que a través de muchos siglos han guardado –como un tesoro común sus palabras y sus lecciones de vida.

Detrás de cada texto bíblico hay todo un mundo, que hemos de respetar y conocer, también detrás del Prólogo del Evangelio de Juan, a cuya luz queremos pasar este día de retiro, que concluye nuestro año 2020. Para ello intentaremos instalarnos en el texto, leer y releer este Evangelio, dejándonos atrapar por cada uno de sus versos, y descubriendo la voz de Dios que nos habla hoy, de forma que esta voz conquiste nuestras mentes y nuestros corazones.

Antes de iniciar nuestra lectura orante, dos ideas nos pueden situar en el contexto: el Prólogo de este Evangelio es parte de la Biblia, y además es un himno de la primera comunidad cristiana, por tanto hecho para ser cantado.

Biblia y canto

San Juan no se desliga de la Biblia para contar a la comunidad quién es Jesús de Nazaret. Hay un hilo conductor desde el inicio de la Biblia, hasta el Evangelio de san Juan, y este hilo es la voz de Dios.

Ella abre la Biblia, rompiendo el silencio de la nada, tal como dice el Génesis: “En el principio… dijo Dios: ¡Exista la luz! Y la luz existió” (cf. Gn 1,1. 3) Y esta voz continuó resonando a lo largo del tiempo. Así, desde la cumbre del Sinaí bajaron diez palabras de Dios; y más adelante, el orante celebró la belleza y la fuerza de la Palabra de Dios, en un inmenso cántico, que llamamos Salmo 119 (118).

El eco de esta voz siguió resonando en el Evangelio de San Juan, que inició su Prólogo con la misma expresión con la que el Génesis abre la Creación: “En el principio existía el Verbo” (cf. Jn 1,1). Y hoy, esta voz de Dios, resuena para nosotros, buscando una respuesta de nuestra parte, deshaciendo el hielo del pesimismo, y todo desconcierto, introduciéndonos en la armonía de la creación, que contiene una música silenciosa, que susurra el amor de Dios para el que incline su oído y escuche.

¡Ojalá en este día de sosiego, oigamos la voz de Dios que nos habla, y –unidos a la primera comunidad cristiana– cantemos la belleza del Verbo de Dios y su encarnación!

Sí, este Prólogo del Evangelio de san Juan es un himno al amor de Cristo. Todos los cantos de la Biblia nos remiten a la actuación de Dios en la historia. Y este himno nos anuncia la irrupción del Verbo de Dios en el mundo, y en la historia humana, como una luz que brilla en la tiniebla, y que nos invita a cantar su belleza luminosa.

Toda existencia es un tapiz multicolor de maravillas que proceden del Logos, pero quizás nuestros ojos se han quedado fijos en las adversidades y reveses de la vida. Este himno tiene el poder de volver a sanar nuestras vidas, y de dar sabor a nuestros días. Oremos con él. Quien gusta el sabor del Verbo, y admira la belleza y la luz de esta Palabra, explota en una profesión de amor, como le ocurrió a la comunidad cristiana primitiva. Hagamos silencio, y dejémonos envolver por la melodía de este canto, atento a lo que Dios quiera comunicarnos1.

[Lectura orante Jn 1,1-18]

Con este comienzo, san Juan nos coge de la mano, y nos saca del aislamiento individualista, para situarnos en un camino común, que abarca todos los tiempos, y que consiste en pisar las huellas del Logos de Dios y seguirle. Y así coloca nuestra vida dentro de una liturgia, que comenzó con la Creación, que tuvo su culmen en la Pascua de Cristo y que continúa en cada una de nuestras vidas.

A veces se pierde el ritmo, y hay que volver a rastrear la sinfonía de Dios en nosotros, y en todos los rincones de nuestra historia. Pero, a la luz del Evangelio, toda nuestra existencia es transportada a la clave del Logos, y todo se llena de contenido, todo nos habla de la presencia de Dios en ella, nada se pierde de cada acontecimiento, como en aquel día, que en manos de Jesús se multiplicaron los panes, y se recogieron muchos canastos con las sobras. Nada se perdió. Nada, absolutamente nada, es desperdicio en nuestra vida si la depositamos en manos del Verbo. Esta es nuestra alegría que tanto necesita nuestro mundo hoy.

Palabra de Dios y alegría

La alegría de Dios es ese “estar junto al Verbo”2 del principio. Dios quiso que el mundo participara de ella, por eso, la Palabra vino al mundo, y toda la vida –desde entonces– fue puesta bajo el signo de “la Palabra vuelta a Dios”. El tiempo se ha convertido en una “escucha” continua de esta Palabra Encarnada, de la que brota la alegría, tal como experimentan en Belén los pastores.

Preguntémonos en este retiro: ¿De verdad esta es mi alegría? ¿Qué me alegra, qué me entristece, qué temo, qué amo?

