En este año 2024 la Iglesia está celebrando el Año de la Oración, convocado por Francisco el pasado enero para preparar el próximo año jubilar. La celebración de este año nos regala a la vida religiosa la oportunidad de profundizar en uno de los aspectos clave de nuestra consagración.
Juan de Dios Carretero, SS.CC
Nos encontramos a las puertas de un año especial para la Iglesia. Cada 25 años los cristianos celebramos un año jubilar, un tiempo especial dedicado a profundizar en la misericordia de Dios, y a restablecer la relación con Dios, con nuestros hermanos y con el conjunto de la creación. El próximo Año Santo tendrá lugar en 2025. Para prepararnos adecuadamente, Francisco ha establecido este 2024 como Año de la Oración. En palabras del propio Pontífice: “Os pido intensificar la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. […] Un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y del mundo” (Ángelus, 21 de enero de 2024).
Ya hace unos meses que fue convocado y parece que el Año de la Oración está pasando bastante desapercibido, no parece ocupar mucho espacio en los medios y, al menos en el entorno en el que me encuentro, no se están llevando a cabo iniciativas para poner en práctica aquello a lo que el Papa nos invita. Sin embargo, la celebración de este año resulta una oportunidad importante para la vida consagrada, porque en nuestra oración reside buena parte de nuestra misión. Estamos, por tanto, ante la invitación a dedicar este tiempo a redescubrir el encuentro con Dios que se nos brinda en la oración, y a acompañar a otros a descubrir esta fuente
inagotable.
«Señor, dame de esa agua»
Lo primero que pone de manifiesto el hecho de que el Papa haya decidido dedicar un año completo a la oración es evidente: existe un profundo deseo de encuentro con Cristo. En el mundo hay una gran sed de Dios. En unas ocasiones esa sed es consciente, como en tantos creyentes que se acercan a los templos para orar, o que nos piden ayuda y formación porque desearían una oración más auténtica, profunda y enriquecedora que no son capaces de alcanzar. Otras veces, en cambio, esta sed es inconsciente, y nos encontramos con personas que buscan desesperadamente algo que les otorgue la plenitud que anhelan, probando todo tipo de actividades, en muchas ocasiones de carácter espiritual (pensemos en todo tipo de propuestas espirituales desligadas de la referencia a una divinidad o a una religión institucional).
Los cristianos creemos que solo Cristo es el agua que sacia nuestra sed. Y una fuente abundante la encontramos en la oración, donde se produce ese encuentro cara a cara con el Dios que nos ama. Sin embargo, las condiciones generales de nuestra sociedad no parecen ser las más adecuadas para fomentar la práctica habitual de la oración (prisa, ruido, superficialidad…). Esto también afecta a la vida religiosa, que se reconoce cada vez más necesitada de cuidar el encuentro personal con Cristo. Todos tenemos sed de Dios.
«Enséñanos a orar»
Para orientar la celebración del Año de la Oración, el Dicasterio para la Evangelización ha elaborado un subsidio titulado Enséñanos a orar, haciendo referencia a la petición de los discípulos de Jesús en Lc 11,1. El documento compila multitud de propuestas que pueden ser llevadas a cabo para formarnos y profundizar en el sentido y modo de nuestra oración. La riqueza principal del texto no reside en su originalidad, sino en su pluralidad, pues presenta distintos modos de oración y propuestas concretas explicadas con gran sencillez. Por ejemplo, se insiste en la invitación a la adoración, sobre todo a la adoración eucarística, como reconocimiento de nuestra total dependencia de Dios, quien nos regala la vida especialmente a través del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía. Se trata de un modo de oración particularmente atractivo para los creyentes de hoy, quizás precisamente porque nos hace reconocer nuestra sed, esa que tantas veces rehuimos, y nos sitúa por fin ante la verdadera Fuente. Además, es un modo de oración más centrado en la escucha de Dios y de su voluntad. Ese elemento de la escucha es fundamental si queremos vivir y acompañar a otros a experimentar el auténtico encuentro que se produce en la oración.
Un aspecto sobre el que el documento no se pronuncia es la importancia de la corporalidad en la oración, que se puede percibir en tantas culturas, y especialmente en los jóvenes de hoy, para quienes la dimensión corporal va tomando una mayor importancia, y que también puede ser espacio de encuentro con Cristo.
Rezar junto a otros
La celebración del Año de la Oración nos sitúa ante el desafío de que la oración en la vida consagrada sea cada vez más incluyente. La Iglesia invita insistentemente en este año a cuidar la oración de la comunidad, especialmente se refiere a comunidades parroquiales, donde las comunidades religiosas pueden jugar un papel de promoción importante. Somos invitados a rezar junto a otros y por otros. Así podremos ser testimonio de un mensaje que necesita ser escuchado hoy: que la oración es una misión para todos, que todo cristiano está llamado a cuidar el encuentro personal con Cristo, que Dios está al alcance de la mano. La oración es el “respiro de la vida”, dice Francisco (Audiencia general, 9 de junio de 2021), no solo de la vida personal, sino también de la vida de la comunidad.
Más allá del sagrario
“No sirve multiplicar palabras vanas”, enseñaba Francisco refiriéndose al Padrenuestro (Audiencia general, 27 de febrero de 2019). Es cierto que la oración tiene algo de contracultural y revolucionario para el mundo de hoy, pero la celebración de este año nos desafía a algo más que cuidar nuestros espacios de oración, nos lanza a vivir toda nuestra vida en actitud de oración, a ser capaces de relacionarnos con Dios fuera de la puerta de la capilla, a que sea cada momento de nuestra vida, y no solo nuestras palabras en la oración, lo que comunique la Buena Noticia de Dios para nuestro mundo.