SOLIDARIDAD Y AYUNO EUCARÍSTICO EN TIEMPO DE VIRUS

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Los cristianos creemos que hay una solidaridad debida a la acción del Espíritu Santo, de tal modo que la oración que uno hace, repercute para bien en los demás. Una manifestación de esta solidaridad espiritual es el recordatorio que se ha hecho a los sacerdotes de que, aunque no puedan celebrar Misas en público, sí pueden y deben seguir celebrando la Eucaristía en privado, y en esta celebración deben elevar peticiones para la erradicación de la pandemia, por los fallecidos, los enfermos y los profesionales sanitarios. Otra muestra de solidaridad, también muy espiritual, es la oferta que ha hecho el Arzobispo de Valencia de poner las casas de ejercicios y los templos que fuesen necesarios a disposición de las autoridades civiles para la asistencia sanitaria que se requiera.

Por otra parte, podríamos considerar como un inesperado y paradójico ayuno cuaresmal la supresión de las celebraciones de la Eucaristía con participación de fieles que, en bastantes diócesis españolas, hubo este pasado domingo. Bien podríamos decir que este ayuno es muy fácil materialmente. Se trata de no hacer nada, de no movernos de casa, de no acudir a la Iglesia. Sin duda, a algunos este ayuno le resultará existencialmente difícil de aceptar. Porque se trata de “ayunar” de la celebración eucarística y de la recepción del sacramento. Este ayuno puede compensarse con una práctica tradicional que ahora resulta oportuno recuperar: la comunión espiritual.

Lo voy a decir bien claro: los efectos de una buena comunión espiritual pueden ser tan eficaces como los de una comunión sacramental. En estas circunstancias cobran especial relevancia y actualidad estas palabras de Tomás de Aquino: “Dios no ha ligado su poder a los sacramentos, hasta el extremo de no poder conferir sin ellos el efecto sacramental”. Dios no está atado a nada, ni siquiera a los sacramentos, y su gracia actúa con una total libertad, en los sacramentos y fuera de ellos.