La mayoría de ellos son “modelos en zapatillas”, de “andar por casa” y que he tenido la suerte de tratar y conocer de cerca. Pero hoy, por eso de que estamos en un tiempo litúrgico propicio a la confesión, confieso públicamente que, entre las personas a las que admiro sin conocer, está Dolores Aleixandre.
Me encanta su capacidad para mirar más allá, el don con el que une lo cotidiano y las certezas creyentes, cómo pone en constante diálogo la Escritura y lo cotidiano, su capacidad para decir lo más profundo y lo más serio con un toque de humor inteligente… En fin, que cuando leo lo que escribe me hace desear un trasplante de córnea, un cambio de mirada, un plan renove de gafas que me permita descubrir el reverso del tapiz de la historia… esa parte llena de hilos entrelazados que Dios mira y que mira como ninguno de nosotros sabemos mirar-amar; esa parte que algunos, con el corazón acostumbrado a intuir lo de Dios, miran con el rabillo del ojo y lo encarnan en palabras.
Después de tantos años de “admiración silenciosa”, hoy Dolores se merecía este post ¿no os parece?