jueves, 25 abril, 2024

RELACIÓN CON CRISTO: FORMACIÓN PERMANENTE

Boni--MG_0552(Bonifacio Fernández, VR). Jesús históricamente se presenta como una persona que auna en sí mismo rasgos de profeta, de sabio, de carismático. En cuanto maestro y profeta llama y reúne a discípulos en torno a sí. La narración evangélica, especialmente Marcos, ha dejado constancia de la misión educativa y formativa de Jesús con respecto a sus discípulos. Jesús es un maestro que tiene autoridad. Es un profeta itinerante que cautiva con su persona y su misión. Jesús irradia y atrae.

Después de pascua, Cristo actúa en los discípulos, vive en ellos, les confiere su Espíritu filial que los connaturaliza con la forma de vida de Jesús. La irradiación de su ser feliz, en su relación con el Padre, contagia a los discípulos.

Los discípulos necesitan narrar la historia de su encuentro y seguimiento de Cristo. Nos cuentan la historia de su fe. Y nosotros, como seguidores de Jesús, necesitamos recordar esa narración. En ella se inscribe la nuestra. En ese relato cobra sentido el relato de nuestra propia vida.

Mi forma de vida

Existir humanamente es experimentar la vida desde unos sentimientos básicos. Podemos llamarlo el sentimiento metafísico de la vida como decía Ortega y Gasset. Es decir, nuestras vidas existen partiendo de una “impresión radical, última, básica que tenemos del Universo”. No sería nuestra voluntad y decisión la que daría forma a nuestra vida humana; habría algo previo a la voluntad. “Nuestro corazón, con terquedad de astro, se siente adscrito a una órbita predeterminada y girará por la propia gravitación hacia el arte o la ambición política o el placer sexual o el dinero”1.

Nos podemos preguntar si tenemos un sentimiento trágico, dramático, agónico, fatalista, nihilista, lúdico, gozoso, agradecido, feliz… de la vida. ¿Qué sabor fundamental tiene la vida para mí a mis años? ¿Merece la pena ser vivida? ¿Hay algo por lo cual merece la pena dar mi vida? ¿Me apasiona vivir? ¿Estoy cansado de vivir? ¿Cuál es mi misión en la vida? ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Cuál es mi sueño profundo y persistente? ¿Qué clase de hombre/mujer quiero llegar a ser? ¿Intento ser lo que deseo ser? ¿Sueño despierto lo que deseo soñar?

Hay un sentimiento básico de la vida que configura la forma que ella adquiere en nosotros. La vida tiene una forma en cada persona. Tiende a expresarse y realizarse notoriamente de una forma determinada. Cada persona somos única, irrepetible, irremplazable. Somos responsables de gestionar nuestra vida, nuestros dones y potencialidades. No podemos dimitir de esta responsabilidad, no nos podemos dejar vivir pasivamente, dejarnos llevar. No podemos dejar a otros la responsabilidad de nuestra vida.

Estamos llamados a realizarnos, autorea-lizarnos en libertad y responsabilidad. La primera vocación y obligación del hombre es ser feliz. Y la segunda es ayudar a los demás a ser felices.

Cuando las personas se relacionan y se reconocen en esa forma básica de vida surge la forma de vida de una familia, de un grupo, de una comunidad religiosa, de una Iglesia.

Hacer la profesión religiosa es entrar en una forma de vida cristiana y carismática. Y una forma de vida que se autotrasciendehacia adelante y hacia Dios.

¿Hasta qué punto es Cristo quien unifica las fuerzas de mi vida, los sueños, las motivaciones, los deseos, los impulsos…?

El problema cultural que tenemos actualmente es que los vínculos y los afectos son frágiles. Prevalece la libertad individual como proyecto a realizar. Por eso, produce miedo el compromiso; por eso la pertenencia es débil. Y, sin embargo, la verdad es que una congregación la forman todos sus miembros. Lo más importante de una congregación son las personas. Todas las personas y las instituciones tienen que estar al servicio del carisma y de la misión. No está la congregación para que los individuos rea-licen sus expectativas. Nadie está llamado a ser un verso suelto en la comunidad congregacional.

Cristo existe en la forma de Dios (Flp 2, 6-11)

Cristo existe en la forma de Dios; vive en la gloria de Dios, en la relación filial y plena. Pero no consideró codiciable esta condición gloriosa, sino que se despojó. Se anonadó. En cuanto Forma y Verbo de Dios, nos creó a su imagen y semejanza. Grabó su imagen en nuestro ser creatural. Nos forjó como creaturas que reflejan y claman por su creador. El pecado deslució el brillo de esa imagen.

