Propuesta de Retiro Diciembre

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Nacer de la luz

Introducción

Comenzamos un nuevo año litúrgico. Es un gran espacio que la Iglesia nos ofrece como escuela de oración y taller de discipulado: nos invita a la contemplación e invocación de los misterios de Jesús “hoy” y al aprendizaje del auténtico discipulado en este tiempo nuestro.

Necesitamos un espacio temporal para dejarnos seducir por nuestro Dios y guiar por su Santo Espíritu, para continuar el proceso de nuestra conversión y dejarnos configurar con Jesús -día a día- por el fuego de su Palabra y el alimento y bebida de su Eucaristía. Este es el tiempo de la paciencia de Dios, en el que espera buenos frutos de su viña amada. El Año Litúrgico nos dice que el tiempo no es movimiento circular, repetición de lo mismo (chrónos), sino renovación permanente, acontecimiento sorprendente (kairós). Acojamos este nuevo año litúrgico como tiempo de gracia y de salvación (2 Cor 6, 2).

Que esta meditación nos ayude a iniciar esta experiencia que el Espíritu Santo nos ofrece y en la cual quiere acompañarnos, guiarnos y agraciarnos. En ella nos invitamos a recorrer la primera etapa del año litúrgico, que podemos expresar como “Nacer de la Luz”. En ella recorreremos tres tramos:

– El Adviento: la espera ardiente del nuevo día.

– La Navidad: “la gloria de Dios los envolvió en su luz”: nacer de nuevo.

– La Epifanía: la ciudad iluminada.

Adviento: la espera ardiente del nuevo día

El Adviento, con sus cuatro velas, nos habla de un estado de vigilancia, de espera activa y gestante. Juan el Bautista, es una de las voces que nos acompaña cada Adviento invitándonos a la conversión, preparando y allanando el camino al Señor.

“Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Mt 3, 1-13).

Jean Claude Lavigne en un libro recientemente publicado, nos presenta la vida consagrada como un arte de vivir, que requiere un cierto distanciamiento fecundo –no abandono– de este mundo al que Dios tanto ama que le ha enviado a su propio Hijo (Jn 3, 16-18)1. Vivimos el Adviento de la venida del Señor de un modo distinto a como lo vive nuestra sociedad. Para nosotros el Adviento es un tiempo de gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de expectativas espirituales.

Dos son las imágenes que nos pueden acercar a la espiritualidad del Adviento: el desierto y la clausura. Aunque son imágenes propias de la vida monástica, nos ofrecen un itinerario espiritual para preparar y allanar el camino al Señor.

El desierto

Es el lugar de la prueba: física (calor, fatiga) y espiritual (soledad, silencio). El desierto es un camino hacia la autenticidad interior y exterior, hacia nuestra verdad. En el desierto el pueblo de Israel llegó a conocer al Dios liberador y superó sus idolatrías; sintió cómo Dios lo guiaba y alimentaba (Ex 16), lo seducía, como un amante a su amada (Os 2,16). En el desierto Jesús fue tentado, venció y se mostró como Hijo; allí multiplicó los panes para el pueblo (Mt 14, 15-21). En el desierto la mujer del Apocalipsis, perseguida por el dragón, encontró refugio para ella y su hijo (Ap 12, 6.14).

El Adviento nos ofrece la experiencia del desierto espiritual: un distanciamiento que busca soledad y silencio y desde ahí el encuentro con nuestra verdad y nuestra liberación; nos pide entrar en nuestros arenales y dunas existenciales; en ellas se nos da conectar con nuestra humanidad auténtica y superar la mera apariencia2. El desierto nos da una nueva perspectiva respecto a nuestro modo de vivir y el modo de vivir de nuestro entorno social.

El desierto nos invita a ir más allá. Es también un camino hacia lo que nos será concedido y no hacia lo que nosotros conseguiremos. El Adviento nos habla de la Promesa que Dios nos hace; para conseguirla hemos de avanzar, caminar día a día. Cuanto más creamos en ella más ardiente será nuestro deseo de que se realice en no-sotros, en nuestro mundo. Un Adviento sin espera ardiente no es Adviento. La experiencia del desierto enciende nuestros deseos.

– Nos preparamos para acoger al Señor, nuestro Amigo.

– Vivimos la soledad y el silencio.

