EN EL SÍNODO PARA ORIENTE MEDIO
En algunas latitudes nos cuesta especialmente abrazar la debilidad. La conciencia de minoría es un principio evangélico. No obstante, la tentación de la fuerza y los números es una seguridad que consciente o inconscientemente buscamos.
La presencia de la Iglesia en Oriente Medio es minoritaria. Aún más, dentro de la minoría de cristianos, nuestra confesión católica es minoría. Sin duda estamos acercándonos a rasgos de originalidad y fidelidad a los orígenes no conocidos en los discursos occidentales. Por primera vez, el Aula sinodal, habla y ora en un idioma poco corriente en Roma: el árabe.
El secretario general del sínodo, Mons. Nikola Eterovi´c, presentó el viernes 8 de octubre el itinerario de los trabajos de la Asamblea Sinodal, así como los participantes y las pretensiones de esta asamblea. Respecto al sínodo, apunto que: “la finalidad es predominantemente pastoral. Aunque no se puede descuidar el marco social y político de la región…Este hecho está contenido también en el tema de la Asamblea sinodal que insiste en la comunión y el testimonio, ya sea en el interior de la Iglesia Católica que en sus relaciones con otras iglesia y comunidades cristianas, otras religiones y, en general, con las respectivas sociedades particulares… Con dos puntos: 1) reavivar la comunión entre las veneradas Iglesias Orientales católicas sui iuris para que puedan ofrecer un testimonio de vida cristiana auténtica, jubilosa y atractiva… y 2) reforzar la identidad cristiana a través de la Palabra de Dios y la celebración de los Sacramentos…
Los cristianos, numéricamente, representan en Oriente Medio una minoría. Ellos, sin embargo, tienen una vocación única: ser testigos del Señor Jesús en un ambiente predominantemente musulmán, con excepción del Estado de Israel, donde la mayoría de
Presencia de religiosos en el aula sinodal
Una asamblea con las características descritas, desprende una riqueza de especial significación para la comunión. Muchos sinodales son representantes de comunidades minoritarias y, en ocasiones, reducidas a poca publicidad por la presión de los estados. El relator del Sínodo S.B. Antonios Naguib,
Además hay que tener en cuenta que muchos de los Obispos y Arzobispos, pertenecen también a alguna congregación y son numerosos los religiosos entre los 36 expertos y los 34 oyentes. Es, por tanto, una asamblea significativamente marcada por el tono, empuje y radicalidad de la vida religiosa presente en los rincones del mundo donde la propuesta evangélica nace y vive en minoría. Por citar sólo un ejemplo significativo de los frailes menores Franciscanos, participan nueve en esta asamblea.
Santidad, Eminencias, Beatitudes, Excelencias, Hermanos y Hermanas: En mi relación, me referiré al tema central del Sínodo: Comunión y testimonio, y a diversos números del Instrumentum Laboris del Sínodo. “Surge de Occidente y llega hasta el Oriente”, así se expresa un antiguo Oficio litúrgico escrito en italiano y griego en honor de san Francisco de Asís.
El mundo cristiano y el mundo islámico estaban profundamente enfrentados. En contexto de cruzada, san Francisco parte para Oriente, no va contra (expresión usada para captar voluntarios para las cruzadas), sino in mezzo a, inter, como él mismo dice en su Regla (1Regla 16, 5). No va con las armas, ni movido por el afán de conquista, sino con la firme voluntad de encontrarse con el otro, el distinto y, en aquel contexto, con el enemigo.
Antes del encuentro con el Sultán, Malik al Kamil, el Poverello había intentado persuadir a los cristianos de que no diesen batalla, prediciendo la derrota. Todo fue en vano. Ninguno le escucha. Francisco sale del campamento cruzado y se dirige a Damietta. Era el año 1218. Allí tiene lugar el encuentro. Es el encuentro entre dos creyentes. Las barreras han caído y los prejuicios también. En su lugar se levanta el puente del diálogo y del respeto. Y lo que no lograron las armas lo logra el testimonio humilde del cristiano Francisco, pues como tal se presenta.