Dios se hace proximidad amorosa en el seno de la humanidad gracias a María. Desde entonces, cada una de nuestras jornadas está marcadas por un encuentro renovado con el Verbo hecho carne, de modo que todo vuelva a estar cara a Dios3. Ahora nos toca hacer espacio a este Verbo entre nosotros. Para ello es importante hacer silencio, pero también tomar opciones en las que el fundamento de todo sea la Palabra, aunque sean opciones pequeñas e insignificantes: que la razón última de todas nuestras elecciones sea Dios, que realmente vivamos la existencia en total dependencia de Dios, que la sabiduría de la Palabra sea la ordenadora de mis días, que en el fondo de toda tiniebla busquemos la luz de Dios, que siempre permanece, y no nos perdamos en lamentos… Con estos pequeños pasos, la comunidad de Juan, cuya fe estaba debilitada y vacilante, comenzó a fortalecerse4.

La venida del Verbo al mundo trajo la dirección hacia donde caminar, a una humanidad que vagabundeaba errante. Nuestros pasos han de dirigirse hacia la luz de Dios, que se llama Jesús. Esta es la aurora de una vida nueva y este es el camino5.

Existen las tinieblas, hay una batalla entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre Cristo y el mundo, entre mis planes y los planes de Dios. Es necesario entrar en esta lucha confiados en la victoria final de la luz. Solo así podremos avanzar tras de Jesús.

Dejémonos interrogar en este retiro: ¿Confío plenamente en el poder de la luz de Dios que ha venido a mi mundo hoy? ¿Estoy vuelto a Dios completamente? ¿Creo que la Palabra de Dios hace todo en mi vida? ¿Me gozo de llevar la marca del Verbo en mí, como toda la creación tiene el sello de Dios?

La venida y la acogida del Verbo

El Evangelio es un mundo poco explorado, de nuevo hagamos renacer el sabor de sus relatos, y hagamos resonar en nosotros: “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (cf. Jn 1,11s). Nuestro futuro depende de esta acogida en nuestro hoy.

María lo recibió en lo familiar de sus planes, no improvisó, había hecho de la Palabra de Dios su propia casa, entraba y salía de ella con naturalidad, habla y piensa con esta Palabra, de hecho el Magníficat, con el que responde al gozo de Dios por su “sí”, es un cántico tejido con los hilos de la Sagrada Escritura. Este cántico es un verdadero retrato de su alma. Su querer es un querer con Dios.

¡Aprendamos de María! Tengamos una existencia totalmente modelada por la Palabra. Sin docilidad al “decir” de Dios es imposibles vivir cara a Él, aunque muchas veces preferimos la mortecina rutina de siempre, tan conocida y domesticada, que solo conduce al desaliento y al reiterado lamento. En todo el mundo, también en la Iglesia, hay un desaliento reinante y contagioso. Pero hay en la Biblia un verso especialmente poderoso sobre todo desaliento, que hoy vamos a contemplar: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (cf. Jn 1,14).

Una tienda entre nosotros

Este “hacerse carne” (egéneto sarx) equivale a ser humano en su sentido de caducidad y fragilidad6. No hay una declaración de amor más grande que ésta, y si nos encontramos con este amor cara a cara, todo es transformado.

Dios, para mostrarnos su amor, no le ha importado dejar su morada y su vida de Creador, para llevar una vida de hombre. Algo parecido –salvando las distancias– a que nosotros dejáramos de ser personas, y lleváramos una vida de perro, ladrando, caminando a cuatro patas, comiendo huesos, …para mostrar el amor que le tenemos a todos los perros de la tierra.

Es solo un símil para ayudarnos a ver mejor lo que Dios ha hecho por nosotros y por toda la humanidad. La Palabra eterna se ha hecho tan pequeña, que está en un pesebre llorando y en manos de una mujer nazarena7. Tiene un rostro humano: Jesús de Nazaret, Aquel que lo creó todo. Y nos fue comunicando todo lo que había escuchado a su Padre (cf. Jn 17,8).

Pero este Verbo de Dios, en el momento de la Cruz, enmudece, se hace silencio mortal, ha dicho todo y se ha quedado sin palabras8. Desde Belén al Calvario, el amor más grande se ha revelado a los hombres, mirémoslo despacio. En ambos –Belén y el Calvario– se manifiesta la libertad de Dios y la del hombre, para entregarse, y acoger o rechazar. Ambas se encuentran definitivamente en su carne crucificada, y en la Resurrección, Dios revela la potencia de su amor, que aniquila el mal y la muerte, entrando en ella9.

Es inmenso este misterio, en la Encarnación, Dios ha tomado un cuerpo. Desde entonces, Dios sabe qué se siente con el cansancio, el hambre, el dolor, ha recorrido caminos polvorientos, se ha quedado despierto orando mientras los demás dormían, ha sentido sed, se moría de tristeza… Dios nos ha conocido pasando por lo que el hombre pasa. Ha conocido desde la oscuridad del seno materno, hasta las tinieblas de la tumba, desde el nacer hasta la agonía más extrema.

