Desgraciadamente hoy abundan las denuncias y las descalificaciones. Vivimos tiempos violentos, incluso entre gentes de Iglesia. Los que acusan suelen colocarse en el palco de los buenos. Esta conducta destruye a la comunidad, porque excluye y divide, y es un signo del maligno.
El tema religioso suele ser causa de mucha discusión y división. Lo que ocurre entre las diferentes confesiones o religiones, se reproduce a otro nivel entre los creyentes de una misma confesión. Con una diferencia: hoy los responsables de las distintas confesiones o religiones parecen preocupados por encontrar, si no caminos de unidad, al menos caminos de entendimiento y de comprensión. Las discusiones que se dan entre creyentes católicos suelen terminar descalificando y, a veces, insultando, al que piensa de otra manera. Un ejemplo triste: la oración y la comunión con el sucesor de Pedro deberían unirnos. Pues bien, en estos terrenos abundan las descalificaciones y las acusaciones. Una cosa es opinar o actuar de distinta manera y otra condenar o despreciar la opinión de un hermano. No se va hacia Dios por la uniformidad, sino aprendiendo a respetarse y a amarse en la diversidad.
La política es el campo donde el funar es más manifiesto. El asunto principal de los políticos son los propios políticos, más preocupados por mantener y conservar el poder que por llevar adelante proyectos en beneficio de los ciudadanos. En muchos de los debates habidos en los parlamentos de casi todos los países, los diputados sólo hablan de ellos mismos, de lo malos que son los diputados de los otros partidos, y no de las verdaderas necesidades de las personas. También el funar aparece en las redes sociales, donde sobran los adjetivos groseros y falta pensamiento y capacidad de comprensión.
Cuando dos instituciones o personas entran en competencia, lo lógico sería resolver las diferencias a base de diálogo, de concesiones mutuas, buscando un terreno en el que los dos puedan sentirse si no del todo contentos, al menos no del todo disgustados. No es este el camino habitual. Lo que suele ocurrir es una “funa” mutua, un pensar que mis argumentos son los buenos y los del otro son falacias, trampas y mentiras. Así no hay modo de entenderse. Así solo nos alejamos unos de otros. Así cada vez hay más “yo” y menos rastro del “nosotros”. Lo malo es que cuando desaparece el “nosotros”, el “yo” no encuentra clima en el que desarrollarse y vivir.