En estos enriquecedores meses del despertar a la sinodalidad de toda la Iglesia, me impresionan las palabras del Papa Francisco en la Carta Apostólica “Scripturae Sacrae Affectus” que nos dedicó en el dieciséis centenario de la muerte de San Jerónimo, presentado como modelo de sinodalidad:
“Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita, es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras…Este amor por Cristo se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura. Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI… El estudio de Jerónimo se reveló como un esfuerzo realizado en la comunidad y al servicio de la comunidad, modelo de sinodalidad también para nosotros, para nuestro tiempo y para las diversas instituciones culturales de la Iglesia, con vistas a que sean siempre “lugar donde el saber se vuelve servicio, porque sin el saber nacido de la colaboración, y que se traduce en la cooperación, no hay desarrollo humano genuino e integral… El fundamento de esa comunión es la Escritura, que no podemos leer por nuestra cuenta: La Biblia ha sido escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente, con el “nosotros”, en el núcleo de la verdad que Dios mismo quiere comunicarnos”[1]
Ciertamente, los cristianos de los primeros siglos recorrieron los caminos de la Biblia, y fueron recogiendo de ellos la luz para sus pasos, el júbilo para el corazón y la sal para saborear la vida. Por eso, escuchar a los Padres de la Iglesia es retornar a la frescura de los inicios, y aprender de ellos “el arte de vivir unidos” en presencia de un misterio, el de un Dios-encarnado en lo cotidiano de nuestra humanidad, que camina junto a su pueblo, tomando sobre sí sus cargas para hacerlas ligeras.
Toda la historia, desde los inicios, es como una gran cesta llena de testimonios, e innumerables “lecciones de vida”, que vamos pasando de generación en generación. Vale la pena explorar esta cesta cargada de pasión por el Evangelio, y dejar hablar a los antiguos textos que forman ahora parte de nuestra “memoria viva”, así comprenderemos mejor nuestro presente.
Ojalá la memoria de San Jerónimo que hoy celebramos nos abra el apetito de la fe, y nos impulse a acercarnos al pan de la Tradición, entendida no como transmisión de una colección de palabras muertas, sino como “el río vivo” que se remonta a los orígenes y que viene cargado de vida. Sobre los fundamentos puestos por estos primeros constructores, sigue edificándose hoy la Iglesia, entre los gozos y las penas de su caminar y de su trabajo cotidiano.
[1] papa francisco, Carta Apostólica Scripturae Sacrae Affectus en el XVI centenario de la muerte de San Jerónimo (30 -09- 2020)