El 11 de marzo de 1925, el papa Pío XI instituía solemnemente la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, que se celebraría a partir de entonces el último domingo del Año Litúrgico. La proclamación de Jesucristo como Rey venía a responder a un momento socio-político complicado, una vez concluida la devastadora Primera Guerra Mundial, en el escenario de un creciente nacionalismo laicista en toda Europa mientras millones de personas sufrían las consecuencias de la sangrienta Primera Guerra del siglo XX. Con el paso de los años, y por distintas razones, esta “solemnidad” se ha ido politizando ideológicamente, hasta convertirse, en algunos países, en una especie de grito o eslogan en defensa del Catolicismo más conservador y tradicionalista, de una Cristiandad herida de muerte ya en épocas del Pío XI, y como estandarte contra cualesquiera otras manifestaciones confesionales, u otras políticas de signo más modernizador o secular. La Iglesia tiene facultades para reformar el Calendario Litúrgico y adaptarlo a las condiciones y circunstancias propias de los cambios inevitables de los tiempos, de las culturas, de los “universos simbólicos” de la humanidad, de los diversos “paradigmas” socioculturales que van surgiendo; en realidad, lo ha hecho en muchos momentos históricos. (Precisamente por esas razones “pastorales” se instituyó esta festividad).
Sinceramente, y con modestia, estimo que esta “solemnidad” no responde ya a las urgencias sociales y culturales de la Europa de post-guerra, ni mucho menos a los grandes y complejos problemas y desafíos del mundo de hoy. Un teólogo llega a decir que “este título es un solemne disparate”. ¿Por qué no acabar el Año Litúrgico con un título cristológico que sea más evangélico, más acorde a la realidad de hoy y más fiel a quién fue, históricamente, Jesús de Nazaret? ¿Por qué no llamarle mejor, por ejemplo, “Jesucristo, Hermano Universal”, o “Jesucristo, Amigo de los Pobres”, o “Jesucristo, luz de toda la Humanidad”… Podríamos extendernos ante posibles “títulos” más en consonancia con el Evangelio y a la persona de quién fue, cómo vivió, y cómo murió Jesu-Cristo, “verdadero Dios y verdadero Hombre”. Y a la vez, un “título” “que diga algo” a la gente de hoy, cristianos y no creyentes, tan necesitados de un horizonte más legítimo y satisfactorio.
Todos conocemos las consonancias políticas que en la actualidad ostentan los conceptos ”rey” y “monarquía”, la historia no siempre justa ni humanizadora de muchos reyes, emperadores, líderes políticos, que han oprimido y oprimen a sus pueblos…, la corrupción, violencia, el robo “legitimado”, el lujo estrafalario, los “sueldos y salarios” exorbitantes, los “paraísos fiscales”…. en definitiva, el abuso de poder de reyes y mandatarios actuales en algunos países del mundo. Intentar “explicar” que el “Reinado” de Cristo no es igual a los privilegiados por razones hereditarias de las monarquías o dictaduras del mundo (algunas también «hereditarias») es una tarea ardua que no siempre consigue sus propósitos. Cristo, simplemente, nunca fue rey de nada ni de nadie, más bien reprobó seriamente a quienes hacen mal uso de la autoridad y abusan de ella en detrimento del pueblo sencillo…. sean reyes, dictadores, o gerifaltes religiosos… “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños, y los que tienen algún puesto hacen sentir su poder. No será así entre vosotros” (Mc.11,42).
Jesucristo sólo fue “rey” en la Cruz…. ése fue su trono: el patíbulo.