Con el salmista, con la Iglesia y con Cristo, decimos: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
Me pregunto cómo puede la fe decir “¡nada me falta!”, si el grito de mi mundo va diciendo que le falta todo.
Necesito que entiendas, hermano mío, hermana mía, que no estamos solos en el camino, que no existe sólo tu pobreza, tu problema, tu preocupación, tu soledad, tu enfermedad, tu sufrimiento o tu muerte. Caminamos con nuestros hermanos, vivimos con ellos, sufrimos con ellos y morimos con ellos. Hueso de tus huesos, carne de tu carne, eso es tu hermano para ti.
Y hoy, mientras celebramos nuestra fe y decimos “¡nada me falta!”, la carne de tu hermano, tu carne, es humillada, despreciada, explotada, profanada, esclavizada, violada. Y tú, que no sabes, no puedes, no quieres separar tu vida de la suya, cuando dices en tu celebración: “¡Nada me falta!”, estás sintiendo con tu hermano que te falta hasta la vida, pues con él tiemblas de terror en Libia, con él te ahogas en el Mediterráneo, con él te deprimes en las filas del paro. Hoy, con tus hermanos, sientes que te devora el hambre en tierras innumerables, sientes que te llevan a la muerte enfermedades que sólo hubieran debido llevarte a un tiempo de cura en un lecho limpio, sientes que has de buscar con lágrimas en la basura de los grandes los restos míseros de lo que ellos, con frialdad, se llevaron de la mesa de los pequeños.
Necesito recordar que tú, Señor, eres pastor de impuros, de excluidos, de leprosos. Necesito recordar que has venido a buscar adúlteras sin más futuro que la lapidación, ladrones sin otro futuro que la crucifixión, amigos sin más futuro que el olor de los muertos en una tumba cerrada. Necesito recordar que tú has venido a buscar paralíticos que no podían buscarte, a iluminar ciegos que nunca podrían verte, a resucitar muertos que jamás hubieran podido pedirte que vinieses a ellos. Necesito recordarte, Señor, pastor de náufragos, pastor de pobres, pastor que da la vida por sus ovejas, pastor que lo eres todo para quien nada tiene: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
Necesito recibirte, comulgar contigo, llenarme de tu presencia, llenar de ti la vida de los pobres. Necesito creer que todos viven en ti, pues todos han sido bautizados en tu sufrimiento, todos han sido llevados a tu cruz, en todos has sido tú crucificado. Necesito creer que tú lo eres todo, toda bondad, toda dulzura, toda belleza, para quienes de todo han carecido si no es de humillaciones, amarguras y heridas. Necesito recordar que “somos miembros de tu cuerpo, hueso de tus huesos y carne de tu carne”, y que contigo hemos resucitado todos.
“Mi Dios, mi todo”: En ti “nada me falta”, “sólo Dios basta”.
Feliz domingo.