QUE 50 AÑOS NO ES NADA…

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foto jesus webEstamos a punto de ¿celebrar? el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II,  el próximo 8 de diciembre. Ese día, el papa Francisco abrirá la Puerta Santa para conmemorarlo, y dará el pistoletazo de salida al “Año de la Misericordia”, porque “la Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Con aquel se iniciaba un nuevo periodo de su historia…Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo” (Misericordiae vultus, 4). ¡Cincuenta años ya, pero al fin y al cabo, como dice más o menos el tango argentino, “5o años no es nada…” ¿O sí lo son?

Y dos meses antes de tan fausto aniversario, un nutrido grupo de obispos de todo el mundo se reúne, durante toda la octubrada romana, en un Sínodo sobre la Familia, un acontecimiento nacido de aquel Concilio de hace 50 años… ¡que no es nada! Son otros obispos, ninguno de ellos asistió a la sesión de clausura presidida por Pablo VI, también son otros tiempos, otros dolores y otros rasguños, ¿distintos, nuevos, inéditos? Y, por supuesto, otro papa, el primer papa postconciliar que no estuvo presente en el Vaticano II. Y este Sínodo, ya iniciado hace una semana, se gesta y nace en un “clima” para muchos enrarecido. Se habla de “cisma rojo”, de “cisma blanco”, de “cisma práctico”. Como si adjetivar un concepto tan grave le rebajara decibelios, dramatismo o tragedia anunciada.

Un inesperado 25 de enero de 1959, en una Basílica “mayor”, pero no tanto, un papa recién estrenado, nada esperado, nada “eclesiásticamente correcto”; un papa de paso, de relleno, un papa-parche a la espera del surgimiento de una figura más gentil y emblemática, un hijo de campesinos, un papa feo, gordo, viejo y con cara de abuelo bonachón, sorprendía a la Iglesia y al mundo anunciando, -nada más y nada menos- un Concilio Ecuménico, amén de otro Concilio o Sínodo para la Diócesis romana y alguna lindeza más. Daría cualquier cosa por tener un video con los rostros demudados de los obispos, cardenales y monseñores que seguramente lo acompañaban, escoltaban y protegían aquel día invernal en San Pablo Extramuros. Daría mucho más por saber qué pensaron, qué pasó por sus mentes célibes y teológicas, cómo se movió aquel día el fru-fru de sus capas carmesí o moradas, de buena lana o buena seda, cuando escucharon tamaña majadería. Ni Pío XI ni Pío XII -¡tan venerado y recordado!- se atrevieron a tal osadía, aunque lo pensaron y hasta lo intentaron tímidamente. L’Osservatore Romano no dio la noticia hasta varias semanas después, se le adelantaron los teletipos de la prensa italiana y la prensa internacional. Es normal, ¿cómo comunicar a la buena gente que un papa que sólo llevaba tres meses en el solio pontificio se hubiera atrevido a tanto?

René Laurentin, alguien fuera de toda sospecha, escribe: “El anuncio fue acogido con un silencio que asombró al Papa, según ha manifestado más tarde. Había suscitado sorpresa y casi estupor. Era menester algún tiempo para medir su alcance” Y es que Angelio Roncalli, tres meses antes Patriarca de Venecia, antiguo nuncio en París, extraditado muchos años a las periferias de  Grecia, Turquía y Bulgaria, y a la sazón papa con el extraño nombre de Juan (con un antecesor anti-papa: “el otro Juan XXIII”, y rompiendo así la gloriosa “etapa piana”, como dice Rahner) no levantaba excesiva confianza ni entusiasmo ni en la Curia romana ni en muchos episcopados del orbe. Era alguien que desdecía la angélica figura del solipsista Pío XII, noble romano, “de los Pacelli” de Roma, de toda la vida…Un Sumo Pontífice que no había nacido precisamente en Sotto il Monte, la desconocida aldea donde vio la luz Angelo Giuseppe. Juan XXIII no era considerado teólogo, es decir, “teólogo de los de siempre”, (aunque tuviera varias licenciaturas y algún doctorado); no tenía un porte digno de un príncipe de la Iglesia; en realidad era un inculto aunque fuera políglota; no respondía al perfil de papa sacralizado al que estábamos acostumbrados. Y se dijeron contra él cosas de todo tipo: “corrió el rumor de que el Papa iba a reunir una ‘mesa redonda’ de los cristianos separados: ortodoxos y protestantes. ‘Concilio del pánico’, comentaban algunos; los cristianos cierran sus filas ante el ‘peligro comunista’. Otros aventuraban pronósticos. ¿Tendría éxito el Papa? ¿A qué precio? ¿Iba a resignarse a hacer concesiones, a sacrificar dogmas?”, continúa Laurentin. Y el “Papa bueno” tuvo que explicarse: “No vamos a hacer un proceso histórico. No vamos a querer averiguar quién tuvo razón y quién no. Las responsabilidades son compartidas. Solamente diremos: reunámonos. Acabemos con las disensiones”. Y comenzó un azaroso pero bendito encuentro de obispos, un “pentecostés” para la Iglesia, decía el anciano Roncalli. Y el Espíritu nos regaló el Vaticano II, que sigue siendo “nuestro” Concilio, a pesar de tantas “hermenéuticas” posteriores, y tantas reverendísimas zancadillas.

Todo esto, y mucho más, me devuelve a notas y noticias de estos días, en los preámbulos del Sínodo 2015. ¡Parecen escenarios similares con actores distintos, ¿o iguales?! Sólo han pasado 50 años de aquellos procelosos días, meses y años de los 60. Pero al fin y al cabo, “50 años no es nada”, dice el tango, ¿o es un bolero? Ciertamente no es música gregoriana.

Me olvidaba recordar que Juan XXIII ha sido declarado santo. Es San Juan XXIII.