– Quemamos todo lo que no pertenece a la parte mejor de nosotros mismos.

– El desierto nos despoja del hombre viejo.

– Somos centinelas de nosotros mismos y del mundo, e iniciamos una espera, semejante a la de los amigos o los amantes.

Nadie se puede excusar de esta experiencia.

La “clausura”

Esta palabra evoca encierro, prisión, rejas. Evoca también ciertas prohibiciones, y suele estar al margen de la mentalidad moderna.

Pero la clausura no es cuestión sólo de los contemplativos. La Instrucción Verbi Sponsa, ofrece una imagen de la clausura, muy apropiada para vivir el tiempo de Adviento, poniéndola en relación con “la espera vigilante de la venida del Señor” y la presenta como “una respuesta al amor absoluto de Dios por su criatura y el cumplimiento de su eterno deseo de acogerla en el misterio de intimidad con el Verbo”3. «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él» (Jn 14, 23).

La clausura favorece la intimidad con Dios y orienta el corazón hacia su contemplación. Es una pedagogía:

– Para un amor exclusivo.

– Para una comunión con Él.

– Para establecer con el Señor una amistad duradera y consoladora.

– Propone un camino eucarístico: a la vez sacrificio y acción de gracias por el amor que viene del Hijo.

El distanciamiento que expresa la clausura es el de una relación estremecedora y exclusiva que asocia íntimamente a Dios y hace participar tanto de la cruz cuanto de la Pascua del Señor. “Jardín cerrado eres tú, hermana y novia mía; ¡jardín cerrado, sellado manantial!” (Ct 4,12 ss).

Esta imagen del huerto cerrado (hortus conclusus) del que habla el Cantar de los cantares, también hace referencia a esta experiencia de clausura, como el lugar donde al amado le gusta reposar y gozar. Con esta idea lo que se pone de relieve es la acogida del Señor, el gozo de recibirle y la atención, que se hace extrema, a sus pasos, a sus venidas como también a sus partidas. Intensifica todos los dinamismos de nuestro ser para responder a su presencia amorosa. Esta experiencia:

– Nos permite gustar la presencia del Amigo.

– Hace de la vida religiosa un camino audaz de gran espesor.

– Nos hace valorar lo que nace dentro de la clausura, no sólo para ella, sino para toda la Iglesia.

– Desde la liturgia y el acompañamiento espiritual, nos regala una luminosidad ardiente a todos los creyentes.

Navidad: “La Gloria de Dios los envolvió en su Luz”: nacer de nuevo

Cuando el ángel del Señor se presenta a los pastores en la noche del nacimiento de Jesús, el evangelista san Lucas señala que «la gloria del Señor los envolvió de luz» (Lc 2, 9). El Prólogo del cuarto evangelio habla de la Palabra hecha carne, Luz verdadera que viene al mundo e ilumina a todo hombre (cf. Jn 1, 9).

Irrupción de Luz es la Navidad. Con su nacimiento Jesús disipa las sombras del mundo, llena la Noche santa de un fulgor celestial y difunde sobre el rostro de los hombres el esplendor de la belleza de Dios Padre.

Cristo nace cada día. También hoy. Envuelta en su luz la liturgia navideña nos pide insistentemente que nos dejemos iluminar la mente y el corazón: «Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo esplendor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible» (Primer prefacio de Navidad).

En el misterio de la Encarnación, Dios, después de haber sido vislumbrado en la palabra de sus mensajeros y profetas y en los acontecimientos históricos –signos de su presencia –, «apareció», salió de su luz inaccesible para iluminar el mundo. La luz de Cristo brilló en nuestras tinieblas y a los que la acogieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios. En la noche de nuestro mundo, en la noche de nuestra fe, nos podemos preguntar:

¿Dónde y cómo vivir un “nuevo nacimiento”?

Era de noche cuando Nicodemo se entrevistó con Jesús. Y cuando Jesús le habló de un nacimiento “de nuevo”, “de lo alto”, Nicodemo le objetó: “¿cómo puede uno nacer siendo ya viejo?” Era de noche: “de noche iremos, de noche. Para encontrar la fuente, la sed, la fe nos alumbra…”. Nicodemo fue de noche a ver a Jesús. Tal vez para evitar que la gente le señalara con el dedo por dialogar con Jesús, un pobre galileo, o quien sabe si porque Jesús reservaba la noche para la oración y para las entrevistas personales.

