Días pasados puede llegar a Puerto Nariño, Amazonía colombiana. La pandemia, había dejado en suspenso esta posibilidad, y finalmente se dignó cederme paso y pude entrar en una de sus verdes arterias para latir a su ritmo. Allí, la comunidad de hermanas Hijas de la Caridad me abrieron las puertas. Cinco religiosas acompañan la labor educativa de los niños ticunas desde hace más de 60 años.
Para quien se crió en el centro de la ciudad, siempre lo natural sorprende. Aunque en la caminata de la vida, mis pisadas incursionaron campos y montañas, y las experiencias misioneras me llevaron a lugares muy distantes… llegar a la tierra sagrada de la AMAZONÍA y navegar por el río AMAZONAS, tuvo el efecto inmediato de redimensionar mi presencia en el Sínodo, al cual fui invitada hace dos años, para ayudar a trazar nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.
Al pisar esta porción de Reino, la inmensidad empuja los sentidos hacia el autor de todo lo creado y arrebata espontáneamente la palabra ‘gracias’ nacida de las entrañas. El aire puro que se respira, en complicidad con el Espíritu, renuevan y pintan el horizonte con un verde esperanza indescriptible. Su flora, sus aves, sus peces y todos los animales, gritan que no estamos solos, y que hay un territorio que debemos aprender a cuidar, a amar, a defender, a no invadir, a respetar y a promover. El rostro de los niños y adolescentes, con el dibujo de una tímida y cálida sonrisa, la sonora lengua propia y sus costumbres, van completando el paisaje y nos invitan a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos.
En la Amazonía, como en tantos rincones, la Vida Religiosa está presente. Cinco mujeres consagradas le hacen frente a todo. Austeras, orantes, serviciales, dedicadas a las tareas de la casa, con el plus de atender la escuela local y 13 sedes. Hacen de madres y maestras, y reflejan a su paso que “es posible y necesario” salir de nuestras zonas de confort, para jugarnos la vida en el “gota a gota” de la entrega cotidiana. Estas religiosas, durante el año se adentran por el río a visitar a las familias de los niños de la escuela, navegan horas para llegar a las diversas comunidades ribereñas de las poblaciones Ticuna, Cocama y Yagua. Escucharles contar historias conmueve… y es bueno que así sea, para que los oídos acostumbrados al asfalto, se sensibilicen y no se anestesien en demasía.
En varias oportunidades, sea de pie en la costa del río o navegando por el Tarapoto y Loretoyacu, me quedé contemplando a los llamados ‘peque peque’ (botecitos) y otras pequeñas embarcaciones, sintiendo cómo desde su fragilidad nos señalan que debemos seguir navegando río adentro, porque allí, en cada recodo y vuelta de su larga cintura, la vida se asoma y nos muestra un rostro hermano. La invitación está en «enredarnos» y seguir defendiendo la sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonía. Ellos nos «inspiran el cuidado y el respeto por la creación, con conciencia clara de sus límites y prohibiendo su abuso… Abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, y en definitiva hipotecar el futuro», como bien expresa el Papa Francisco en QA.
Una mañana, me invitaron a conocer el lago Tarapoto. Dejando la barquita amarrada, pudimos caminar unos tramos por los húmedos senderos de la floresta, hasta tener por delante la majestuosidad de sus árboles. Me sentí tan pequeña, que lo único que cabe es la humana reverencia y pedir perdón por quienes talan y desmontan y destruyen la vida en todas sus formas. De repente, sin dudarlo, cerré mis ojos, y las notas del silencio amazónico, forjaron su mejor melodía. Grabé en mis pupilas esa inmensidad y me traje las notas del silencio para mi pentagrama orante. Al regresar, aproveché a sentarme en la parte delantera de la embarcación para que la selva y la inmensidad de su ancho río acaricien mi rostro y desplieguen un renovado Cántico de alabanzas.
El tiempo fue avanzando y con él los diálogos y las historias. La sabiduría de don Fermín, el médico Ticuna de la comunidad San Francisco, quien heredó de su abuela los conocimientos que curan las dolencias del cuerpo, me asombran; y mientras caminamos por la comunidad, me enseña el nombre de las plantas, conozco nuevos frutos y los saboreo… Todo huele a riqueza, de esa que los grandes de la tierra poco conocen.
En esta época del año, las abundantes lluvias se hacen sentir. Una cortina de agua golpea la tierra con fuerza y su repique se encarga de reverdecer el entorno mientras animan el lento crecimiento del río. La inundación es una bendición, me contó Don Fermín, porque con ella llega la pesca abundante y las buenas cosechas, comida para la mesa larga de las hijas y los hijos del Reino.
Lo vivido en estos días, es solo una mini experiencia que me ayudó a redimensionar la labor de tantas religiosas y religiosos que dedican su vida a itinerar estas tierras. Presencia sencilla, manos amigas que se suman a los senderos del cuidado de la Casa Común y a la causa del Reino, que luchan por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, para que su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida. No cabe duda que todo está sumamente interligado: somos tierra, somos aire, somos agua, somos fuego… somos hermanas y hermanos, somos creaturas amadas y Dios, todo lo ha hecho bien.
Sé que existen muchas Amazonías por recorrer… Cada una lleva el nombre de nuestras propias realidades continentales, y en ellas, deberemos aprender a jugarnos la vida entera sin escatimar nada. Así, como estas cinco mujeres, y como otras tantas hermanas y hermanos que en el anonimato, hermosean con su entrega la esperanza de vivir un nuevo modo de ser Iglesia.
A dos años del Sínodo para la Amazonía… ¡LAUDATO SI!