A medida que pasa el tiempo, los cuestionamientos se transforman en compañeros de ruta, sin llegar a pensar por ello que son detonantes desestabilizadores, sino porque cumplen la función de mantenernos al ritmo dinámico de la vida, evitando nos adaptemos fácilmente a las mesetas del camino que poco disfrute del paisaje nos trae. Sobre esto último, llevo a mis espaldas la experiencia de manejar horas en rutas planas, las llamadas «pampeanas». La siembra y el verde acompañan el trayecto, pero también los ojos experimentan un cierto cansancio.

Hoy más que nunca estamos invitados a recuperar el sentido de nuestra vocación, sea porque seguimos profundamente enamorados de la persona de Jesús y su proyecto, sea porque muchos de los deseos que vamos entretejiendo se ven desmoronados por el temor al cambio o a la provocación de instancias que superen los modelos anquilosados. Para abrazar esta realidad, sin sucumbir al desánimo, precisamos que nuestros corazones continúen con la lámpara encendida al igual que las jóvenes prudentes del Evangelio.

Me inspiran las palabras de Clara de Asís, cuando al escribirle a Inés de Praga, la anima a mirar atentamente, considerar, contemplar y desear imitarlo… (Cf. 4CtaCl 19. 22. 28) Porque una sola cosa es necesaria, y ésta sola debemos suplicar y aconsejar por amor de Aquel a quien nos ofrecimos… Y acordándonos de nuestro propósito… y viendo siempre el punto de partida… debemos marchar con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen nuestros pies, para que nuestros pasos no recojan siquiera el polvo, y, seguros, gozosos y alegres, marchemos con prudencia por el camino de la felicidad, no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarnos de este propósito o que nos pongan algún obstáculo en el camino…  (Cfr. 2CtaCl 20… con el permiso de adaptarla al plural y de hacer nuestros sus deseos).

Mirar, considerar, contemplar, evitar los obstáculos… esos que se presentan como impedimentos que nos tientan a dudar de nuestras propias certezas, las que nacieron en los pliegues del corazón de Dios, cuyos vasos sanguíneos circularon día a día en la profundidad de nuestros espacios orantes, buscados, deseados, cuidados, y que fueron los que alimentaron nuestras búsquedas y consolidaron los procesos de discernimiento. Esos espacios que se animaron a romper lo establecido y movilizaron las fibras más íntimas de un corazón enamorado.

La Vida Religiosa experimenta avances y retrocesos, momentos de amanecer y otros de atardecer, aunque éste último conlleva una belleza conmovedora. Así es, se nos conmueven las entrañas al pensar que, si bien comienza a abrazarnos la noche, otros ya pueden gozar de la claridad y la luz del día.

No son tiempos fáciles. Y quizás aquí radique la mayor riqueza de esta hora: ser protagonistas del no ver… No porque debamos caminar tanteando el territorio, sino porque la luz interior nos indica el por dónde y el cómo. De esta manera, todo se transforma en “adviento simbólico que reúne a la vez resplandor y forma, transgresión y sosiego de la mirada y de la voz” (Bruno Forte).

Mirar, considerar, contemplar, evitar los obstáculos… una propuesta vital para ensanchar las fronteras y ver la realidad con los ojos de Dios, que nos renuevan cotidianamente en la esperanza y nos hacen avanzar con “paso ligero”.

 

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