Tan cerca, tan lejos:

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¡Tan cerca estás de nosotros y tan lejos! ¡Tan en tus manos estamos y tan solos!

El corazón aprende a moderar tristezas y alegrías en la quietud infinita de tu misterio. El corazón te recuerda como luz en medio de la noche, y te siente como ausencia en la dicha más gozosa de tu abrazo.

“Sed fuertes, no temáis”: Lo dice la libertad a los cautivos, lo dice la salud a los enfermos, lo dice la gracia a los pecadores, lo dice la vida a los muertos.

“Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona”: Él es la libertad, él la salud, la gracia y la vida. “Viene en persona”: Así hemos entendido siempre el misterio de la Encarnación; así entendemos el misterio de la Eucaristía; así entendemos el misterio de la presencia de Dios en nuestra vida. Lo tendrás tan cerca de ti como la palabra que oyes, como el pan que recibes, como los hermanos con quienes oras, como los pobres a quienes acudes. Lo tendrás tan cerca como tu noche, tus preguntas, tus miedos, tus sufrimientos. En la noche recuerdas su fidelidad: Él es fiel. En la opresión recuerdas su justicia: Él es tu justificación. En tu necesidad recuerdas su mano generosa: Él es tu pan.

Tu corazón guarda memoria de su misterio, memoria agradecida de los verbos de la acción de Dios: “Él abre los ojos al ciego, endereza al que ya se dobla, ama a los justos, guarda a los peregrinos”.

Dios mío, ¡tan cerca y tan lejos!, ¡tan en tus manos en tan solos! ¡Tan cerca que siempre te abrazamos! ¡Tan lejos que siempre te buscamos!

Corazón, Eucaristía y pobres, lugares para el encuentro con el misterio de Dios.

Feliz domingo.

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