¿Tú eres cura?

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Ser sacerdote hoy es apasionante. Jesús quiso perpetuar su sacerdocio para siempre y por eso sigue llamando a hombres valientes, arriesgados, en la fascinante tarea de hacer presente en este mundo al mismo Dios.

El evangelio contiene esa pregunta clave, primera y fundamental en toda relación humana y divina. Es dirigida a Pedro por parte de Jesús: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Pedro, como tú o como yo, le responde sin titubeos: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero … entonces cuida de mis ovejas, de mi pueblo”.

Hoy hacen falta pastores. Pastores buenos que actúen en nombre del único pastor. Hoy necesitamos en la Iglesia y en el mundo sacerdotes misioneros, disponibles, inmersos en una vida de oración y contemplación, apasionados y entretenidos en el estudio de las cosas de Dios, anunciadores sin complejos de la Palabra de Dios, cercanos e implicados en la vida del pueblo y en la vida de cada uno de sus hijos. Sacerdotes y pastores que tengan como misión llevar a Dios a cada persona, a cada casa. Pastores que sepan hacer presente a Dios (sacramento) en cada circunstancia de la vida cotidiana.

El P. Claret, santo del siglo XIX y fundador de la Congregación a la que pertenezco, fue nombrado obispo de Cuba, cuando él lo que quería era ser un humilde y andariego sacerdote para llevar la Palabra de Dios a todos los pueblos. Él mismo decía que ser obispo no era lo suyo, porque los obispos (y los sacerdotes) se dedican a muchas cosas relacionadas con la burocracia. Y él no quería eso. Cuando Claret le estaba consultando esta cuestión al Obispo de Barcelona, éste le respondió: a lo mejor el Señor te llama a ti a ese ministerio, para que se recupere en la Iglesia esa función ejercida al estilo de los Apóstoles, lejos de las secretarías y los despachos… Y, efectivamente, el ahora santo P. Claret, siendo sacerdote y obispo, misionó, entre otros centenares de rincones, toda la isla de Cuba.

Y así fue como la Iglesia, en aquel momento nada fácil, contó con una manera de ejercer el ministerio sacerdotal y episcopal, recuperando el más puro estilo apostólico.

Es curioso como siempre lo que para nosotros aparece como dificultad o impedimento, desde la docilidad, obediencia y humildad… Dios es capaz de transformarlo en fuerza, motor y gracia.

Concede a tu Iglesia, Señor, buenos sacerdotes y obispos.

 

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