Desde su Encarnación, en el fondo de todo sufrimiento está Dios compartiéndolo con nosotros. Esta es la gran alegría que celebraremos en la Navidad. En el fondo de la gran soledad de los enfermos de esta pandemia que la humanidad ha sufrido y sufre, a donde la ciencia no llega, llega Dios consolando desde dentro, sosteniendo en la paciencia, compartiendo el mismo dolor. En el fondo del dolor hay un diálogo con Dios abierto para el hombre. Por eso todo lo humano habla de Dios. Esto es lo que celebramos, este es el milagro de la Venida del Verbo en la carne.

La Palabra de Dios dialoga con los problemas que el hombre ha de afrontar en la vida cotidiana, porque se ha metido en ella: la enfermedad, la inseguridad, los cansancios, las incomprensiones, las dificultades… son lugares de collatio con Dios.

En la tiniebla una luz nos ha brillado, este es nuestro gozo, que nadie nos puede quitar. Es una experiencia única, palpar que Dios no es extraño a nuestra vida realmente, a todas nuestras cosas. Es un don inmenso, pero nosotros hemos de disponer nuestros corazones para acogerlo. El hombre en su libertad puede sustraerse a este diálogo y entrar en otros diálogos. María vivió fielmente este diálogo con Dios. Desde la Encarnación a Pentecostés ella es la persona disponible a obedecer al diálogo con su Señor. En ella se hace carne la Palabra, pero no solo en su fiat primero, sino a lo largo de toda su vida, como una prolongación de aquel primer: “Hágase en mí” (cf. Lc 1,38), que dio paso a que: “El Verbo se hizo carne” (cf. Jn 1,14).

Y esta escucha profunda la propició la vivencia de la liturgia doméstica en que crecía toda joven judía. Es importante el valor del silencio, todos los misterios de Cristo están unidos al silencio. Necesitamos redescubrir el sentido del recogimiento y el sosiego interior, se trata de estar dentro de la Palabra de Dios, y dejarnos restaurar y alimentar por ella10. Quizás la pandemia y sus consecuencias, la inseguridad del futuro… está ayudando a salir de la aceleración en que girábamos, y que solo nos conducía al lamento y el miedo.

Palabra y silencio ante el sufrimiento

En el momento del dolor es cuando surgen, de manera más aguda, las preguntas últimas sobre el sentido de nuestras vidas. Mientras nuestras palabras parecen enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, y nuestra sociedad parece valorar la existencia solo cuando ésta tiene cierto grado de eficacia y bienestar, la Palabra de Dios encarnada nos revela que también las circunstancias adversas son misteriosamente “abrazadas” por la ternura de Dios.

Dios no ha abandonado al hombre en sus dolores y límites. No ha dejado de inclinarse amorosamente sobre la humanidad afligida. Y el culmen de esta cercanía de Dios al sufrimiento humano lo contemplamos en Jesús, Verbo encarnado. Jesús se acercó a los que sufrían, y no ha interrumpido este ejercicio de proximidad a través de su Iglesia, enviando discípulos que sostuvieran y consolaran11.

Esta es la alegre noticia de la Navidad, que hemos de comunicar y contagiar a todos, pero que primero hemos de actualizar en nuestras vidas. Para ello vivamos este día de retiro en profundo silencio y asombro ante Dios que se acerca y nos habla.

 

1 J. Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia. Una introducción, Editorial Cristiandad, Madrid 20022, 171s.

2  Pros ton theon= Junto a Dios, hacia Dios. PROSS es una preposición que indica movimiento hacia la persona o la cosa a la que precede en el texto. Cf. F. Moloney, El Evangelio de Juan, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 2005, 58-59.

3  Cf. D. Marguerat (Eds.), Introducción al Nuevo Testamento. Su historia, su escritura, su teología, Desclée de Brouwer, Bilbao 2008, 350-358.

4  Cf. C. M. Martini, Los Ejercicios Espirituales a la luz del Evangelio de Juan, colección “El Pozo de Siquem” 327, Editorial Sal Terrae, Cantabria 2014, 32.

5  Cf. G. Ravasi, Piedras de tropiezo en los Evangelios. Las palabras escandalosas de Jesús, Editorial Sal Terrae, Cantabria 2016, 200-206.

6  Cf. G. Ravasi, o.c., 207.

7  Cf. Benedicto xvi, Homilia misa de Nochebuena (24 de diciembre de 2006): AAS 99 (2017) 12; cf. Verbum Domini 12.

8 Cf. Máximo, El Confesor, Vida de María 89: CSCO 479, 77.

9  Cf. Benedicto XVI, Audiencia General (15 de abril 2009).

10  Cf. Verbum Domini 79.

11  Cf. E. Bianchi, Biblia y Cultura en: S. Guijarro Oporto (coord.), La interpretación de la biblia, XLVII Jornadas de la Facultad de Teología de la UPSA, PPC, Madrid.