«Tú eres Cristo, el Hijo de Dios»

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A single chair reflecting on a water surface on a stormy day

Resonancias de Nicea I para nuestra confesión de fe

El evangelio según san Mateo pone en labios de Pedro, portavoz de los Doce, la confesión de fe “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16b). Más que un episodio aislado, se trata de una convicción arraigada en la fe de los discípulos y atestiguada en la multiforme variedad de los escritos del Nuevo Testamento.

Samuel Sueiro, cmf

Con todo, lo más significativo es que a esa confesión ha llevado un hecho antes que una idea: los discípulos fueron testigos de la singular personalidad de Jesús, de quien manaba una autoridad que permeaba su enseñanza, su libertad, su llamada a seguirlo, su poder sanador, su enfrentamiento al mal hasta sus últimas consecuencias… Para quienes estuvieron con Él compartiendo fraternidad, Dios se hizo más transparente que nunca: su persona, su presencia, su revelación, su entrega y, sobre todo, su misterio pascual manifestaban una reciprocidad única entre Jesús y Dios cuya categoría más apropiada para expresarla fue la de ser “Hijo”. Con el devenir de los siglos, en el concilio de Nicea I (325), esta ontología bíblica encontró su traducción en la categoría metafísica griega de “consustancialidad” de Jesús con Dios, tratando de precisar con terminología filosófica lo que los evangelios expresan al narrar los hechos y comportamientos de Jesús en relación con Dios1.

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