Me resultaron curiosas la gran cantidad de semejanzas y a la vez, de disimilitudes, entre todos ellos. (Remito a las conclusiones que entonces saqué). Y recuerdo aquí, como entonces, que los apuntes biográficos que utilizo de estos personajes están tomados «muy a la ligera» de informaciones de internet, al alcance de todos, sin mayor rigor ni interés histórico o científico. Son, pues, apuntes que me parecen interesantes a la hora, no de justificar, pero sí de conocer las raíces y orígenes posibles de éstos a quienes entonces llamé «grandes odiadores».
Hoy, todos los medios de comunicación hablan, e intentan entender, con preocupación legítima, la guerra entre Rusia y Ucrania. No es mi interés ahondar más en algo que está constantemente en todo tipo de informaciones, con mayor o menor veracidad o verosimilitud. No soy capaz de ello, ni tengo conocimientos para hacerlo. Pero sí he querido, al igual que hice con los cuatro personajes antes citados, conocer -casi por curiosidad- algo más de la psicología de Vladimir Putin, de su personalidad y de su historia. Porque no cabe duda que Putin es el protagonista inevitable de esta terrible tragedia bélica que a todos nos estremece y nos lleva, como cristianos amantes de la paz, a orar por el pueblo ucraniano y también por todos los rusos que padecerán -padecen ya- esta guerra inesperada e innecesaria como todas las guerras.
Vladimir Vladimirovich Putin nació en Leningrado, actual San Petersburgo, el 7 de octubre de 1952; tiene, pues, en la actualidad, la provecta edad de 69 años. Como en los «grandes odiadores» anteriores, nos interesa sobremanera su infancia y la influencia que ésta ejerció sobre su personalidad. Hijo de Vladimir Spiridónovich Putin, capataz de una fábrica y oficial de la Marina Soviética, y de María Ivanovna Shelomova. Los biógrafos coinciden que vivió una infancia «complicada». Hijo de un hogar humilde de obreros, sus dos hermanos mayores murieron muy jóvenes y el niño Vladimir fue separado de sus padres muy pronto, pasando a vivir en una familia tutelar con otros niños. Su relación con sus padres biológicos fue prácticamente nula en su infancia. Como en algunos de los políticos citados en artículos anteriores, Vladimir fue un niño solitario, triste y tímido, viviendo en una familia «de sustitución» a la que le enviaron sus padres; desconozco los motivos. Según el politólogo Stanislav Belkowski, este desgarramiento familiar produjo muchos traumas en la psicología del niño y adolescente Vladimir, llevándole a una cierta sociopatía que le hacía desconfiar de todos y estar siempre a la defensiva; sus carencias afectivas las sustituyó por un aprecio casi enfermizo hacia los animales, a los que, lógicamente, podía dominar y no le iban a abandonar. Otro aspecto semejante a algunos de los «grandes odiadores» ya señalados. Algunos autores le tildan, ya en la juventud, de agresivo y belicoso con sus compañeros, con actitudes violentas desde la etapa escolar. No obstante, la vida de Putin, especialmente su infancia y juventud, son poco conocidas, y como ocurre con el resto de los dictadores, ha envuelto su vida privada en un halo de misterio, falsedades, fantasías y oscurantismo. Su vida privada le correspondería sólo a él y nadie tendría derecho a inmiscuirse en ella y «descubrir» sus secretos, miserias y heridas más profundas desde la infancia. Sólo cuando le ha interesado ha posado ante los medios para mostrar su fortaleza física, su amor a los animales, sus gustos deportivos en tiempos de ocio. En varias ocasiones permitió que la imagen de su torso desnudo y musculoso se hiciera público, como para mostrar su fuerza física por encima de otros muchos; o montando un oso siberiano o conduciendo una impresionante moto Harley-Davidson. La riqueza, el boato, sus dachas y lujosas mansiones, no recuerdan precisamente a un hijo de obreros, supuestamente comunista y preocupado por los más pobres de su inmenso imperio; recuerda más bien un nuevo zar con corbata trasnochado. En el fondo, subyace un cierto complejo de inferioridad y una necesidad patológica de ser reconocido, amado por su pueblo y popular en todo el mundo. Es su venganza a su sufrimiento y abandono en la infancia, su necesidad y búsqueda de ser amado de una manera tóxica y patológica. Así lo atestigua también Belkowski, antes citado: «la clave para entender al presidente ruso es la ausencia de amor familiar durante su infancia… los únicos amigos de Putin son su labrador Koni y su ovejero búlgaro Buffy». Esa misma personalidad «compleja» le llevó, por ejemplo, a asustar a Angela Merkel cuando le visitó en su lujosa residencia presidencial de verano en 2007, dejando entrar a su gran perro labrador Koni, conocedor de la fobia que siente la ex canciller alemana por los perros.
Este personaje, que mide 1,70 m. de estatura y 80 kilos de peso, que idolatra su cuerpo y cultiva con entrenamientos diarios, se asienta en lo que según Freud, es el origen del complejo de culpa y del odio fuertemente ensamblados entre sí. Un odio, una culpabilidad, un afán de venganza, y una necesidad frustrada de amar y ser amado, que tienen al mundo, en estos momentos, al borde de una catástrofe total con la amenaza de armas nucleares. Pero hay otros elementos patológicos en el nuevo zar comunista, coincidentes, en muchos aspectos, con otros dictadores de distintas tendencias políticas. Los veremos en una siguiente entrega.