Si crees, creas

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Nos lo decía el corazón: Si Cristo ha resucitado, el mundo es nuevo, hay una nueva creación.

Nos lo decía, a su manera, el prefacio de esta Pascua, en la que el verdadero Cordero, “muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida”.

Pero, también a su manera, nos lo dice la palabra que escuchamos en la Eucaristía de este domingo.

Si lo propio del mundo envejecido era la confusión, la división, la falta de entendimiento, la discordia, las fronteras, el miedo, escucha ahora la novedad: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo”.

Si moradores regulares del mundo envejecido eran la apropiación, la violencia, la muerte, ahora, en el mundo nuevo, “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”.

Es como si ese mundo estuviese recién salido de las manos de Dios, recién creado, recién nacido, como si Dios lo mirase por primera vez y “viese que era bueno”: “Dios los miraba a todos con mucho agrado”.

En realidad, ése es el mundo que Dios ha puesto en tus manos de creyente, un mundo que sólo puede nacer de la fe: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.

Lo que hace del mundo viejo un mundo nuevo, es nuestra fe.

Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, sólo ése sale del mundo viejo para entrar en un mundo nuevo.

Ahora considera el drama de Tomás.

Es el hombre que no puede creer, que necesita ver.

No puede creer, o lo que es lo mismo, se expone a quedar fuera de la unidad, fuera de la comunión, fuera de la novedad, fuera de la resurrección, fuera del Resucitado.

Aunque no pueda creer, no nos es difícil imaginar a Tomás ansioso por creer, deseoso de constatar que era verdad lo que los otros creían.

Si llega a la fe, el mundo de Tomás se derrumbará y también para él nacerá el mundo de Cristo resucitado, el mundo de aquel que ya para siempre será su Señor y su Dios.

Cuando empiece a creer, Tomás se perderá para sí mismo y empezará a ser de Cristo: “¡Señor mío y Dios mío!”

¡Paradojas de la fe! ¡Te pierdes y te encuentras!

Decimos: “¡Señor mío y Dios mío!”; y lo que queremos decir es: “De mi Señor, de mi Dios”.

Si crees, esperas. Si crees, unes. Si crees, acoges. Si crees, pacificas. Si crees, amas.

El que cree, todo lo hace nuevo.

Fija tu mirada en Cristo resucitado: Él es la misericordia de Dios que te visita, la gracia de Dios que te hermosea, la fuerza de Dios que te recrea, el amor de Dios que te abraza, la vida de Dios que se apodera de ti.

Fíjate en Cristo resucitado, y te reconocerás en él, Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia resucitada con Cristo.

En comunión de fe con Cristo resucitado, empieza tu tarea de cada día: la de hacer visible el mundo nuevo que con Cristo ha comenzado.

Si Cristo ha resucitado, el mundo ya sólo puede ser un mundo de hermanos.

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