viernes, 19 abril, 2024

NIHIL OBSTAT

gelabertServir para dominar

La plegaria eucarística número cuatro comienza  con una paradoja: Dios encomendó al ser humano el cuidado del universo, “para que sirviéndote solo a ti, su creador, dominara todo lo creado”. ¿Cómo se explica que el servir a Dios conlleve como consecuencia inherente el dominio sobre todo lo creado? Servir a Dios es dominar el mundo. No parece que esto sea lo que piensan la mayoría de los humanos. Sin duda el hombre quiere dominar el mundo y controlar la tierra. Precisamente por eso no quiere servir a nadie; aspira a ser dueño absoluto de todas las cosas. Y, como en el imaginario de muchos, Dios es un obstáculo para este dominio absoluto, se diría que lo mejor es prescindir de él. Dado que Dios guarda silencio y hasta parece ausente, es fácil olvidarlo, negarlo, o marginarlo.

Y, sin embargo, siempre servimos a alguien. Creemos que somos los amos y en realidad estamos sometidos: sometidos a las leyes de la naturaleza, a las limitaciones de nuestro cuerpo, a los impulsos de nuestro egoísmo, al obstáculo que, querámoslo o no, representa la gente que nos rodea. Nunca somos dueños absolutos, porque para ello tendríamos que estar solos: entonces nadie se nos opondría. Aún así, es posible que encontrásemos la oposición en nosotros mismos, en nuestro descontento por estar solos o en nuestras limitaciones físicas o intelectuales. Al fin y a la postre siempre servimos a alguien. La cuestión es: ¿a quién queremos servir y cómo queremos servir?

Hay un modo de servir que se traduce en dominio, pero nos degrada. El diablo, por ejemplo, le dice a Jesús que si se postra ante él y le adora, o sea, si le sirve, todos los reinos del mundo le estarán sometidos. Y añade: porque los poderes de este mundo son míos y yo los reparto entre mis amigos (Lc 4,5-7). Servir al diablo es también reinar. Sin duda un reino así estará condicionado por la procedencia de tal poder, y así se comprende que el camino de los impíos acabe mal, porque del mal nunca viene ningún bien. Dios no saca bien del mal. Si saca bien es de sí mismo, que es el Bien absoluto.

Hay un modo de servir que nos enaltece, nos potencia, nos libera. Cuando es el amor el que guía tu vida, entonces dominas, sí: te dominas a ti mismo y, al ser valorado y apreciado por los demás, eres soberano de todo, porque todos te respetan. De ahí este dicho de que servir a Dios es reinar. O como dice la plegaria eucarística: servir al Creador es dominar todo lo creado. Por eso, al crear al ser humano Dios le encomendó el dominio de la creación, pero un dominio que debía ejercerse con delicadeza y cuidado. No se trata de un dominio despótico, sino del dominio de quién es imagen de Dios y cuida de todo con amor y respeto.

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