¿Te vienes un rato?

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Te veo siempre tan corriendo, que casi no me das tiempo para peguntarte a dónde vas. O de dónde vienes.
¿Podrá decir esto Dios de mí? ¿De ti?
Sí. Y además quiere corregirnos a los dos. Por eso la invitación nos la hace en plural: “Venid vosotros conmigo, a un lugar tranquilo, a descansar un poco” (Mt 6,31).
Dios nos llama, nos reclama. Una invitación así, sólo la hace quien te conoce, aquel a quien le importas; el que está pendiente de ti. El que te acompaña, aún en la distancia. El que sigue tus pasos.
Demasiadas palabras, demasiados discursos, demasiadas movidas, demasiados encuentros. Y siempre con el horario pisándote los talones. En la comida, casi no hay tiempo ni para el postre. Y siempre un timbre, una llamada, un mensaje…que te devuelve a la prisa, que te quita de en medio para seguir con nadie. O quizás para seguir contigo mismo. Demasiadas ausencias y vidas abrazadas a una máquina. Con los actos, nos lo decimos a la cara: me importa más la máquina que tú. Con la tentadora conciencia de pensar siempre que todo está bien, porque todo está reliado en “las cosas de Dios”.
Entonces, ¿a qué nos está invitando Dios?. A no quemarnos. A parar. A priorizar. A gozar de la presencia del otro. Porque el motor se quema si no se para nunca. Si no hay tiempo para repostar. La invitación de Jesús a sus amigos, que somos tú y yo, no es otra, sino a disfrutar de las cosas, sin pasar de puntillas por ellas. A mirar, despacio, al que se acerca, para que sea él, el primero, antes que el reclamo de cualquier objeto. Dios nos invita a lo único que sabe invitarnos: a amar. Y sólo amas si eres capaz de poner al otro en el centro.
Esto va a ser lo mismo que aquello: “echad las redes a la derecha de la barca” (….). Dirigirnos a ese lugar tranquilo, en el que todo se ve desde la perspectiva de la luz. A descubrir la huella del resucitado en cada acontecimiento y en cada persona. Atravesando cualquier dolor de la única forma que se redime: amándolo. Jesús nos está invitando a dirigirnos a ese lugar en el que es más importante ser, que hacer. A entrar despacio y sin prisas, en la tierra sagrada del otro.
No, no es una invitación a huir o a escondernos. O a no dar la cara y sí la espalda. El Señor nos llama a vivir desde la esencia para la que fuimos creados. Y esa fragancia y esencia…se disipa si permanece constantemente en la intemperie. La esencia se regenera en el silencio, en la escucha atenta de la Palabra, en la serena contemplación de Aquel que nos está amando día y noche.
Vente un rato, nos grita Dios. Aparta por un momento, cada día, todos los ruidos. Escucha. Medita. Contempla. El ruido, amigo, puede hacerte pensar que todo es tuyo. Será entonces cuando tu desgaste, tarde o temprano, será irremediable. La alegría profunda, sólo viene de Dios y desborda mi vida, la tuya…y la de los que se encuentran con nosotros. Y para eso hay que acudir al pozo del Amado, para beber, todos los días. Sin dejarse ni uno.
¡Vente un rato, anda!.

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