Ser como pan:

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Tomada del libro del Génesis, oíste la narración de la creación y pecado de los primeros padres. Luego, del evangelio, proclamaron que Jesús ayunó y fue tentado.

Habrás observado que esos relatos tienen semejanzas en la trama y desenlaces opuestos.

En ambos se trata de ‘hombres primeros’: Adán con Eva su mujer, es el primer hombre de la humanidad vieja. Cristo con su Iglesia, es el primogénito de la nueva humanidad.

Se trata también de ‘hombres tentados’: Adán en el paraíso; Jesús en el desierto.

Se trata además de ‘tentaciones similares’: La sugestión de “ser como Dios” encuentra su versión correlativa en la sugestión de desechar y anular los límites de la condición humana.

Adán comerá para “ser como Dios”.

A Jesús, reconocido por el tentador como Hijo de Dios, la tentación le propone negar, en nombre de la verdad de Dios, la verdad del hombre, como si la condición de Hijo en quien Dios se complace, le permitiese abandonar su fragilidad de hombre, su debilidad, su necesidad. Por eso a Jesús el tentador le sugiere comer, “hacer que las piedras se conviertan en panes”, “tirarse abajo desde el alero del templo”, “hacerse con la gloria de los reinos del mundo”. Pero Jesús ayunará.

Lo que se propone en este domingo a nuestra fe, no son viejas historias que otros han vivido, sino misterios en los que también nosotros participamos.

Nacimos hijos de la vieja humanidad, “con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios”. Renacimos por el agua y el Espíritu para ser hombres nuevos, “revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.

Nacimos hijos del hombre que cedió a la pretensión de “ser como Dios”. Renacimos criaturas nuevas en Cristo Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”.

En la fuente del bautismo, bajamos con Cristo a la muerte. En la eucaristía nos ofrecemos con él, nos ofrecemos en él, nos ofrecemos por él.

Los que en el bautismo hemos compartido la muerte de Cristo, compartimos en la eucaristía su obediencia filial a la palabra de Dios, su confianza humilde en el Padre del cielo, su opción por lo pequeño, por lo humano, por el don de sí mismo, por “ser como pan”, quien pudo retener el “ser como Dios”.

No pienses, sin embargo, que éstas son cosas para decir en la Iglesia, oír en la Iglesia y dejar en la Iglesia, como si fuesen ajenas a las preocupaciones que ha de tener un hombre sensato en el mundo real.

Si cada día miles de personas mueren de hambre, si se cuentan a millones las que se ven sometidas a esclavitud, si son millones las que sobreviven mal nutridas, si a millones de personas se les impide nacer, si a millones se las empuja a morir, es porque el hombre alarga la mano al fruto del poder, es porque tú y yo hemos cedido a la pretensión de “ser como Dios”.

Para caminar hacia un mundo más justo, no necesitamos hacer que las piedras se conviertan en panes; nos basta con seguir el camino de Jesús: el Hijo de Dios que se hizo hombre, el hombre que se hizo pan para los hombres.

Tu comunión de hoy con Cristo, no es apenas el comienzo de la santa Cuaresma: es tu opción creyente por un futuro en justicia y libertad para todos los hombres.

Feliz domingo.

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