Los discípulos se decían unos a otros: “Pero ¿quién es éste?” Y bueno será que nosotros nos lo preguntemos también, pues se trata de un misterio que la humildad de la fe ha de contemplar si quiere amar y agradecer.
La liturgia nos recuerda palabras que hablan de Dios y del mar.
El Señor pregunta a Job: “¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le dije: «Aquí se romperá la arrogancia de tus olas»?” Y tu fe le responde: Sólo tú, Señor, eres señor del mar. Pero al decirlo, recuerdas que Jesús ejerce sobre el mar ese poder que tú confiesas ser sólo de Dios, y eres tú quien, con los discípulos, se pregunta: “Pero ¿quién es éste?”
Por su parte, el salmista, que contempla las obras de Dios, le da gracias por su eterna misericordia, pues, cuando los hijos de Israel en su angustia gritaron al Señor, “él apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar”. Y tú, que has orado con el salmista y has escuchado el evangelio, ves que es Jesús quien apacigua el huracán e impone silencio al oleaje; y el asombro te obliga a preguntarte: “Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
¿Quién es éste que va contigo en tu barca? ¿Quién es éste que, dormido en tu barca, te hace sentir tan cerca de Dios? ¿Quién es éste que hoy te habla de cobardía y de fe? Si el corazón intuye quién es Jesús, si en ti la fe se hace grande cuanto un grano de mostaza, menos que un grano de mostaza será tu cobardía, pues sabes que a tu lado está tu Dios, aunque lo veas dormido, aunque lo adores crucificado.
Míralo, elevado en la cruz, revelado en su palabra, entregado en la Eucaristía, humilde en tu intimidad, náufrago contigo en tu patera: Es tu Dios que te visita, tu Dios dormido en tu barca.
Feliz domingo.