Cristo es el modelo de relación con el Padre; es el modelo de la fidelidad al mandamiento nuevo del amor. “Como el Padre me amó, yo os he amado a vosotros. Permaneced en mi amor…” (Jn 15, 9). La relación de amor de Jesús con respecto al Padre y primariamente del Padre a Jesús es lo que los discípulos tienen que aprender y repetir. Jesús es el prototipo, la fuente y la inspiración del comportamiento ético y religioso de los discípulos.

El Jesús, enviado por el Padre, es el que envía a los discípulos; el Jesús consagrado por el Padre es el que consagra en la verdad a los discípulos (Jn 17, 18-19). La unidad entre el Padre y el Hijo es la referencia para la unidad de los discípulos. Cristo da la palabra del Padre, su alegría colmada (Jn 17, 13), promete una alegría profunda que nadie podrá quitar (Jn 16, 22).

Podemos resumir este proceso en una especie de slogan: Dios se ha hecho hombre, imítalo, hazte hombre.

Preguntas:

Qué tipo de relaciones estoy viviendo? ¿Prevalecen las relaciones vitalizadoras? ¿Prevalecen las relaciones paralizadoras? ¿Es la comunidad actual para mí un espacio de vida y “un camino de luz”?

Nos forma

Cristo en nosotros, toma forma y da forma a nuestra vida. A base de escuchar su palabra y tratar de ponerla en práctica. Siendo dóciles y obedientes a su enseñanza y sus prácticas, nuestra vida va adquiriendo su forma de vivir. Nos hacemos partícipes de los sentimientos del Hijo. Su forma de vida filial, fraterna y mesiánica se convierte en nuestra forma de vida. Una metáfora expresiva es la de la casa. La palabra habita en nosotros como en su casa. Y también su vida, su misión y su amor, las hace habitar en nosotros.

Ello requiere un proceso formativo de identificación progresiva con el estilo de vida de Jesús. La vida prepascual de Jesús con sus discípulos nos muestra el camino, las dificultades, las experiencias que surcan esta etapa. El pasaje pascual de los dos de Emaús (Lc 24) evoca el itinerario de Jesús con los discípulos. Se sienten defraudados; sus esperas y esperanza se ven radicalmente frustradas. No entienden. No pueden comprender que la gloria del Mesías es la gloria del amor hasta la muerte.

Jesús les reprocha su lentitud para creer todo lo que dijeron los profetas (Lc 24, 25). Al final del recorrido, los dos discípulos se entusiasman por el Maestro y por la misión.

Si durante el camino histórico el discípulo se apasiona por la doctrina y los gestos del profeta que cura y libera, y le cuesta mucho entender la identidad y originalidad de Jesús –“aun no comprendéis ni entendéis”(Mc 8, 17)–, ahora tiene dificultad en entender la nueva forma de presencia del Resucitado en medio de la naciente comunidad.

La acción del Espíritu es la que nos connaturaliza con la forma de vida de Jesús; el Espíritu forma a Cristo en nosotros (cf. 2Cor 13, 5; Gal 4, 19; Col 1, 27); es una presencia vivificadora (cf. 2Cor 3, 6). Pablo emplea la imagen del parto doloroso hasta que Cristo se forme en los cristianos (cf. Gal 4, 19). En la línea del crecimiento en la formación, Pablo distingue los cristianos que son todavía niños, y los que son adultos que han logrado ya una cierta madurez (cf. 1Cor 3, 2; 13, 11; 14, 20; Ef 4, 14-16; Flp 3, 12-15).

La acción formativa del Espíritu, referida a la vida religiosa, se expresa concretamente: “es Él quien forma y plasma el ánimo de los llamados, configurándolos a Cristo casto, pobre y obediente, y moviéndolos a acoger como propia su misión. Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación, llegan a ser, día tras día, personas cristiformes, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor resucitado”2.

Nos con-forma con ÉL

Su Espíritu de Resucitado la ha derramado sobre nosotros los discípulos. Su espíritu nos connaturaliza con su forma de esperar, de amar, de confiar en la voluntad del Padre. El Espíritu nos configura progresivamente con el misterio del Hijo que busca en todo fielmente la voluntad del Padre. La configuración con Cristo es un acontecimiento trinitario: lo realiza el Padre, en el Hijo primogénito, por la acción del Espíritu santificador.

