Sed perfectos

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Esta frase del evangelio de Mateo es una de las que puede hacer más daño a cualquier cristiano si se descontextualiza. 

Así, leída en el vacío, lleva a buscar la pureza del empeño de los puños, del hacerse a uno mismo, normalmente en contra de los demás: «Gracias Señor, porque no soy como ese publicano…»

En cambio, esta frase que solo está en el evangelio de Mateo, está en un contexto muy diferente. Se dice que el Padre hace salir el sol y manda la lluvia a buenos y malos, a justos e injustos. Un Padre que no hace distingos morales y que va en contra de toda ideología de «buenismo» angélico. 

La búsqueda de la pureza moral es algo elogioso para muchas filosofías e ideologías, pero también un peligro que puede hacer caer en excesos, cismas y juicios que no nos pertenecen. 

Que el Padre haga salir el sol sobre buenos y malos no quiere decir que no exista la justicia, sino que separar el trigo de la cizaña solo le pertenece al tiempo del dueño de la mies, no a nosotros. 

Es la perfección del exceso de no quedarse en lo mandado, sino en transcenderlo desde el amor que siempre es lluvia y sol sin medida. Por eso es posible amar más allá de los que nos aman, de corresponder más allá de lo correspondido, de olvidarse de uno mismo en el estallido de un grano de trigo que se entierra en el surco. 

Y, si caemos en la cuenta, todo ello no depende de nuestras solas fuerzas y empeños. Depende del Padre que nos manda la lluvia para nuestro trigo, pero también para nuestra cizaña. Otra cosa es que aprovechemos el agua y el sol o nos encerremos porque nos da miedo la intemperie. Y en la intemperie está el Padre. 

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