Desde entonces nosotros, los “frailes de la cuerda”, así son conocidos en Oriente Medio los franciscanos, podrán permanecer en aquella tierra, sin interrupción, por un plan de la Providencia y por voluntad de la Sede Apostólica; no sin persecuciones, como el mismo Señor lo anuncia y como lo demuestran tantos mártires a través de los siglos, construyendo puentes de encuentro, y derribando los muros de los prejuicios y de los fundamentalismos. Lo hacemos con los hermanos de otras confesiones cristianas, entre otras formas, compartiendo el mismo techo y los mismos lugares de culto, en el Santo Sepulcro y en Belén. Lo hacemos con los seguidores del Islam, particularmente en nuestras escuelas, en muchas de las cuales la mayoría de los alumnos son musulmanes, y en numerosas obras sociales, donde acogemos a todos, sin distinción de credo. En ambos casos es el “diálogo de la vida”, no siempre fácil, pero, a la larga, siempre el más fructífero. Lo hacemos con los hebreos, especialmente a través del estudio de las Sagradas Escrituras en la Facultad de Ciencias Bíblicas y Arqueología de Jerusalén. Es el diálogo bíblico y teológico, tan importante en aquella región y particularmente en Jerusalén. Al mismo tiempo custodiamos los lugares santos en nombre de la Iglesia Católica y cuidamos las “piedras vivas” de los fieles a nosotros confiados.
Esta es la vocación de los hijos del Poverello, uno de los carismas de nuestra Orden (Juan Pablo II); ésta es la vocación de la Iglesia, particularmente en la tierra regada con la sangre del Redentor. El diálogo, hecho encuentro, no tiene alternativa, tiene alternativas en las relaciones con otras comunidades cristianas: diálogo ecuménico, con las cuales el diálogo se basa en la escucha y el respeto recíproco; en las relaciones con el Judaísmo y el Islam: el diálogo interreligioso, que pasa por el reconocimiento de los bienes espirituales y morales que existen en dichas religiones (cf. NA 2), pero, según la metodología propuesta por san Francisco en su Regla, este diálogo también pasa necesariamente por la confesión de la propia fe, sin sincretismos ni relativismos, con mucha humildad y sin promover disputas, confesando con la vida en todo momento la fe cristiana y, cuando agradase al Señor, también con la palabra (cf. 1Regla 16. 6-7). El diálogo tampoco tiene alternativas en relación con todo proceso de paz para la región. En este caso los cristianos, situándonos super partes, buscando siempre el respeto de la justicia y de los derechos de todos, particularmente de las minorías. No podemos ser ignorados en este proceso, aunque seamos minoría, ni tampoco podemos callarnos, aun cuando tengamos la impresión de que nadie nos escucha.
Frente al triste espectáculo (cf. Lc 23, 48) de los conflictos que se dan en Tierra Santa, a menudo se prefiere una lectura “laica” que habla del derecho de los pueblos que habitan aquella tierra, de autodeterminación, de democracia…, evitando de este modo una lectura más profunda de los conflictos. Si es cierto que no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones, y no habrá paz entre las regiones sin diálogo entre las religiones, los cristianos, particularmente en Tierra Santa, estamos llamados a mostrar al mundo que las religiones, vividas desde la autenticidad, están al servicio del entendimiento entre distintos, al servicio de la paz. En este sentido la reconciliación en la región del Medio Oriente pasa por el encuentro entre las religiones, y para nosotros cristianos pasa, en primer lugar, por el encuentro/diálogo entre las distintas confesiones cristianas, mientras que entre los católicos pasa por una verdadera y profunda comunión que vaya más allá de las diferencias culturales y rituales de las distintas Iglesias; diferencias que, lejos de ser un atentado contra la unidad, son una manifestación de la belleza de la Iglesia católica que vive la plena comunión de fe respetando la pluralidad de expresiones. Contra la idea ampliamente difundida de que las religiones están a la base de tantos conflictos, particularmente nosotros los cristianos, siguiendo fielmente las orientaciones que nos ha dado el Concilio Vaticano II en relación con el diálogo con otras religiones, estamos llamados a mostrar que la verdadera experiencia religiosa es forja de corazones reconciliados y reconciliadores. Por mi parte estoy convencido que la metodología mostrada por san Francisco es plenamente actual.
Si esto es válido para todo Medio Oriente, lo es en modo particular para Tierra Santa y para Jerusalén. Ésta, de ciudad conflictiva por excelencia, debe llegar a ser la “ciudad de la alianza” entre los pueblos y las religiones, el corazón del diálogo interreligioso, y no sólo por ser un microcosmos del universo y por su situación geográfica – en Asia, en el cruce del Mediterráneo, de África, y del Occidente-, sino por ser el ombligo teológico del mundo y por su gran significado teológico para el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Esto que parece un sueño podrá ser una bella y mesiánica realidad si recordamos que la vocación que la Ciudad Santa tiene en la Biblia es la de ser madre de todos los pueblos, no la amante de un solo pueblo. En cualquier caso el diálogo, sin renunciar a la propia identidad, tiende a ensanchar el propio horizonte hasta el punto de comprender el horizonte del otro.