Nuestra vida es Cristiforme. Él en nosotros, nosotros en Él; Él por nosotros, nosotros por medio y a través de Él. Estamos revestidos de Cristo en cuanto bautizados (cf. Gal 3, 27; Rm 13, 12-14; Ef 6, 11). Él ha sido plantado en nuestro viejo árbol… Cristo modela nuestra vida como un artesano. La forja como hace en la fragua el artista del hierro. Y la modela también desde la comunión con su misterio pascual: Él vive en nosotros, está presente en nosotros, dinamiza nuestra vida, puesto que nos ha incorporado a su nueva vida de Resucitado.

Como consagrados esta relación con Jesucristo se configura en nosotros como respuesta; y la índole de la respuesta se especifica con diversas categorías: Por Él, en Él, con Él, hacia Él, conformación con Cristo (cf. VC 18, 2; compromiso total (cf. VC 18, 1), adhesión conformadora (cf. VC 16, 3), personas cristiformes (cf. VC 19, 2), prolongación en la historia de la presencia especial del Señor resucitado, íntima unión con Cristo…

Los discípulos primeros, educados en el judaísmo, tienen que dejarse introducir en el nuevo estilo de vida de Jesús. Están viviendo nuevos tiempos; la historia de la salvación ha entrado en una nueva etapa; es preciso estar abiertos a los cambios, abandonar viejas costumbres e incorporar actitudes nuevas de filiación, de fraternidad, de universalidad, de esperanza mesiánica… Una nueva manera de entender la ley; y la adoración a Dios en espíritu y en verdad…

En el camino histórico hacia Jerusalén los discípulos tienen que aprender a modificar su concepto de “los nuestros y los otros”. La asignatura de la apertura les resulta difícil de aprender. Jesús les tiene que regañar por su actitud ante los samaritanos (cf. Lc 9, 55).

Por parte de los discípulos, la actitud correspondiente consiste en dejarse formar y conformar con Él. Con respecto a la vida consagrada: “En efecto, antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto, este es el quehacer principal de la vida consagrada! Cuanto más se deja conformar a Cristo, más lo hace presente y operante en el mundo para la salvación de los hombres” (VC 72).

Preguntas:

¿Cómo resuena esto en mí? ¿Me aburre? ¿Me deja indiferente? ¿Me cautiva? ¿Me emociona? ¿Despierta mis mejores energías de generosidad…?

Nos In-forma

Jesús históricamente fue un profeta itinerante, en la tradición profética del pueblo de Israel. Enseña en las sinagogas y en lugares abiertos; no se limita a informar a unos pocos sino que como predicador carismático e informal se dirige a la gente. Tiene autoridad ante el pueblo. Suscita sentimientos de asombro, admiración, sobrecogimiento. ¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen” (Lc 4,37).

Jesús también dialoga y polemiza con los rabinos de su tiempo. Pero sobre todo, la pasión de su vida es anunciar la gran buena noticia, la llegada del reino de Dios. Esa es la gran noticia de la que se siente portador y realizador. Como predicador del reino, nos informa sobre el camino de Dios que se revela a través de Él: nos da a conocer cuál fue el camino de la vida para Él. Y cuál puede ser para los llamados a seguirle como discípulos. Los introduce en las puertas del misterio insondable de Dios y de su reino. Les pide una ruptura con lo anterior; les invita con urgencia a reconocer la nueva situación en que viven. Es el paso a una nueva forma de vida que exige la metanoia.

Jesús los llama sin tener en cuenta su conducta moral previa, ni su origen geográfico, ni su clase social, ni su estado de vida. Todos igualmente tienen que aprender la transformación de la vida.

Se trata de un proceso lento de iniciación de los discípulos en los misterios del reino. Los evangelistas no tienen reparo en constatar las torpezas de los discípulos para entrar en esa nueva dimensión.

Son frecuentes los malentendidos no solo entre Jesús y los judíos, sino también entre Jesús y los discípulos. Para el evangelio de Juan destaca el juego con el doble sentido de las palabras que parece revestir un tono de ironía (el templo que lo reedifica en tres días… pero Él les hablaba del templo de su cuerpo). Aparecen nombres propios en estos malentendidos: Nicodemo (nacer/nacer de nuevo siendo viejo), la Samaritana (el agua y el Agua), Marta, Pedro, Tomás y Felipe… Por parte de los sinópticos encontramos también que subrayan las incomprensiones de los discípulos (cf. Mc 6, 52; 7, 18; 9, 17-18.21.33; 9, 10.32; 10, 38). Mateo y Lucas limitan estos datos sobre la incomprensión de los discípulos.

