SOLO UN SENEGALÉS

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Mientras más comentarios leo o más nos aplanan en televisión con las imágenes del linchamiento/asesinato de Sanuel Luiz (porque tenía apellidos), más me viene a la mente –y al corazón- la similitud con la parábola del buen samaritano.

No voy a reincidir en más adjetivos horripilantes y certeros que se han aplicado por todos (supongo que por “todos”) a un acto incalificable como el ocurrido estos días en A Coruña. Ya no quedan calificativos (o descalificaciones) a un hecho que nos avergüenza de pertenecer al “último eslabón” de la cadena evolutiva: los sapiens, los racionales, los pensantes, los mejores, los más perfectos entre todos los seres vivos. Quizás incurriría en cierto morbo en el que, al final, siempre caemos.

Da la impresión de que quienes perpetraron el asesinato conocían la parábola de Lucas 10, (la del “buen samaritano”) y querían “representarla”, actualizarla, pasarla a un formato más real y escabroso. Porque las coincidencias son múltiples. No quiero hablar del pobre Samuel (así, sin apellidos, como lo nombran siempre), ni de su familia, ni de sus padres. Ya se hace; y con razón. Pero hay otro protagonista en la triste historia de la que apenas se habla, alguien de quien ni siquiera se sabe el nombre: solamente es “un senegalés”. O sea, un “samaritano que pasaba por allí y vio al herido en la cuneta”. Un senegalés anónimo, como el samaritano de la parábola. Un extranjero, un advenedizo, un forastero, un marginal seguramente, que se coló en Galicia para sobrevivir de los escarnios de la vida de su tierra: él también estuvo –está- herido y tal vez, (no lo sabemos) corriendo por las calles para salvar el pellejo. Un senegalés, o sea, un hombre de raza negra, es decir, simplemente, “un negro”, un negro anónimo del que yo al menos no sé nada y del que apenas se ha hablado. Seguramente, además, de otra religión, seguramente musulmán, la religión mayoritaria del país africano, “moro” le llamarían antes. “Antes” de esta democracia igualitaria y legalista.  Fue el único que defendió al joven herido y desconocido de la cuneta de la medianoche. El resto huyó, o hizo lo más pertinente en este mundo de la adicción al teléfono y a las fotos: grabar la escena, tirar fotos, ser testigos mudos y espectadores “cualificados” de una escena dantesca; tal vez para “subir” luego las imágenes a las redes sociales, o para tener “pruebas” que presentar a la policía. Yo hubiera hecho lo mismo que ellos, por cierto. “Pasaron de largo… tenían otras obligaciones que cumplir”  (o tuvieron miedo; muy humano, ciertamente),  viene a decir la parábola de Jesús que nos narra Lucas. El senegalés es el samaritano de esta sociedad convulsa que asesina a los hermanos sin conocerles, por odio homófobo (según parece), convertida en jauría de perros de afilados dientes. “Sólo un samaritano”, extranjero, de otra religión que no era la judía, la verdadera, la universal…. De otra raza, y quizás hasta de otra “orientación sexual” (¡Cualquiera sabe!), un emigrante que se atreve a cruzar fronteras de todo tipo para huir de las “periferias” atroces en que están sumidos millones de “Samuel”.

Pero hay una gran diferencia con la narración de Jesús: Lucas nos presenta  una parábola, es decir, una “historieta”, un ejemplo, una imagen, una “pedagogía” que utilizó Jesús para responder a la capciosa pregunta: “¿quién es mi hermano?”.  Lo ocurrido en A Coruña  fue una no-parábola, sino la terrible representación de la misma. Fue un hecho que nos lleva a preguntarnos “¿qué le pasa a la gente”?, ¿”qué nos está pasando?” “¿cómo se atreve alguien a hacer realidad una parábola tan antigua?”  ¿Quién le iba a decir a Jesús que tantos siglos después un senegalés iba a ser su samaritano protagonista innominado y casi soslayado de sus palabras? El senegalés conocía la respuesta a la pregunta: “¿quién es mi hermano?”. Eso sí está claro.