“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”:

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Aunque es la fiesta del Bautismo del Señor, la idea más repetida en la lectura apostólica es la de “manifestación”, “revelación” o “epifanía”; me pregunto de qué o de quién.

Esto es lo primero que has oído con tu comunidad de fe: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”.

Y después se te dijo: “Se ha manifestado la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre”.

Que no caiga en el olvido lo que has oído: Guárdalo y medítalo en el corazón.

El mensaje apostólico de nuestra celebración trae a la memoria el saludo del ángel Gabriel a la virgen María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Para María de Nazaret y para ti, las palabras de la salutación angélica  eran revelación de una vocación admirable, evidencia de favor del cielo, de predilección divina; eran palabras encinta de Navidad; aquel saludo anticipaba la alegría mesiánica, el asombroso don de un hijo al que el cielo llamaba Jesús, porque había de ser en medio del pueblo presencia salvadora de su Dios.

Y con esa evocación del desbordamiento del favor de Dios sobre María de Nazaret y sobre el mundo, vuelve a lo que hoy has guardado en el corazón: Esas palabras son para ti, Iglesia de Cristo; son para todos, aunque no todos las conozcan todavía; llegan del mismo cielo de donde venían las palabras de la anunciación, y hablan de la misma gracia, de la misma salvación, del mismo Hijo, del mismo don del que era mensajero el ángel de Nazaret.

En la celebración de los misterios de la Navidad,  has recordado y adorado a ese Hijo que llegó humildemente al mundo cuando nació en Belén. Ahora lo ves llegar humildemente a tu vida en la palabra humana con que Dios te habla, en el pan de la tierra con  que el cielo te alimenta, en los pobres que el Padre del cielo te ofrece como el más precioso de sus tesoros. Y, llevando ya desde ahora una vida santa, aguardas la dicha de verlo cuando, al final de los tiempos, llegue gloriosamente para ser tu recompensa.

Lo puedes decir así: En aquel tiempo, en Jesús de Nazaret, se manifestó la gracia de Dios, su bondad y su amor al hombre. Hoy, ese amor, esa bondad, esa gracia, se nos manifiestan en la Eucaristía que celebramos. En ella, comulgando la palabra y el cuerpo del Señor, entramos en el abismo del amor que nos entrega a Cristo, nos sumergimos en la bondad de Dios que Cristo encarna, acogemos la gracia que es Cristo para los hambrientos de salvación.

Hoy, en comunión con Cristo, descubrirás asombrada que también de ti se dice: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”.

Feliz comunión con Cristo.

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