Sacramentos de la gloria de Dios

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Escuchadlo como si nunca lo hubieseis oído: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Escucha el mensaje y guárdalo en el corazón, porque si Dios es noticia, es noticia el amor, y si el amor es noticia, la noticia es buena.

Si esperas que la alegría llame a las puertas de tu casa, si deseas sentir sobre tu vida la mirada de Dios, si buscas pastor, si necesitas salvador, si sueñas que en tu noche irrumpe con su luz la gloria del cielo, escucha el mensaje y guárdalo en el corazón. Sus palabras te llevarán de la mano a Cristo Jesús, a “la buena noticia”, a “la gran alegría que es para todo el pueblo”; te llevarán a ver lo que has creído, a comulgar lo que has visto, a recibir a tu Salvador, al Mesías, al Señor.

Si esperas, escuchas, crees y comulgas, para ti será Navidad.

La madre Iglesia te toma ahora de la mano para que entres en el misterio de lo que comulgas, en la verdad de lo que celebras.

Escucha lo que unos a otros nos vamos diciendo mientras nos acercamos a la mesa del Señor: La Palabra se hizo carne, y hemos contemplado su gloria”.

La Palabra se hizo carne”:

La Palabra”, el artífice del universo, la sabiduría que mueve los mundos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, esa Palabra eterna “se hizo carne”, debilidad de debilidad, finitud de finitud, Dios despojado de sí mismo, Dios nacido de mujer, Dios niño, Dios emigrante, Dios escondido, Dios empujado hasta la muerte.

Busca en la paradoja la buena noticia que se te da en el misterio de esta noche santa: La fuerza de Dios se ha empadronado en tu debilidad, la santidad de Dios ha puesto su tienda entre los pecadores, el consuelo de Dios le ha dado un abrazo a tus lágrimas, la salvación de Dios ha subido contigo a tu patera, y en el seno de tus lutos ha empezado a gestarse un mundo donde ya no habrá lugar para la muerte.

Esa alegría que se te anuncia para que la comulgues, si la recuerdas nacida en Belén, se llamaba Jesús, y era un niño al que su madre envolvió en pañales y recostó en un pesebre.

Esa misma alegría, si la celebras nacida hoy para ti, la llamarás ‘Mi Salvador’, y es el Mesías, es tu Señor.

“Y hemos contemplado su gloria”:

En el niño de María, en la comunidad de los fieles, en los que no tienen el pan de cada día, en hombres, mujeres y niños a los que excluimos de nuestros derechos, en el rostro de los desechados porque no son de los nuestros, en todos ellos reconocemos a la Palabra hecha carne, en todos contemplamos su gloria, y en todos la recibimos con el mismo amor con que la comulgamos en la Eucaristía.

Hemos nombrado sacramentos de la vulnerabilidad de Dios, en los que vemos brillar el resplandor de su gloria: Un niño, una comunidad, un rostro humano, un pan.

Sólo la fe puede ver que la gloria de Dios se ha hecho huésped discreta de ese niño que contemplas recostado en el forraje de un pesebre. Y el corazón te dice que un día tu fe ha de ver esa gloria romper como un torrente de luz por las heridas de un crucificado.

Sólo la fe puede ver la gloria de Dios en el cuerpo humilde de la comunidad eclesial. El apóstol expresó así la realidad del sacramento: “Fijaos en vuestra asamblea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor”. Y, sin embargo, esa asamblea que no puede presumir de sí misma, reconoce y agradece la gracia que la ha embellecido, la justicia y la paz que besándose la han besado, la gloria de Dios que la habita; esa asamblea que no cuenta para este mundo, sabe que cuenta para Dios; esa asamblea de excluidos, sabe que está para siempre hospedada en el corazón de Dios.

Sólo la fe puede ver en el pan de la eucaristía, fruto humilde de nuestra tierra y del trabajo del hombre, la gloria de Cristo resucitado, gloria que es fruto de la tierra del Hijo más amado, del Unigénito que se nos ha dado, de su carne labrada por el amor para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Sólo la fe puede ver en el rostro de los pobres un sacramento de la venida de Cristo a nuestro encuentro. Por la fe podrás decir que “has visto al Señor”, cuando lo hayas abrazado y cuidado en el hambriento, en el sediento, en el abandonado al borde del camino, en el emigrante, en el enfermo, en el encarcelado, en el esclavizado; y si no lo supiese decir tu fe, te lo dirá el Señor cuando él te reciba en la hora en que todo se verá con claridad: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

“Alegrémonos todos”:

Lo vas diciendo al entrar en la misa de medianoche con la comunidad a la que perteneces: Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo.

Las palabras de esa invitación suenan hermosas y sencillas en el corazón de nuestra asamblea. Mientras las vamos diciendo, unos a otros nos invitamos a la alegría, unos y otros aceptamos la invitación, y todos, creyendo y esperando, escuchando y orando, desde el primer momento de la celebración nos disponemos a oír el evangelio, la noticia más hermosa que jamás se haya podido dar: “A María, que estaba encinta, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebreHoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Si te fijas en el sacramento, es un niño. Si te fijas en la gracia, es tu Salvador.

Que nadie quede fuera de nuestra alegría, pues es para todos este sacramento de ternura e inocencia, y nadie ha sido excluido de la gracia que el cielo regala a la tierra.

“Alegrémonos todos”: Lo dice nuestra comunidad reunida para la Eucaristía, lo dice en Cristo y con Cristo, lo dice a una voz con todos los que son de Cristo, con los que están cerca y los que están lejos, con los que viven y también con los que en Cristo han muerto.

“Alegrémonos todos”: No hay vallas que impidan a los pobres la entrada en esta alegría, no hay cuchillas que cierren el camino a quienes buscan la Navidad, no hay leyes de extranjería para quienes llamen con los nudillos de su esperanza a las puertas de nuestra vida.

“Alegrémonos todos”, porque Dios es de todos, y, como documento de entrada en su alegría, todos llevamos la imagen de su Hijo con el sello de su Espíritu.

Feliz Navidad.

Tánger, 20 de diciembre de 2014.

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