Hace un tiempo tuve la oportunidad de ser llamado a un encuentro entre obispos y superiores religiosos en una nación americana. Hubo allá una preciosa experiencia de sinodalidad que nos puede ayudar a profundizar en lo que “en este momento” la Iglesia sueña e intenta vivir. Mantengo el estilo coloquial y fraterno que en aquella oportunidad utilicé
Quiero agradecerles, en primer lugar, la confianza que ustedes han depositado en mí, al pedirme que les ofrezca una reflexión que pueda servir como marco de referencia al diálogo que ustedes desean mantener durante esta mañana.
Mi primer sentimiento es de veneración ante cada uno de Ustedes. Todos ustedes, Señor Cardenal, Señor Nuncio, Señores Obispos, Superiores y Superioras provinciales, Delegados o Delegadas de sus Congregaciones, son portadores y portadoras del don del Espíritu; todos ustedes son miembros del Cuerpo del Señor que es la Iglesia. Cada uno de Ustedes representa una realidad que les trasciende, más allá de su propia individualidad.
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