viernes, 26 abril, 2024

REGENERACIÓN PENTECOSTAL

foto jesus webLa fiesta litúrgica de la pascua de Pentecostés y las elecciones autonómicas y municipales han coincidido este año el mismo domingo. Junto a los consabidos “dones y frutos” del Espíritu: alegría, vida, fortaleza, renovación interior, cambio, etc., que la Iglesia viene celebrando con alegría y esperanza; en esta ocasión, “frutos y dones”, de algún modo semejantes, si queremos “civiles, profanos, políticos o sociales”, se escuchan por doquier en los medios de comunicación social. Es llamativo y a la vez interpelante, que esos “aires”y esos “fuegos” tan eclesiales por pentecostales, aleteen también -a su modo y medida- en el ámbito secular. Tal vez esto, si sabemos escrutar esos signos de la vida y de las épocas, nos acerque los dos planos: el secular y el eclesial, que no deben ni tienen por qué estar tan paralelos, sino intercediéndose, transversalizándose, irrumpiendo unos en otros, porque sería señal de que fe y vida, cristianismo y realidades temporales, no son esferas tangentes que apenas se rozan en determinados puntos, sino esferas que se iluminan, se entrecruzan, incluso pueden coincidir como parte constitutiva de una única realidad; un “mundo” que se moja, se humedece, se ventila, se encandila, se transforma,  desde la fuerza misma del Espíritu Santo que alienta, sin interferencias impuestas u obligadas, en la conciencia global de un mundo urgido de renovación, de justicia, de igualdad, de fraternidad, y, por supuesto, de “regeneración”.

Regeneración democrática, es uno de los conceptos, muletillas, palabras mágicas, ensalmo mesiánico, santo y seña, que la práctica totalidad de los partidos políticos reclaman para sí como denominación de origen. Más allá de las ideologías que los sustentan, de historias y leyendas opacas y en black, de leyes y decisiones discutibles y deshumanziantes y hasta vergonzosas y vengonzantes, en estos momentos post-electorales todos corren despavoridos y se suben al carro (no siempre tan concurrido en otros muchos momentos) de la “regeneración democrática”. Cosa muy distinta es lo que de estratégico, interesado, sincero, veraz, puedan tener esas búsquedas de sitio cómodo y populista en el tren de la regeneración político-social de nuestro país. El tiempo, la vida, la terca realidad de los hechos, nos irán aclarando cuánto de honesto y cuánto de espurio se esconde tras una bandera cuya asta todos quieren enarbolar, si es posible en solitario, para capitalizar un ansia legítima, casi desgarrada, pero exigida a gritos por la gente de a pie, en las mareas o en las oleadas, en el silencio tímido, o en las conversaciones de plazas, mercados y pasillos de la vida anónima que no trasciende a los todopoderosos medios, también necesitados ellos, -dicho sea de paso- de una regeneración periodística e informativa.

Pero es bueno que esos vientos y estos fuegos, que los cristianos hemos celebrado y nos hemos comprometido a no ponerles valladares, bloqueos o dejarlos en palabras vacías de contenido y parresía, hemos aclamado el domingo de Pentecostés. Porque las mismas reservas que todos tenemos sobre esa cacareada y posiblemente manipulada regeneración democrática, la misma sospecha de un nuevo engaño, el mismo miedo a que todo se quede en agua de borrajas y que “se cambie algo para que todo siga igual”, según celebre frase, podemos percibirla en el seno mismo de la Iglesia. Una Iglesia llamada desde siempre, y a gritos por el papa Francisco, a una “regeneración”, no tanto ni sólo “democrática”, sino “pentecostal”, “evangélica”, “hondamente humana y terriblemente misericordiosa”. No nos engañemos, también nosotros, los cristianos -que además somos ciudadanos-, podemos desnortarnos por los cantos de sirena de la Itaca del momento y seguir, -¡es más cómodo, más seguro, más analgésico!- siendo espectadores ante una reforma eclesial que en el fondo, también nosotros, tememos, dudamos,  resistimos o, incluso, no pocos boicotean esgrimiendo viejos sustos y estigmas de heterodoxia, herejía, traición a la tradición (¿a cuál?), y hasta caballo de Troya instalado en Santa Marta, en el mismo corazón de la sede de Pedro el pescador.

Entonces, la regeneración (reforma, renovación, saneamiento, decencia, humanismo puro y duro) -a niveles políticos en España- y a niveles eclesiales también en España, dejaría de ser la utopía de la re-generación para convertirse, (volver a ser) la engañifa de la de-generación. ¡Ven, Espíritu Santo!

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