“Serán los dos una sola carne”. La palabra de la revelación permite intuir la dimensión de misterio inherente a la relación de amor.
Al hombre y a la mujer unidos en una carne por vínculo esponsal, la palabra les recuerda y les reclama: Preservad la diferencia, pues sois dos; cultivad la comunión, pues sois uno. No os anuléis, no os absorbáis, pues sois dos; amaos el uno al otro, que es amarse uno a sí mismo, pues sois uno.
Pero esa palabra que has escuchado no mira sólo a la relación hombre-mujer, sino que proyecta su luz sobre la relación Cristo-Iglesia, y es en esta relación donde la palabra encuentra plenitud de sentido y verdad cumplida.
“Serán los dos una sola carne”. En este misterio que la palabra revela, el amor, que es el ceñidor necesario de la unidad, es también la fuente en la que beber a saciedad la libertad.
“Dios es amor”, perfecta unidad en la Trinidad santa y eterna, plena libertad en su unidad indivisible.
A ti, Iglesia esposa de Cristo, el amor te llevará hoy a una comunión sacramental con tu Señor, para ser una con él, para decirle en libertad el sí de tu entrega, para aceptar gozosa el sí de su entrega.
En comunión con él, aprenderás a servir como él a los pequeños, a buscar como él a los pobres de la tierra, a perder la vida con él para encontrarla.
Pero no será ésa la única comunión que hoy harás cuando te acerques a la mesa de tu Señor, pues “el pan” de la eucaristía “es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz”: Hoy comulgamos con el Señor y con los hermanos, que son su cuerpo.
Con todo, tampoco será ésa la última comunión que hoy recibirás, pues si la palabra no te lo recuerda, te lo dirá el Espíritu del Señor: “Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber…”. Hoy comulgamos con el Señor y con su cuerpo pobre, hoy comulgamos con los pobres del Señor.