UNA BUENA NOTICIA PARA LOS POBRES

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1964

Dijo Jesús: “Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”. Me pregunto qué sentido pueden tener esas palabras para quienes las escuchan en la noche, en la soledad, en la angustia de una mesa sin pan. Qué sentido puede tener este evangelio para los atrapados en redes de esclavitud, para los condenados a morir en las fronteras de un sueño, para la mujer comprada, para la dignidad vendida.
“Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”. Las palabras acercan al misterio. Cuando Jesús dice: “Yo soy”, y completa su decir con la sencillez de un predicado, no exhibe lo que él es frente a nosotros, sólo revela lo que ha querido ser para nosotros. “Yo soy la fuente de agua viva”; “yo soy el pan de vida”; “yo soy el camino, la verdad y la vida”; “yo soy el buen pastor”; “yo soy la puerta de las ovejas”; “yo soy la luz”; “yo soy la resurrección y la vida”.
Jesús es manantial de agua viva para samaritanas de alma sedienta bajo el sol del mediodía. Jesús es pan para hambrientos, luz para ciegos, camino para peregrinos, vida para los muertos, un Dios herido para curar nuestras heridas.
No sé a qué nombre del misterio se acogerá mi hermana humillada, mi hermano solo, para abrazarse a la esperanza y abrirse al futuro. En sus labios las palabras tendrán un sentido que ningún otro corazón les podrá dar: “Mi Señor”, “mi Pastor”, “mi Vida”. Yo sólo diré, “Jesús”, palabra que encierra en su brevedad la esperanza del mundo.
Y ahora he de volver a lo que Jesús dijo de sí mismo en el evangelio de este domingo: “Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”.
Si la fuente y el pan, el pastor y la luz, eran símbolo de cuanto el creyente recibe por la fe en Jesús, la vid y los sarmientos simbolizan la unión inefable y misteriosa de los creyentes con Jesús. Él en nosotros, y nosotros en él. Por el misterio de la encarnación, la Palabra plantó su tienda entre nosotros, la vid echó raíces en nuestra tierra, el Hijo se anonadó hasta nuestra condición de esclavos, para ser uno con nosotros. Y a nosotros nos dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
Cuando hoy comulgues el Cuerpo del Señor, el evangelio te desvelará también la verdad del sacramento: él Señor en ti, y tú en el Señor, los dos recorriendo los mismos caminos, los dos escuchando en la misma noche, sufriendo en la misma frontera, muriendo en la misma soledad.
Las palabras del evangelio sólo tienen sentido para los pobres.