Resucitados, ungidos, siervos:

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Queridos:
Para los pobres suelen los días ser de pasión, y en estos tiempos, esa pasión se nos ha hecho, si cabe, más cercana, más de nuestras calles y plazas, no porque veamos más procesiones, sino porque vemos multiplicados calvarios y crucifixiones.
Este tiempo de pasión, esta noche de los pobres, no terminará cuando la liturgia nos permita ver, iluminado con la luz de Cristo resucitado, también su cuerpo que es la Iglesia.
En la celebración anual de la Pascua, la fe cambiará en fiesta nuestro luto, llenará de esperanza nuestra vida, encenderá en asambleas y corazones la luz de Cristo resucitado.
Cuando llegue la Pascua, se adueñará de nosotros el aleluya, el canto de la patria celeste, un canto de alabanza al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, en su Hijo, nos ha hecho pasar de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
No debes ignorar, Iglesia de Cristo, el gozo de tu pascua; que nada oscurezca la fiesta de tu resurrección. Pero no has de olvidar tampoco que, enaltecido a la gloria del cielo, tu Señor continúa herido en el mundo.
Por eso, para que no renuncies al gozo ni olvides el sufrimiento, deseo entrar contigo en tu misterio, en lo que eres por gracia de Dios.

Resucitados:
Si al apóstol le pregunto por la condición en la que nacimos, nos dirá: “También vosotros un tiempo estabais muertos por vuestras culpas y pecados, cuando seguíais el proceder de este mundo”.
Y si le pregunto por la obra de Dios a favor nuestro, dirá: “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo –estáis salvados por pura gracia-; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia”.
No podrá estimar lo que es quien ignore lo que ha sido. No podrá agradecer lo que ha recibido quien olvide que es gracia. Despreciará el evangelio de la resurrección quien no se reconozca a sí mismo entre los muertos. No buscaremos el agua viva de la justificación si no nos apremia la sed de misericordia. Ignoraremos el evangelio de la salvación si no abre las puertas de nuestro corazón la necesidad de ser salvados.
Sólo los pobres pueden recibir a Jesús: sólo ellos lo escucharán, sólo ellos se acercarán a él para ser curados, sólo en ellos se abrirá camino la gracia de Dios. Sólo los pobres llamarán Jesús al evangelio que han recibido, pues el perdón, la gracia, la justicia, la vida, la gloria se llaman siempre Jesús.
Nadie puede pasar de la deuda al perdón, del pecado a la gracia, si no es por Jesús; no se puede atravesar desde el abismo de la muerte al seno de la vida si no es en Jesús; no se va del destierro a la patria si no es con Jesús.
La fe va diciendo que somos obra de Dios, pues él nos ha creado en Cristo Jesús: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”.
Que el aleluya vaya diciendo a tierra y cielo el gozo que llevas en el corazón por lo que confiesa tu fe.

Ungidos:
Intento dar nombre a lo que somos por gracia de Dios. Y, si con verdad pueden llamarnos resucitados, también se nos puede llamar ungidos, pues lo somos.
Considera de dónde proviene el ungüento de tu unción, cuál es la fuente de donde mana para ti el agua que salta hasta la vida eterna, dónde está el Espíritu con el que has sido ungida, Iglesia de Cristo, para ser su cuerpo.
Sólo puede dártelo aquel sobre quien el Espíritu ha bajado, y sobre quien se ha posado: “Ése es el que bautiza con Espíritu Santo”; él es el que te ha bautizado.
Escucha la voz de la fuente que te invita a beber: “Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». Dijo esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado”.
No dejes de contemplar a Cristo glorificado en la cruz, pues él es la fuente del Espíritu. Cuando todo se hubo cumplido, la fuente, “inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. Ves que Jesús ha inclinado la cabeza; la razón es que ha terminado su tarea, ha llegado el final de su día, es hora de descansar. Ahora, porque todo “está cumplido”, ya puede Jesús “entregar el espíritu”; y ya puedes tú dar sentido pleno a las palabras que el salmista te ha regalado para la oración: “El Señor… me conduce hacia fuentes tranquilas”, pues el Padre del cielo te conduce cada día a que apagues tu sed en su Hijo dormido en la cruz.
Y no dejes de escuchar la voz de la fuente: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. La fuente nos atraerá, no sólo porque está abierta en lo alto de la cruz y todos podrán verla, sino también porque es fuente de ungüento perfumado, y seremos atraídos por “el olor de sus perfumes”. El Espíritu que has recibido de Cristo muerto y resucitado es el buen olor de Dios en tu vida.
Considera ahora sobre quiénes desciende el Espíritu que por Cristo se nos ha dado.
Sólo podrá recibirlo el alma sedienta que lo busque “como busca la cierva corrientes de agua”; la amada que añore los amores del esposo y corra tras el exquisito olor de sus perfumes.
Te he visto llorar sedienta de amor: abrázate a Cristo crucificado. Te he viso penar pobre de fe: bebe en Cristo glorificado. Te he visto suplicar un corazón nuevo, un espíritu nuevo: recibe el Espíritu del Resucitado, que hace nuevas todas las cosas.
Da gracias al Señor si lloras, bendice a tu Dios si añoras, goza si ante él te arrodillas y suplicas, pues lágrimas, deseos y súplicas son la sed con que la fuente te atrae para que vayas a ella y bebas; lágrimas, deseos y súplicas son los lazos con los que Cristo te atrae para que vivas.

Siervos:
Esto es lo que la unción hace de nosotros: siervos del evangelio, siervos de los pobres, siervos de Cristo crucificado.
Una buena noticia para los pobres es lo que el Espíritu de Dios te ha dado, Iglesia de Cristo, lo que siempre has de llevar en tu vida para anunciárselo a los que sufren. Y cuando se lo hayas anunciado, cuando hayas curado los corazones desgarrados, cuando hayas proclamado la amnistía a los cautivos y la libertad a los prisioneros, cuando hayas vestido al desnudo, dado de comer al hambriento y de beber al sediento, cuando hayas visitado al enfermo y al encarcelado, cuando hayas acogido al emigrante y al que no tiene hogar, cuando hayas amparado al huérfano y a la viuda, tú, comunidad ungida y amada que sólo deseabas servir con amor a los pobres, descubrirás que el Espíritu había hecho de ti sierva atenta y amorosa de Cristo, tu Señor y tu Rey.

Conclusión:
Si miras a la fuente de donde mana para ti el Espíritu del Señor, no puedes separar el gozo por el don que se te hace, y la compunción del corazón por las heridas que ves en tu Redentor.
Si tu cuerpo se estremece por la unción del Espíritu, y confiesas que el amor de Dios ha sido derramado en el corazón de los fieles por el Espíritu que se nos ha dado, no podrás separar el gozo de verte comunidad de hijos que Dios ama, y el dolor de ver a tantos hermanos que sufren.
Si el Espíritu te ha enviado con un evangelio para los que sufren, no separes la compasión por su pobreza del gozo por su consuelo.
No renuncies al gozo; no olvides el sufrimiento.
Feliz Pascua.

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