Es tiempo de repasar las cuentas del año recién terminado. Posiblemente veamos que los resultados de nuestras inversiones financieras no han sido muy buenos. En realidad, han sido muy malos. Pésimos. Los mercados financieros (bolsa, renta fija…) han caído hasta un 15% entre enero y diciembre. Las inversiones de nuestras instituciones, con suerte, se han quedado en una caída del 5% o algo más. Eso, siempre en proporción a lo que tenga invertido cada institución, puede ser mucho dinero. Es para ponerse nerviosos. Y, sin embargo, creo que es el momento para la serenidad. Para mantenerse serenos en medio de la tormenta. Por mucho que la tormenta haya sido de aúpa, como diría mi madre.
Ya hablé en otro momento de la volatilidad de los mercados financieros (“la volatilidad y la tranquilidad” se titulaba. Lo hice precisamente un verano en que hubo unas caídas fortísimas en las bolsas europeas. Aquel fue un momento de volatilidad. Luego las tornas cambiaron y los mercados se tranquilizaron. Hay que reconocer que lo de este año ha ido algo más allá de la volatilidad, que se refiere más bien a la imagen de los dientes de sierra: mercados que suben y bajan continuamente con fuerza. Lo de este año han sido directamente bajadas y caídas. Sobre todo, en la segunda mitad del año. La incertidumbre ha sido general en el mundo económico (que si el brexit, que si la política norteamericana, que si el ascenso de la extrema derecha, que si la guerra comercial China-USA…).
Todo son razones para el miedo. Como dicen los economistas “nada hay más miedoso que un billete de un dólar”, indicando que la economía aborrece de la incertidumbre y quiere seguridad de que las reglas del juego no van a cambiar. Los conflictos y los cambios siempre crean incertidumbre, miedo ante el futuro. Y eso les pasa a los inversores. El dinero huye y los precios (los intereses, los rendimientos, los beneficios) bajan. Y se produce otra paradoja: “la bolsa es el único mercado en que cuando hay rebajas, la gente sale corriendo.”
La clave está en mantenerse serenos en medio de la tormenta y mirar a la realidad con perspectiva, a medio y largo plazo. Porque los institutos religiosos no invertimos en el mundo financiero con ánimo de ganar dinero en el compra hoy y vende mañana. No nos dedicamos a la especulación. Invertimos en ese mercado con el objetivo de a) preservar el valor de nuestro capital financiero a medio y largo plazo y b) obtener a medio y largo plazo unos rendimientos estables y justos que nos permitan acometer nuevos proyectos y asegurar los que ya tenemos siempre al servicio de la misión.
No podemos ni debemos mirar el resultado de nuestras inversiones a un plazo tan corto como un año. Hay que echar la mirada con más perspectiva. En estos mercados hay años que se gana y años que se pierde. No se puede ganar todos los años. Tampoco se pierde todos los años. En una congregación eché las cuentas sobre diez años de inversiones financieras y descubrí que de media se había ganado un 1,5% por encima de la inflación. Había años en que se había perdido y años en que se había ganado. Pero lo importante era esa media. Mirar siempre a largo plazo y evitar el cortoplacismo (hay otro blog dedicado a este tema del cortoplacismo), debería estar entre los criterios que no debemos olvidar nunca. Para no desesperarnos, para no ponernos nerviosos y para mantenernos serenos en medio de la tormenta.