Hoy la Iglesia fija en María, Madre de Jesús, la mirada contemplativa, aunque el motivo de esa mirada sea siempre el Jesús de María, del que todavía celebramos el misterio de su nacimiento.
Te fijas en la Madre: “¡Salve, Madre santa!, Virgen, Madre del Rey”, y te asombras de la grandeza del Hijo: “el Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos”.
Te fijas en el Hijo que nos ha nacido: “Es su nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”, y te asombras de la maternidad virginal, de la humildad agraciada, de la mujer creyente y bendecida por la que nos han llegado los bienes de la salvación.
En tu mente, en tu corazón, en tu fe, a ese Hijo que se nos ha dado, ya nunca lo separarás de la Madre por quien lo hemos recibido; y a esa Madre, a María de Nazaret, ya nunca la verás sin el Hijo que, de ella, para nosotros ha nacido.
Si dices María, dices Madre de la bendición con que Dios nos ha bendecido, Madre del consuelo con que Dios nos ha regalado, Madre de la luz con que Dios nos ha iluminado, Madre del favor con que Dios nos ha agraciado, Madre de la ternura con que Dios nos ha mirado, Madre de la Paz con que tu Dios te ha enriquecido.
Tú dijiste: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”; y la piedad del Señor te concedió Madre y bendición, Madre y redención, María y Jesús.
Tú dijiste: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”; y “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
Tu mundo, el de tu fe, es un mundo de hijos de Dios.
Y eso lo confiesas todos los días de tu vida, pues todos los días vas diciendo: “Padre nuestro”. Y si a tus labios no suben las palabras de esa oración, en tu corazón el Espíritu de Jesús clama siempre: “¡Abba! ¡Padre!”.
Tu mundo, el de tu fe, es un mundo de hermanos.
Recuerda el misterio revelado a los pastores en la noche de la Navidad, la buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: “Os ha nacido un salvador, el mesías, el Señor”.
Con María, conserva todas esas cosas meditándolas en tu corazón.
Y la gracia te llevará de la mano al mundo nuevo que está naciendo: es el mundo del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; es su proyecto eterno de amor; es el mundo de los salvados, de los redimidos, de los agraciados por Jesús, el hijo de María; es el mundo de los ungidos por el Espíritu de Jesús; es un mundo de hijos de Dios; es un mundo de hermanos en Cristo Jesús.
Por ser gracia de Dios para nosotros, por ser el paraíso que Dios soñó para sus hijos, ese mundo es nuestra misión, nuestra tarea, nuestra responsabilidad.
Dios ha puesto el paraíso en nuestras manos. Trabajarlo es aprender a ser hermanos.
Feliz trabajo.