El otro día me decía una profesora amiga: “a ver cuando nos regalamos una tarde tú y yo”; me gustó la expresión y la he tomado como título de esta sección. Una vez al mes me voy a regalar una tarde con vosotros, un rato donde poder comentar acerca de los múltiples registros de nuestra vida. Me invitan a desgranar lo que me parece urgente hoy para la vida religiosa, lo interpreto como poder ir buscando con otros y otras, gustando sus sabores, descubriendo matices nuevos y reinventando juntos este tiempo que nos toca vivir. Y lo primero que me viene es el deseo de poner el acento en todo lo que tiene de “vida”, en aquellas dimensiones que nos ayudan a experimentar con gratitud el trajín cotidiano. Necesitamos recuperar, como el aire que respiramos, la frescura y la belleza de este camino.
Madeleine Delbrêl, una mujer deslumbrada por Dios, decía: “Emprended vuestra jornada sin ideas preconcebidas y sin prever la fatiga, sin proyectos sobre Dios, sin recuerdos de él. No llevéis mapas para descubrirle, sabiendo que está por el camino y no a su término…Dejaos encontrar por él en la pobreza de una vida cotidiana.” Me hace bien recibir esto, por esa posibilidad de recuperar el asombro y el anhelo de Dios en nuestro tejido de cada día, en las cosas pequeñas, sencillas, simples. Corremos el peligro de perder la luz en los ojos, de caer en la queja, en la desgana, o en ir tirando en tonos grises como eficientes funcionarios de lo religioso. Cómo se notan las parejas jóvenes cuando están enamoradas, nos da gusto mirarlas; también cuando son ya ancianos y siguen tomados de la mano y hay en sus palabras calidez; el amor es tremendamente contagioso. ¿Cómo hacer para que prenda cada día más en nosotros? Que la gente al mirarnos pudiera decir: “no sé a qué se dedica esta mujer pero se la ve contenta”. Es nuestra manera más esencial de mostrar el Evangelio.
Nos ha tocado un tiempo en la vida religiosa donde tenemos que aventurar el viaje sin mapas. Hemos tocado fondo en muchas cosas y, por eso, es un momento bueno, oportuno, para seguir creando, para gestar y para intentar con otros. Al comenzar el año solemos hacernos propósitos: organizarnos mejor, no ir con tantas prisas, darnos tiempo para lo más gratuito. Quizás la primera invitación que necesitamos oír sea ésta: “Párate, escucha tu corazón…No tienes que decir nada, no tienes que hacer nada, no tienes que proponerte nada; sólo calla, respira, estate ahí…y deja que Él te encuentre”.
“Dejarnos encontrar por él en la pobreza de una vida cotidiana”; entonces, casi nos parecerá que por unos instantes podemos volver a estrenar nuestra vida, con aquella frescura del amor en sus comienzos.