jueves, 25 abril, 2024

San José

La liturgia nos lleva de la mano, en este día, por el mundo de los sueños cumplidos: el sueño de Abraham, de la Gracia y de José.

Quizás sea todo lo mismo: el sueño de Dios. Sueño, porque lo de Dios es siempre así, una realidad diversa, casi onírica. Pero no un sueño que nos separa de lo que vivimos despiertos, sino un despertar de los sueños que nos hace percibir la realidad de otro modo.

Abraham sueña con el «Dios de la vida que da vida a los muertos», muy distinto a los pequeños dioses familiares que su familia siguió portando, como agarradera de lo que ya había pasado y siempre pasaría( «A vino nuevo odres nuevos»). Sueño de ir a otro lugar mejor, a un sitio donde se da en gratuidad, la tierra que mana leche y miel (sueño de todos los profetas dibujado con mil trazos distintos).

Pablo sueña con el poder del regalo de la gracia que vence la Ley que salvaba cumpliendo y abandonando al ser humano. La despreocupación por los demás bajo el disfraz del Sábado o de la limpieza ritual o del no tocar porque contamina; bajo el disfraz de un Dios milimétrico y totalmente aprensible en el encorsetamiento de pequeñas esclavitudes legales-rituales (excusa para controlar conciencias y para mantener estructuras esclerotizantes y conformistas)

Y, por fin, el sueño de José que reconstruye su anterior sueño, plano, de lo que viene dado (casarse con su prometida y formar una familia, como estaba mandado también por la ley). Y el sueño nuevo (que es regalo, Gracia) le dice que rompa la Ley, que no condene a su prometida (tampoco Jesús, continuando el sueño de Dios,  condenará a la adúltera, «¿Dónde están los que te condenaban? Yo tampoco te condeno»). Un sueño que resitúa a José en la Nueva Noticia que rompe los esquemas de Dios aprendidos y fáciles, de Dioses previsibles. Que rompe la lógica de ese Dios construído por algunos hombres para ponerlo a su servicio.

La realidad, para José, se hace más compleja porque todos le dicen que no sea tonto, que haga valer sus derechos, que la condena limpia la vergüenza, que Dios no puede, ni quiere, perdonar ese gran pecado. Pero José se fía del sueño de Dios y trastoca su realidad (y la nuestra). Y permite que la salvación comience después de ese otro gran sueño de un «Sí» generoso de una joven que quiere soñar la realidad de otro modo.

Soñemos…

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