“Paz y justicia se abrazarán”, canta el salmo 85. La reconciliación será posible sólo si cada uno de los pretendientes perdona y abandona la pretensión de ser el único amante. Este es el precio a pagar por la paz. “Entre tú y yo no haya disputas”, leemos en la Sagrada Escritura. ¿Por qué los hijos de Abraham olvidan la capacidad de sus padres? La paz y la vida prometidas a Jerusalén llaman a la puerta de judíos, cristianos y musulmanes. Es el momento de acoger al Dios paz, al Adonai Shalom.
“Bienaventurados los constructores de paz” (Mt 5, 9). Para nosotros cristianos, particularmente los que habitan en Tierra Santa y, más concretamente, en Jerusalén, es el momento de trabajar incansablemente por la paz, siendo puentes entre el mundo hebraico y el mundo musulmán. Pero esta vocación, de por sí muy difícil, sólo será posible si los cristianos sabremos mantener nuestra propia identidad, y en la medida en que trabajemos para reencontrar la unidad perdida de todos los seguidores del Señor Jesús: Sin comunión no hay testimonio (Benedicto XVI).
Una última consideración. Por lo que puedo conocer del Medio Oriente, estoy plenamente convencido que es urgente ayudar a los cristianos a reforzar su identidad de discípulos y misioneros, y, por lo tanto, se hace necesaria una nueva evangelización que ponga el Evangelio en el centro de la vida de cuantos creen en Cristo. En este contexto hago cuatro propuestas:
1.- Se elabore un catecismo único para todos los católicos de Oriente Medio.
2.- Se lleven a cabo iniciativas concreta para una formación adecuada a las exigencias de la nueva evangelización y de la situación particular del Medio Oriente, para todos los agentes de pastoral: sacerdotes, religiosos y laicos.
3.- En continuidad con el año paulino, se celebre un año dedicado a san Juan en todas las Iglesias de Oriente Medio, a ser posible con los hermanos de las Iglesias no católicas.
4.- Se potencien los estudios bíblicos, especialmente a través de los tres Institutos Bíblicos ya presentes en Jerusalén: La Facultad de Ciencias Bíblicas y de Arqueología, de los Franciscanos, L’Ecole Biblique, de los Dominicos, y el Instituto Bíblico, de los Jesuítas.
Deseo, concluyendo, que ante la constante disminución de los cristianos en Tierra Santa, este Sínodo proclame una palabra de aliento a las comunidades cristianas y particularmente católicas en aquellas tierras, de modo que no se sientan solos, gracias a la solidaridad a favor de la Iglesia madre de Jerusalén. Sea el Sínodo una ocasión propicia para potenciar con fuerza el diálogo ecuménico e interreligioso. Salga de todos los Padres Sinodales una intensa y confiada oración por la paz en Medio Oriente y en Jerusalén. Salga de este Sínodo una llamada urgente a cuantos tienen en sus manos el destino de los pueblos del Medio Oriente y, particularmente, de Tierra Santa para que escuchen el grito de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que claman por la paz, en el respeto de la justicia.
Otras voces que hablaron para Vida Religiosa
"Actualmente la Fundación está presente en 41 países y 4 continentes. En los 5 países de Oriente Medio, nuestra zona prioritaria, ya hemos sacado adelante 98 programas que han movido más de 60 millones de euros.
Después de estos años de experiencia en el campo, querría hacer algunos comentarios sobre la situación. En Oriente Medio asistimos a la desaparición de enteras comunidades cristianas, ante la indiferencia del mundo entero, especialmente Europa. Al mismo tiempo la guerra forma parte de la vida cotidiana; la pobreza no es la única causa de los conflictos, lo es más bien el factor religioso.
Por último, los cristianos siguen viviendo en torno a sus Iglesias, aunque a veces se trata de un simple formalismo social. La conclusión es que la presencia de los cristianos es fundamental para la paz y la reconciliación, pero ellos deberían actuar sin excluir la religión de la vida pública, como ha ocurrido en Europa, porque no es nada útil para el desarrollo. Los valores religiosos nos permiten progresar a nivel social y personal al mismo tiempo. Por consiguiente, los cristianos deben adecuar sus comportamientos a su credo, superar el odio y los rencores y buscar el perdón. No deberían predicar, con palabras, el mensaje evangélico y, con los hechos, la venganza y la lucha armada. Todos tienen la obligación de buscarse una formación que les permita adquirir las condiciones idóneas para progresar en la vida profesional y cristiana".
Por su parte, el religioso de la Fraternidad de San Juan, P. J.M.Laurent Mazas, F.S.J. asistente de la secretaría general del Sínodo.