Para adentrarnos en el misterio de este domingo, nos dejaremos guiar por las palabras del Salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”. Son las palabras de nuestra oración responsorial.
Son del Salmista porque él oró mientras las buscaba a la luz de la fe para componer su poema, y porque oró cuando las encontró para bendecir con ellas a Dios.
Y son nuestras, porque la Iglesia las ha hecho suyas para que en nuestra Eucaristía cantemos las misericordias del Señor: la gracia de su palabra, el amor de sus designios, la grandeza de su creación, la belleza de sus obras, su victoria sobre la muerte.
A nuestro canto se unirá aquel jefe de la sinagoga que tenía a su niña en la últimas, y que acudió a Jesús en busca de curación y de vida. Y con nosotros estará también aquella mujer de los muchos años enferma y de los muchos médicos que no habían podido curarla, aquella que tuvo fe para robarle fuerza a Jesús. Todos unidos en la confesión de lo que hemos vivido: “Cambiaste mi luto en danzas, Señor Dios mío”.
Pero aún no te hablé de él, del que ora con nosotros, del que ora en nosotros, del que ora por nosotros; aún no te hablé de Cristo Jesús, aunque en él llegasen a su cumplimiento las palabras del Salmista, aunque de él fuesen evidente figura aquella mujer enferma y aquella niña muerta.
Cristo Jesús es la verdad de las palabras de nuestra oración; él es su sentido pleno.
Cuando nuestra oración confiesa lo que hemos conocido de Dios, en verdad confiesa lo que, por la fe y los sacramentos, hemos vivido y vivimos en comunión con Cristo Jesús.
Nosotros decimos: “Te ensalzaré Dios mío, porque me has librado”, pero no es lo mismo decirlo sólo con el Salmista que decirlo en Cristo Jesús.
No eres tú quien lo dice, sino Cristo en ti y tú en él: “Señor, sacaste mi vida del abismo y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. No eres tú quien agradece, sino Cristo en ti y tú en Cristo: “Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo”.
Y porque estás en comunión con él, esta es tu Pascua, Iglesia cuerpo de Cristo, este es tu salmo de resurrección, éste es el misterio que recuerdas orando y que vives celebrando: Hoy te acercas a Cristo para robarle tu curación y tu vida; hoy Cristo Jesús te toma de la mano y te dice: contigo hablo, levántate, resucita; hoy tu vida queda escondida con Cristo en Dios.
Hoy, cuando comulgues, con Cristo y con los pobres suban al cielo las palabra de tu canto: “Te daré gracias por siempre”. Lo cual indica que tienes intención de robarle también el cielo.
Feliz domingo, feliz encuentro con la vida en Cristo Jesús.