La entrevista se abre con un diálogo. Jesús inicia el coloquio exponiendo a Nicodemo la condición para entrar y ver4 en el reino de Dios: “nacer de arriba, de nuevo… del agua y del Espíritu”. Nadie puede nacer ni re-nacer por sus propias fuerzas: es Otro quien tiene ese poder: el agua derramada que simboliza la acción regeneradora del Espíritu en nosotros. Sólo el Espíritu nos hace hombres y mujeres nuevas; es necesario “ser engendrado por Dios” (Jn 1,13). Quien todavía no ha acogido el agua del Espíritu no ha entrado, no ve. No lo entiende Nicodemo. Se imagina que se trata de algo corporal: ¿volver al seno de la madre de nuevo? Jesús le insiste en que se trata de algo diferente: estar abierto a dejarse regenerar, a recibir un nuevo principio de vida, una nueva naturaleza: es obra del espíritu de Dios. Quien obra el nuevo nacimiento, da la nueva vida, no es ni el agua ni el que bautiza, sino el Espíritu. “Lo que nace de la carne, carne es” –dice Jesús–. La existencia carnal se contrapone a la “existencia espiritual”. Quien ha sido agraciado con la existencia espiritual colabora con el Espíritu de Dios en la emergencia de una nueva creación, una nueva humanidad. El Espíritu es viento que no se sabe de dónde viene, ni a dónde va; se descubren los signos de su presencia y acción, pero es difícil percibir su causa o su finalidad.

Nicodemo sabe ahora que Jesús no habla precisamente de un segundo nacimiento corporal, sino de un nacimiento de orden superior; pero no alcanza a comprender cómo pueda ser posible. Y Jesús le manifiesta su extrañeza de que precisamente él, maestro calificado en Israel, no entienda estas cosas, cuando ya los profetas lo habían anunciado: la efusión del Espíritu, en la época mesiánica5.

Nicodemo sabía tal vez muchas cosas, pero ignoraba las más importantes: que la serpiente de bronce era una figura del que iba a ser elevado sobre la tierra, que la cruz se había convertido en signo de vida y en expresión del amor del Padre, del extremado amor del Hijo y de la fuerza generadora del Espíritu6. La vida emerge de la cruz. Quien cree en el Hijo recibe esta luz.

Se va haciendo de noche en nuestro mundo, en nuestra vida y acudimos a conversar con Jesús, para que nos enseñe cómo se nace de lo alto: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16).

Epifanía: la ciudad iluminada: ensanchando el espacio de nuestra tienda para el mundo

“¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60, 1).

El relato de la visita de unos Magos paganos al Rey de los judíos es también otro relato de Luz.

Cuando Isaías contempla, radiante de alegría, el regreso de los hijos desterrados de Israel a la ciudad luminosa, embriagado de lirismo, proclama en una de las más altas cimas de la poesía hebrea, e incluso universal, el cántico de gloria a la Jerusalén de los tiempos mesiánicos, que describe la presencia del Señor en medio de su pueblo, llenándolo de luz.

En la solemnidad de la Epifanía, la Iglesia propone un pasaje del profeta Isaías muy significativo: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 1-3).

Es una invitación dirigida a la Iglesia, la comunidad de Cristo, pero también a cada uno de nosotros, a tomar conciencia aún mayor de la misión y de la responsabilidad hacia el mundo para testimoniar y llevar la luz nueva del Evangelio. Al comienzo de la constitución Lumen Gentium del concilio Vaticano II encontramos las siguientes palabras:

«Cristo es la luz de los pueblos. Es nuestro deber iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas»7.

El Evangelio es la luz que no se ha de esconder, que se ha de poner sobre el candil. La Iglesia no es la luz, pero recibe la luz de Cristo, la acoge para ser iluminada por ella y para difundirla en todo su esplendor. Esto debe acontecer también en nuestra vida personal.

La nueva evangelización, que nos pide la Iglesia, tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con Él. Pero su horizonte es más ancho en cuanto al mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Por eso tenemos que cultivar el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres.

Los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprenden el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo8.

