PUTIN, EL ZAR «ODIADOR» (y 2)

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Mientras iniciábamos ayer una Cuaresma teñida de rojo sangre y dolor, el mundo continúa en ascuas ante la invasión del Kremlin sobre Ucrania. El protagonista solitario, como siempre ha sido en su vida privada, Vladimir Putin, no ceja en su obcecación belicista mientras el resto de los pueblos del mundo, en casi su totalidad, intentan paliar, en lo posible, una tragedia con raíces históricas, y muchas víctimas ya entre ucranianos y rusos.

Putin no es «un hombre gris», no tiene nada que ver con las personalidades de  Gorbachov o de Boris Yeltsin: es un hombre «singular» con una psicología plagada de traumas infantiles, con un itinerario político oscuro y misterioso, casi silencioso, con una mezcla de afán de poder y timidez innata, con hambre de venganza y sentimientos hondos de odio y culpabilidad, con rasgos en ocasiones «sentimentales» y patrióticos y un  ansia desmesurada de demostrar al mundo su fuerza y entereza: «el presidente ruso tiene una personalidad compleja; quienes le conocen dicen que le causa placer atemorizar a los adversarios», comentaba algún autor. Y Angela Merkel opinaba en una ocasión: «siempre ha tenido una necesidad de demostrar quién es el más fuerte». Machismo, virilidad, prepotencia, son marchamos que le caracterizan. Su mirada de un azul casi gris, inexpresiva como todo su rostro, su ausencia absoluta de exteriorización de emociones y sentimientos, hacen de él un «personaje gélido», tanto como las frías estepas de su imperio de 146 millones de rusos.

Pero hay otro aspecto en la personalidad viscosa y oscura de este nuevo zar de una Rusia comunista, que coincide en muchos aspectos con algunos grandes dictadores del siglo XX: su sexualidad presenta rasgos especialmente «llamativos». Casado con Liudmila Putin en 1983, con quien tuvo dos hijas: Mariya Katerina, se divorció de ella en 2013, quien aparentemente le abandonó para unirse a un hombre veinte años menor que ella, aunque la noticia fue desmentida repetidamente por el Kremlin. En cualquier caso, no parece que Putin tenga en la actualidad ninguna relación personal ni con ella ni prácticamente con sus dos hijas. De todas formas nos movemos en el campo de los rumores y las noticias poco o nada contrastadas. De hecho, al presidente ruso no se le conocen nuevos amores a pesar de comentarios de distintos amoríos posteriores, siempre acallados por el halo de silencio y oscurantismo que rodea la vida privada y hermética de Putin. «El sexo y la vida sexual le son totalmente ajenos», afirma Erich Schmidt-Eeenboom, autor de diversos trabajos sobre los servicios de inteligencia de Alemania Oriental. Según algún comentario al que he tenido acceso, el mismo autor refiere que: «Putin sometió a su ex-mujer a permanente violencia en los años ochenta mientras trabajaba en Dresde (Alemania) como espía del KGB soviético«. Para otros comentaristas, Putin fue infiel a su única esposa con Svetlana Krivonogikh, con quien se comenta que tuvo otra hija. Asimismo, ha habido rumores de sus relaciones con la ex gimnasta Alina Kabaeva, treinta años menor que el mandatario ruso, con quien también se le adjudica el nacimiento de mellizos, que permanecen en el total anonimato. Las informaciones, veraces o no, siempre han sido cuidadosamente ocultadas por los servicios de información rusos. La vida privada de los grandes dictadores siempre es acallada y manipulada por el clan de sus más asiduos.

Esta vida sexual, llamemos «irregular», la encontrábamos también en los cuatro líderes políticos que analizamos en otra ocasión: Stalin, Hitler, Franco y Castro. Pero, «curiosamente», en algunos de ellos, como Stalin y Castro, se trata de una sexualidad desorbitada, tóxica incluso, prácticamente patológica. Sin embargo, la sexualidad de Franco y de Hitler se considera «ambigua», difusa, apocada, calificadas incluso, por algunos, como verdaderas «enfermedades» psicológicas teñidas de asexualidad o fobia sexual. La sexualidad, siempre tan unida al afán de poder, hace estragos en estos «grandes odiadores». Sin caer en simplismos o pretender darle un sentido «científico» a un aspecto tan personal y privado de la vida de las personas (también la de los políticos «famosos»), la vida sexual de Putin, hasta donde podamos conocer, y siempre con reservas, sumergida en el secretismo y la ambigüedad, forma parte importante del amor/odio de una psicología, al menos, compleja. Una personalidad que tiene al mundo en vilo y que desgarra, en estos momentos, a muchos inocentes, víctimas de estos «señores de la guerra».