Dejo abierta la puerta de la lectio divina que nunca jamás está cerrada, para invitarte a entrar en esta casa, donde está la mesa preparada para el banquete a que se nos invita desde que el ser humano se alejó de Dios. A la puerta de la Biblia, cada día espera el Padre la llegada de los hijos. La puerta está abierta. Depende de nosotros entrar o quedarnos fuera. Con tu lectio divina vas completando esta historia bellísima del encuentro de Dios con sus hijos en la Biblia. Sí, en cada generación hay un camino de escucha que recorrer, un itinerario personal y comunitario, que nadie puede hacer por nosotros. Cada día, cuando nos ponemos delante de la Biblia para orar, y hacer nuestra cotidiana lectio divina, tenemos ante nosotros nuestra tierra prometida que mana leche y miel. Lo primero es explorar la tierra, -antes de entrar a poseerla- y después hay que atarse a ella para gustar de sus frutos. No pongamos excusas ni tropiezos a nuestra lectura orante. El que lee los libros santos de la Biblia, y escucha la Palabra, ve y oye los sonidos de Dios, aunque no lo entienda todo. Pero nada se pierde, todo va penetrando -poco a poco- en aquel que se acerca a la Biblia como un niño pequeño. Todas las palabras le ayudan a formar en su interior un corazón atento, capaz de escuchar a Dios. En su lectura orante, el lector nace continuamente a una vida de relaciones y de descubrimientos en el texto, constante mente renovados. Se trata de entablar asiduamente un diálogo con el pueblo de Dios, que emerge de las páginas sacras, e ir integrando los dichos y acontecimientos que leemos en nuestra propia vida. ¿Qué dicen a mi vida hoy estas vicisitudes del pueblo de Jesús que aparece en el texto? Es una bellísima y apasionante tarea para la que se requiere mucha paciencia.
En nuestro diálogo con los textos bíblicos, hemos descubierto que, gracias al destierro, Israel redescubrió el valor de la Toráh, y su identidad de “pueblo de la escucha”, que había olvidado entre tantos sacrificios y rituales. A la vuelta del destierro, Israel es un pueblo con el “oído abierto”, donde Dios ha cavado un pozo, un manantial de aguas vivas. De igual manera, a través de las dificultades y tribulaciones de nuestro presente, Dios va cavando el oído de nuestro corazón con el simple ejercicio de la lectio divina, si la hacemos con asiduidad. Junto a la Palabra, en el exilio de Babilonia se recobró la importancia del “Shabbat”, día de reposo donde el pueblo de Israel se dedicaba a la escucha de la Toráh, por la que recibían un aliento de vida restaurador, al que llamaron “alma suplementaria”. Gracias a la escucha de la Toráh, recibían una mayor capacidad para abrirse a la vida del Señor. ¿Vivimos nosotros el día del Señor como día privilegiado de escucha de Dios, para poder abrirnos a la vida que viene de Dios? Así lo vivió Israel, y también Jesús y las primeras comunidades cristianas.