Al soplo del Espíritu, el mandato de Jesús quedó grabado por dentro de nuestro corazón: “Como yo os he amado, amaos unos a otros”.
Ese mandato es un imperativo de amor y es la ley de la ciudad santa.
Ese mandato es la flecha que señala el camino por el que ha de ir el pueblo de Dios, es el código de comportamiento que Dios ha aprobado para regular la vida de la humanidad nueva.
Escucha ahora lo que Jesús dice a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra”. Y como escuchas con fe, te dispones a cumplirlo. Entonces buscas en tu corazón la palabra que allí quedó grabada: “Como yo os he amado, amaos unos a otros”. Y entiendes: Quien ama a Jesús, guardará su mandamiento; quien ama a Jesús, amará a los demás como Jesús nos ha amado a todos.
Te pido perdón, Señor, por haber pensado que la fe me exigía genuflexiones, purificaciones, abluciones, esclavitudes… Te pido perdón, Dios mío, porque, en la pobreza de mi fe, llegué a pensar que tienes asco de mis manos… Te pido perdón, Señor y Dios mío, por haber pensado que en el mundo aún quedan lugares sagrados, objetos sagrados, ministros sagrados, olvidando que en tu mundo todo es sagrado porque en todo estás tú, y que allí todo es amable porque tú lo amas todo con amor creador, y que todo nos lo has dado tú porque nos amas a todos.
Esto es lo que la fe nos pide: que amemos a Jesús, que guardemos su palabra, que amemos a todos como Jesús nos ama.
Considera ahora lo que ese amor lleva consigo –es Jesús quien nos lo dice-: “A quien me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
Has entendido bien: si amas a Jesús, si en Jesús acoges a todos, tú te conviertes en casa de Dios, morada de Dios, tabernáculo de Dios, templo de Dios, lugar donde a Dios se le da culto en espíritu y en verdad.
Si amas con un amor semejante al que a todos tiene Jesús, Dios será tu huésped… Si amas como Jesús te ama, Dios mismo será la recompensa de tu amor.
Apresúrate, Iglesia cuerpo de Cristo, apresúrate a entrar en la escuela donde se aprende a amar; el maestro es el Espíritu Santo. Él llevó a Jesús por los caminos del amor. Sólo él nos enseñará a creer, a esperar, a amar. Sólo él hará de nosotros una presencia real de Cristo en el mundo. Sólo él puede hermosear la casa en que habite con el Padre y Cristo Jesús.
Lo que decimos de la comunidad eclesial, lo decimos de cada uno de sus miembros; lo que decimos de la madre Iglesia, lo decimos de cada uno de sus hijos; cuando hablamos de quienes aman como Jesús, hablamos de la humanidad nueva, del pueblo santo que es ya ahora, en la tierra, el comienzo de la nueva Jerusalén.
En esa ciudad santa no verás templo alguno, porque el templo es Dios y el Cordero. Lo serán plenamente al final, porque habitaremos en ellos. Y misteriosamentre lo son ya ahora porque la Trinidad santa habita en nosotros por el amor.
Intuimos que en nuestras manos llevamos el futuro: Estamos hablando de la tierra y preparando el cielo. Estamos hablando de una humanidad nueva, de un mundo nuevo. Estamos hablando de “amar como Jesús nos amó”.
El mundo necesita de tu amor, Iglesia cuerpo de Cristo.
El mismo Dios que, por amor, entregó a su Hijo al mundo para que, creyendo en ese Hijo, todos tuviesen vida eterna, hoy te entrega a ti, para que, a ese mundo lo ayudes a creer, para que lo lleves a Jesús, para que lo lleves a la vida, para que lo ames como Jesús lo amó.
Comulga con Cristo Jesús para que él continúe en ti su historia de amor.