Tu Rey, tu luz, tu justicia:

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Así empieza la liturgia eucarística de esta solemnidad: “Mirad que llega el Señor del señorío; en su mano está el reino y la potestad y el imperio”.

No llegan los Reyes Magos: llega El Rey.

La palabra proclamada nos dice a quién buscaban los Magos y para qué lo buscaban: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.

Éste es el misterio que celebramos, ésta es tu fiesta, Iglesia de Cristo Jesús, pues, guiada por la estrella de la divina palabra, también tú has llegado a donde estaba el niño, has entrado en la casa, has visto al niño con María, su madre, lo has reconocido, lo has adorado, y, abierto el cofre de cada uno de tus hijos, le ofreces tus regalos: el oro de tu amor, el incienso de tu oración, la mirra de tu sufrimiento.

Entra en el misterio de este día, entra, Iglesia pobre y peregrina, entra y goza de lo que contemplas. Verás que tu Rey es tu luz: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” Sobre ti, Jerusalén, amanece el Señor, su gloria aparece sobre ti, y los pueblos caminarán a tu luz.

Tu Rey es tu luz porque él es tu justicia: “Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres”.

Hoy, en la celebración de los santos misterios, buscas con los Magos al Rey que ha nacido. Hoy, con la multitud de los pueblos, buscas al que es tu Luz. Hoy has visto amanecer sobre ti la justicia que nace de lo alto: te arrodillas para adorar, escuchas para ser iluminada, comulgas para guardar en ti a tu Dios.

En este día de gracia, en que recuerdas también el bautismo de tu Señor, quiero recordar contigo la unción bautismal de tus hijos: “Dios todopoderoso te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey”.

No olvides, cristiano, tu dignidad, pues eres para siempre miembro de Cristo. No olvides la unción que has recibido, pues al hacerte por ella otro Cristo, te hicieron sacerdote, profeta y rey. No olvides que con Cristo eres rey para siempre, y lo eres para librar “al pobre que clama, al afligido que no tiene protector”.

Feliz día de tu Rey., de tu luz, de tu justicia.