Tenemos un problema de lenguaje

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En la exhortación apostólica de Francisco sobre “la alegría del Evangelio” aparecen una serie de temas que ya han aflorado en sus homilías y, sobre todo, en las entrevistas periodísticas que tanto revuelo han causado. Uno de estos temas es el del lenguaje con el que explicamos y anunciamos nuestra fe. El Concilio Vaticano II ya había dicho que “la adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización”. Me temo que algunos no hemos sabido adaptarnos y seguimos cómodamente repitiendo fórmulas que muchos no entienden. Como no las entienden, no pueden acogerlas debidamente. En esta línea Francisco ofrece unas interesantes consideraciones: debemos “expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad”. No se trata de ofrecer una nueva verdad o de acomodar o reducir la revelación para que no resulte chocante o sea más fácilmente aceptada. Se trata de decirla de forma que parezca “nueva”. Porque al resultar nueva despierta la atención del oyente y así el oyente puede plantearse si quiere acogerla.

“A veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, sigue diciendo Francisco, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo”. Esta advertencia es muy seria: buscando ser ortodoxos no respondemos al Evangelio. En nombre de la máxima ortodoxia podemos transmitir heterodoxia. Continúa diciendo el Papa: “con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano”. Son advertencias muy graves: repetir un lenguaje que en otras épocas y para otras mentalidades resultó adecuado, puede hoy convertirse en la mayor de las infidelidades, bien porque los oyentes no entienden nada o bien porque entienden “otra cosa”.

El lenguaje está estrechamente ligado a los signos y a las costumbres. También ahí tenemos un problema. Hay algunas costumbres muy arraigadas a lo largo de la historia, no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, “que hoy ya no son interpretadas de la misma manera”. Por eso “ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio”. El Papa anima a no tener “miedo a revisarlas”. Dígase lo mismo a propósito de normas o preceptos eclesiales “que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida”. En conclusión: “la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias”. Debemos reflexionar sobre ello y sacar las oportunas consecuencias pastorales.