jueves, 25 abril, 2024

SE HA PARADO EL RELOJ

Decía Thomas Chalmers que: «La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar». Y creo muy necesario que, ahora que los relojes se han parado, la vivamos como el estilo propio de cada consagrado.

Además de la responsabilidad colectiva que nos invita a vivir con preocupación la situación cuestionada del bien común, ¿estará siendo un tiempo de dicha? ¿Estaremos incubando una depresión colectiva?

Nos habíamos organizado para planificar el futuro y, de repente, nos sorprende un anuncio de porvenir que nada tiene que ver con lo previsto. Por mucha madurez que pongamos en los argumentos, la realidad es que es un tiempo de reconstrucción, tan drástica, que no alcanzamos a ver hasta dónde nos va a llevar. El porvenir está abierto, en manos del Espíritu. En el porvenir entran categorías siempre nuevas como la sorpresa y la providencia; la provisionalidad y frugalidad. Estamos seguros que pasada esta crisis, efectivamente, nada será como teníamos programado.

Estos días aprovecha uno para hacer y recibir aquellas llamadas para las que antes «no tenía tiempo». ¡Qué paradoja! Ahora detenido y cuestionado el tiempo, es cuando lo encontramos para el reencuentro con las personas. En sus expresiones no son pocos los que hacen muchos planteamientos, más voluntaristas que reales, y afirman, ¡cuando esto pase! Cuando lo que, de verdad, intentan decir es, «por favor, que esto pase».

En sus comentarios encuentro una coincidencia que a mí, al menos, me llena de esperanza. ¡Cuando esto pase, dejaré de preocuparme de tonterías! ¡Cuando esto pase, no gastaré inútilmente un minuto en buscar el poder! ¡Cuando esto pase, voy a cambiar de vida, de sitio, de estilo, de misión… voy a cambiar! Y me ha emocionado llegar a pensar que ¡cuando esto pase! es toda una pedagogía de Dios para nuestro pueblo de consagrados. Porque, en verdad, esta situación nos está llevando a reconocer que lo importante no suele estar donde lo colocamos y que no merece la pena vivir en una confusión. Definitivamente, no podemos seguir gastando energía evangélica en aquello que no lo merece.

Cuando esto pase y ojalá pase pronto, habremos aprendido que no es lo mismo compartir un inmueble que vivir en comunidad; vivir urgidos por el Reino que por nosotros mismos y nuestros reinos de soberbia, egolatría y orgullo. Habremos descubierto que la vida consagrada tiene su espacio, libre de virus, en cenáculos cómplices y capaces de celebrar el valor de la vida en sus signos más pequeños. Cuando esto pase, se habrá creado en algunos y algunas, anticuerpos activos contra toda «anti comunión» y estos ya no se conformarán con la primacía de la costumbre o el prejuicio. Ya no aceptarán vivir a medias, ni se acomodarán a las circunstancias y caprichos, porque se atreverán a interrogar e interrogarse por la verdad del corazón. Cuando esto pase, estoy seguro, algunos emprenderán viajes, no para huir, sino para vivir y deben hacerlo. Una de las constataciones que nos está trayendo la cuarentena es el discernimiento evangélico: qué es importante y qué prescindible. Estamos comprendiendo que levantar acta de un reunión ni tiene vida ni la trae a una comunidad. Hemos descubierto que aunque nos llenemos de citas, nuestros espacios de convivencia estaban muy afectados antes de la pandemia. Cuando esto pase, se inaugurarán nuevas presencias, muchísimo más humanas. Algunos hermanos y hermanas recuperarán una palabra muy silenciada por la formalidad anterior y descubrirán que tienen palabras ungidas, porque sus vidas, cuando esto pase, también recibirán la unción de la coherencia.

Cuando esto pase, por fin, aparecerá un liderazgo que inspire un caminar incierto sobre una realidad diferente. De momento no está. En estos pocos días de confinamiento, he podido leer casi una cincuentena de cartas que internamente se están enviando en las congregaciones. Están, evidentemente, llenas de buenos deseos y de un explícito cuidado de los hermanos y hermanas. Pero en todas hay un denominador común y es que todo pase para que todo siga igual… Y espero que no será así. Nada será igual, porque cuando esto pase, habrá dejado en la vida de cada uno de nosotros una enseñanza imborrable como para no malgastar la existencia en pequeñas trifulcas de coro, de celos, preeminencias, acepción y compensaciones. Cuando esto pase, la humanidad será diferente y necesitará una vida consagrada distinta. Una buena tarea para estos días aparentemente tan iguales, es soñar, en diálogo de tu a tu, con Jesús… cómo va a ser de diferente y feliz tu vida, cuando esto pase.

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