El Espíritu completará la formación y los guiará a la verdad completa (cf. Jn 14, 26ss); será la memoria viva de las palabras de Jesús.

Nos re-forma

En el transcurso de nuestra vida la energía está contrastada con la inercia; los ritmos fuertes con los de cansancio. Nuestra vida, como la Iglesia, est semper reformanda. Hay mucho que necesita nueva forma. No es fácil adquirir la forma filial y fraterna. La libertad es una asignatura difícil de aprender a la vez que la fidelidad a la misión. La actitud del servicio la recalcó mucho Jesús en la vida cotidiana con los seguidores en lugar de la búsqueda del poder. Pero parece que no llegaron a aprenderla. Aprender a no juzgar… a creer en el Padre y en las personas… es tarea ardua. Aprender a vivir con una actitud compasiva y misericordiosa, en lugar de la violencia y la exclusión… La propuesta de Jesús es devolver bien por mal, poner la otra mejilla.

El Resucitado nos llama a participar y continuar la obra de la redención. De hecho, todos estamos sometidos al dinamismo del pecado: el egoísmo, la autosuficiencia, el miedo a la muerte, la acumulación de poder y de tener, la desconfianza de los otros seres humanos. Por la resurrección de Jesús de entre los muertos todos hemos recibido gratuitamente la justificación de la vida (cf. Rm 4, 25; 5, 18) ya en el tiempo presente; nos ha hecho compartir su misma vida.

Nos transforma

Desde el inicio de nuestro encuentro con Cristo, el proceso de configuración con Él, va transformando nuestra vida real. Transforma nuestros sentimientos de desconfianza en sentimientos de hijos en el Hijo amado. Cambia nuestras esperas y esperanzas amenazadas por la caducidad y por la muerte en esperanza de vida mejor, de vida en plenitud. Transforma el marco de nuestro proyecto de vida siguiendo el suyo: de egoísta en altruista, de individualista en solidario… Él es el Mesías, anti-mesías. Es el sacerdote, anti-sacerdote; es el Señor, siervo, que nos deja el ejemplo de lavar los pies a los hermanos

Va transformando nuestro barro según la obra de arte que, como artista, quiere hacer de nuestra vida. Se va grabando en nuestra mente y corazón la imagen del Hijo amado. “Y nosotros todos… reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu”(2Cor 3, 18). Como Nuevo Adán nos ha incluido en su misterio pascual. Ha iniciado un proceso de transformación del hombre viejo en el hombre nuevo. Esta transformación existencial, moral y espiritual tendrá su consumación en el futuro en la transformación de nuestro cuerpo “El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con la energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21). Pero esta transformación tiene su comienzo en el bautismo porque si nos hemos hecho una misma cosa con Él, por una muerte semejante a la suya también lo seremos por una resurrección semejante” (Rm 6, 5).

Preguntas:

¿De qué necesito yo ser transformado? ¿Realmente deseo y siento necesidad de transformación? ¿Me siento satisfecho como estoy?

Se de-forma para rectificar nuestra deformación

El Hijo unigénito se ha puesto en camino para ser el Hijo conformado por nosotros. El eterno se hace temporal; el Señor se hace siervo, el inmortal se somete a la muerte, la Palabra se hace gramática humana y gesto humano. Es también el Hijo deformado y desfigurado por nosotros en la pasión y la crucifixión. El proceso de encarnación y de kénosis le lleva a asumir la condición humana hasta el final. En su pasión y muerte nos revela hasta que punto la condición humana deformada es violenta y hace inevitable el rechazo y la muerte del justo. Por la ambición y por la violencia del corazón humano, que son formas de desamor, Jesús es llevado a la cruz, y con ello a la confesión de su amor incondicional al Padre y a nosotros. El crucificado no tiene figura humana. La crucifixión intenta acabar con la pretensión y liberación de Jesús.

En el proceso de despojo hacia la crucifixión, Jesús se identifica con todos aquellos en los cuales la imagen y semejanza de Dios ha sido deformada. Su rostro se asemeja a los rostros desfigurados por el hambre, por la decepción por la pobreza, por la humillación y la tortura (cf. VC 75).

