Las dos primeras lecturas de hoy nos hablan de la sabiduría, de esa sabiduría del Reino que nos invita a comer y a beber y a dejarnos comer y beber.
En la primera lectura es la misma Sabiduría la que se encarga de preparar la mesa del banquete y la que envía a sus sirvientes para que inviten a todos a acercarse a la gratuidad. Comer la Sabiduría supone entrar en la esfera del mismo Dios que sale al encuentro de los que lo buscan. No es solo un saber, sino el sabor que impregna la vida y la hace transitar por senderos de paz y de justicia. Sabiduría sabrosa.
San Pablo nos habla también de una sabiduría que nos ha de llenar: la del Espíritu. Esa que nos hace celebrar cada día el gran regalo de Dios que es la vida, que se nos ofrece de balde, en abundancia y con garantía de perdurar en el amor. Sabiduría de Espíritu que nos convoca en comunidad no para hacer mas cosas o ahorrar recursos, sino para «celebrar de todo corazón. En todo momento y por todas las cosas en el nombre del Señor Jesús». Celebración de las cosas pequeñas y cotidianas que a fuerza de normalidad nos pasan desapercibidas.
Y el Evangelio nos habla de la gran celebración de la sabiduría escondida de Dios. Entre velos de pan y vino diario, que son carne y sangre entregada y partida. Entrega y rotura que engendran Vida y que exigen (esa exigencia maravillosa del que ama hasta el extremo) la autodonación. Sabiduría sabrosa que nos invita a actualizar cada día, entre velos de cotidianidad, la entrega de uno mismo, el abrir los horizontes estrechos que nos creamos, el salir a los caminos invitando al gran banquete del Reino.
No son solo gestos, no es solo conocimiento intelectual, no es mero simbolismo o piedad privada y privativa. Es la Sabiduría Sabrosa de quien come y, comiendo, se deja comer.
Como decía Antoine Chevrier: «Que seamos buen Pan»