¿Cómo vivir en comunidad religiosa este tiempo raro y distinto que la pandemia nos ha traído?, ¿como una familia?, ¿como un “convento” en sentido literal? Porque los religiosos y religiosas de “vida activa” (es que tenemos un problema con los nombres) no somos monjes ni monjas. Y sería llamativo que hubiéramos afrontado este tiempo de confinamiento de un modo más similar al de un claustro que al de una familia.
Humanamente, ¿es sano que vivamos cerrados en casa con el mismo ritmo, horario y tarea, si tenemos 20 años, 45 o 83? Quizá acompañada de otra pregunta: ¿en nuestro tipo de vida es un criterio válido lo “humanamente” sano o nos inclinamos a pensar que nuestra vida se rige por otros parámetros sobrenaturales?
Pero he decidido que bastante tenemos con lo que hay. Demasiado dolor. Demasiadas pérdidas. He elegido dedicar estos días a generar movimientos positivos, como la mayoría de personas en el planeta. ¡Asombrosa la actitud generalizada de compasión, solidaridad, buenos deseos, entrega, empatía…! ¡Parece Navidad!, ¡dan ganas de ser mejores personas!
Y por eso compartiré algunos textos que me parecen sugerentes y motivantes y que quizá puedan darnos pistas para reinventarnos cuando todo esto acabe. Porque todos tendremos que hacerlo de alguna manera, personal y colectivamente.
«Tal vez me equivoque, pero cada vez percibo con mayor intensidad que a lo que hoy estamos llamados es a “una forma de vida sin forma”, lo cual no significa ni deforme ni a-forme. La expresión “sin forma” trata de transmitir la idea de que no hay una forma fija y estable que debamos buscar para reemplazar la antigua; que lo peculiar de nuestra Vida Consagrada pasa hoy para nosotros, en este momento histórico, por ser capaces de resistir -en fe, esperanza y amor…, esto es, sostenidos por la confianza en Dios, en una paciente espera y desviviéndonos en el amor- este no saber, no poder y no poseer la respuesta definitiva ni la forma estática sobre la que dejar reposar y descansar nuestra consagración». [Nurya Martínez-Gayol, “Raíz y viento”, 156 (Santander 2015)]
Luchar contra enemigos comunes siempre une. Pero esa identidad dura lo que dure el enemigo. Ahora un virus. También une mucho el dolor. Puede unirnos también el no saber, no poder y no poseer. Y algo de esta inseguridad es ahora, también, causa común con todo el planeta. Ojalá la falta de seguridades nos lleve a abrir posibilidades, a permitir nuevos intentos, a des-institucionalizar tanta vida, a relativizar muchos esquemas. Pero de verdad. Con decisiones concretas. No con documentos. De esos ya tenemos. Y esos ni nos curan, ni nos hacen crecer juntos. Reinventados.