El contacto con su estilo de vida, mediante la fe y la familiaridad con su palabra, va rectificando nuestras tendencias a una forma de vida en la seguridad del tener, del poder, del placer, protegiéndonos de nuestra fragilidad e inseguridad más existencial. Ir dejando la forma de vida autosuficiente y auto-referida… Para vivir al aire de Jesús somos invitados a orar como Él al Padre. El reconocimiento del Padre como amor y salvación rectifica nuestra condición humana y nos cura la “joroba” de tener que mirarnos a nosotros mismos. El símbolo humano del caracol deja paso al girasol como símbolo de la vida capaz de adoración.

La muerte de Jesucristo “pro crucifixión” revela el pecado y la precariedad de la condición humana.

Preguntas:

¿Qué rasgos de la personalidad de Jesús me impresionan más últimamente. ¿Qué me dice esto de mí mismo?

Nos contra-re-forma

El mensaje y la vida de Jesús representan una nueva forma de vivir la vida humana; es la suya una existencia transfigurada, bienaventurada. Él encarna las bienaventuranzas: es el pobre, el manso, el limpio de corazón, el misericordioso, el perseguido… Su vida cotidiana es la vida histórica del Hijo de Dios eterno. “Jesús es verdaderamente el “filósofo” y el “pastor” que nos indica qué es y dónde está la vida”3.

El seguimiento y la fe en Jesús nos coloca en una situación paradójica: participamos de la nueva vida y seguimos portando la vieja condición. Vivimos al filo entre lo viejo y lo nuevo, entre la luz y la sombra, entre la claridad y la oscuridad. Nuestra vida es un largo amanecer y un largo despertar a la vida en plenitud.

El discípulo aprende a acoger las limitaciones y lentitudes de la propia transformación. Advierte que el proceso de adhesión al Maestro implica una conversión radical a la confianza en la promesa de Dios. Como el maestro en su paso de la muerte a la vida, el discípulo tiene que aprender que el seguimiento implica también el amor hasta el extremo. La crucifixión es la abreviatura de la vida de Jesús y la radicalización de su ser para Dios y para los demás. Jesús entrega su vida, confiando en el amor del Padre, aun en medio de la adversidad de los hombres y del silencio de Dios.

El amor del Padre no libera ni del fracaso, ni del dolor, ni de la enfermedad. Puede incluso conducir a la adversidad y la persecución: “Si el grano de trigo no muere…”.

Nos per-forma

El estilo de vida de Jesús es “performance” del reino de Dios. La relación de Jesús con el reino no es solo informativa, es también performativa. La existencia histórica de Jesús es presencia y realización del reino. De la misma manera el anuncio evangélico no se nos trasmite como mera información, se nos transmite como lenguaje performativo de nuestra vida4.

El Resucitado nos alcanza para llamarnos a colaborar en la obra del reino del Padre. Va delante de nosotros por los caminos del tiempo enseñándonos a discernir y descifrar los signos de los tiempos. La trayectoria de Jesús en la historia incluye la pasión y la muerte. Constituye un verdadero drama. Hacer la voluntad del Padre le lleva a representar el camino del hombre con toda su violencia, su desamor y soledad.

El Jesús de los evangelios muestra una sorprendente capacidad de leer la vida de sus destinatarios sin juzgarla. La lee como un proceso iluminador de la propia historia. Resulta paradigmático el relato de la Samaritana (cf. Jn 4, 1-42).

Preguntas:

¿Cómo estoy viviendo la dimensión negativa de mi vida? ¿Qué hago con los sentimientos negativos: envidia, celos, rivalidad, sumisión, cobardía?¿Los admito? ¿Los niego y reprimo? ¿Soy consciente de ellos? ¿Los expreso?

1 José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, en Revista de Occidente, Madrid 1973, p. 134. Otros autores estudian el tema de las formas de vida desde distintas perspectivas; por ejemplo desde la perspectiva sociológica Emile Durkheim ha estudiado las formas elementales de la vida religiosa. Johannes Huizinga estudia las formas de vida y del espíritu durante el siglo XIV y XV en Francia y en los Países Bajos,. Desde el punto de vista lingüístico ha estudiado las formas de vida L. Wittgestein.

2 Vita Consecrata, 19.

3 Benedicto XVI, Spe Salvi, 8.

4 Benedicto XVI, Spe Salvi, 10.

 

Print Friendly, PDF & Email
- Advertisment -

DEBERÍAS LEER

Memoria y eucaristía

0
Así oramos hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Si me preguntas cuál es el motivo de nuestra oración,...

VIENTO DE LIBERTAD

Síguenos en Twitter