domingo, 8 septiembre, 2024

SOLO CRISIS

La vida consagrada no está en crisis. Está en una profunda crisis algunas formas de vida consagrada que se han perdido en las formas. Se han detenido en el tiempo y han terminado carcomidas por él. El tiempo purifica y aquilata, pero no perdona, y por muchas palabras “cuasi humanizantes” que usemos, si estamos sumidos en un clericalismo estéril, no hace falta que anunciemos que estamos en crisis. Somos crisis.

Es evidente que el Espíritu quiere otra vida consagrada. La necesita. Es evidente que esta sociedad está reclamando signos –no vulgares– de cómo sería el reino. Esos signos son siempre sorpresa y exageración; son signos no previstos, ni fabricados. No son consensos y acuerdos capitulares que se esfuercen denodadamente en mantener unos años más las cosas, aunque se quemen las vidas. Porque ese el es drama, cómo se queman las vidas en el sostenimiento de unas prácticas, sitios y estilos absolutamente desconectados de la vida.  No necesita esta vida consagrada para ser vida, píldoras de piedad, estabilidad y regla. No necesita ni más nombres, ni coordinadoras, ni reuniones, ni juntas, ni encuentros… Arrastramos en todos ellos una realidad dolorosa que se va evidenciando, participamos profesionalmente, pero no vitalmente. Ese es el grito de la decadencia, el clamor de la crisis.

Algunas personas, ellos y ellas, han encontrado cierto sitio en la institución. Son ‘personas institución’. Sus vacíos y soledades pretenden llenarlos con la institución y quieren vivir y exportar un gozo institucional que no siempre es tan evidente. Muchas veces no está, ni se le espera. La razón es sencilla. A la institución aportamos formas y estilos; funciones y roles, y no es seguro que aportemos vida. Siendo así, la institución tiene los ‘pies fríos’. Tanto que no siempre por ella circula la sangre de la vida, sino más bien un organigrama que va aguantando. Eso sí, cada vez más débil y con menos incidencia real en las personas. Pero todavía puede aguantar unos años… pocos.

Una comunidad no es un lugar para cambiar a nadie, aunque construye personas nuevas; no es una escuela para aprender formas, aunque se descubre la vida como aprendizaje; no es un refugio donde te escondas de la soledad, aunque inscribe en tu interior la capacidad de pensarte con otros u otras. No es un disparate artificial donde terminan quienes no saben vivir la vida, relacionarse con la vida o amar la vida. Es y debería ser un plus de humanidad y crecimiento que hace personas nuevas. Personas que no sabían que así eran, pero en el corazón de Dios siempre fueron así: inspiradas, originales, proféticas, limpias y libres. Esa es la raíz de la vida consagrada que no está en crisis, y de los núcleos comunitarios que no se resignan a ser crisis.

La vida consagrada no está en crisis. Sigue teniendo corazón y en algunos lugares y personas, sus puertas abiertas, corazones sanos y un plato de comida para compartir. Nació para ser evidencia de la opción de Jesús por los últimos, y en esa palabra manoseada y convertida en inútil –los últimos– ha de recuperar su verdad, su salvación y su sentido para hoy.

Ayer me contaba Cecilia… no sé si se llama así (o sí lo sé), cómo llegó como inmigrante a la puerta de la que hoy es su casa, su congregación. Hace varias décadas dejó su país para encontrar trabajo, llamó a una puerta y se encontró con una religiosa que para escucharla le dio un plato de comida… Lo maravilloso no es el plato de comida, ¡hemos dado tantos!, lo maravilloso es que ella que venía a buscar trabajo, se encontró con su sitio, con Dios, con su familia… Y más maravilloso todavía es, que cuatro décadas después, no se ha decepcionado de su comunidad porque sigue con la puerta abierta y compartiendo el pan. Esa es la vida consagrada, la que no está en crisis. La que vive lo que cree y cree lo que vive.

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