La Navidad es detenerse a contemplar a aquel Niño, el Misterio de Dios que se hace hombre en la humildad y en la pobreza; pero es, sobre todo, acoger de nuevo en no-sotros mismos a aquel Niño, que es Cristo Señor, para vivir de su misma vida, para hacer que sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones, sean nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones. Celebrar la Navidad es, por lo tanto, manifestar la alegría, la novedad, la luz que este Nacimiento ha traído a toda nuestra existencia, para ser también nosotros portadores de la alegría, de la auténtica novedad, de la luz de Dios a los demás.

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte” (Mt 5, 14).

Para la oración personal y comunitaria

Adviento. Celebración

Esta luminosidad ardiente que nos aporta el Adviento, nos recuerda la escena de las vírgenes prudentes con las lámparas encendidas.

– Lectura: Que llega el esposo, salid a recibirlo, Mt 25, 1-13.

– Canto: Este es el tiempo en que llegas. Cd El Señor Es Mi Luz, A. Taulé; Cd Nuevo Adviento, Antonio Alcalde.

– Silencio para meditar y compartir.

– Oración leída por todos:

“Espero en Ti, Señor”

Con la esperanza del hombre que

camina lleno de ilusión.

Con la ilusión de quien cree en sí mismo pues se sabe hijo de Dios,

espero en ti, Señor.

Porque me fío de tu palabra.

Porque tu Palabra se hace vida en mí,

y me dice que eres verdad,

espero en ti, Señor.

Porque mi vida necesita de una nueva luz,

que me ayude a caminar sin tropiezos,

por los senderos de la justicia, el amor y la fraternidad.

Señor, que mi esperanza sea activa.

Que mi fe sea fuerte.

Que mi amor sea transformador.

Señor, hazme sensible a la esperanza de todas las personas.

Hazme luchar por la esperanza de los que sólo en ti confían.

Hazme dar esperanza a los que la han perdido.

Haz que ponga mi vida al servicio de todos, para que todos tengan un motivo para seguir esperando.

Gracias, Señor, por tu luz.

Canto final: Nuevo Adviento. Cd. Nuevo Adviento. Antonio Alcalde

Navidad. Celebración

El prólogo del cuarto evangelio habla de la Palabra hecha carne, Luz verdadera que viene al mundo e ilumina a todo hombre (Jn 1, ).

– Canto: Abre tu tienda al Señor. Cd. Nuevos cantos de Adviento. Carmelo Erdozaín.

– Lectura: La Palabra era la luz verdadera. Jn 1, 1-18.

– Silencio para saborear y compartir la palabra.

– Oración leía por todos.

Navidad: Una tienda entre nosotros.

Señor Jesús, Tú que quieres poner una tienda entre nosotros, para hablarnos del Padre y enseñarnos a amar como hermanos, haz que sepamos recibirte como nuestro Salvador, y que te escuchemos aún cuando tus palabras nos resulten duras o extrañas.

Señor Jesús, Tú que vienes a nuestro encuentro, mira nuestras dificultades para comprender tu mensaje, y que tu presencia sea más fuerte que nuestra indiferencia, para que, contigo, caminemos juntos hacia el Padre. Amén.

– Canto: Nace el niño en un portal. Cd. Preparad los caminos. Carmelo Erdozain.

Epifanía

Celebrar la Navidad es, por lo tanto, manifestar la alegría, la novedad, la luz que este Nacimiento ha traído a toda nuestra existencia, para ser también nosotros portadores de la alegría, de la auténtica novedad, de la luz de Dios a los demás.

– Canto: Levántate pueblo mío. Cd. Preparad los caminos, Carmelo Erdozain

– Lectura: Venimos de Oriente para adorarlo. Mt 2, 1-12.

¿Por qué los Magos fueron a Belén desde países lejanos?

– Por el misterio de la “estrella” que vieron “salir” y que identificaron como la señal del nacimiento del Mesías (cf. Mt 2, 2)9.

-Su viaje fue motivado por una fuerte esperanza, encontrarse con el “Rey de los judíos”, con la realeza de Dios mismo. Este es el sentido de nuestro camino: servir a la realeza de Dios en el mundo.

– Los Magos partieron porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en camino.

– Este es el misterio de la llamada, de la vocación; misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejarlo todo para seguirlo más de cerca.

– Todos nosotros, religiosas y religiosos, hemos vivido la belleza de la llamada en el momento del primer “enamoramiento”.

– Nuestro corazón, henchido de asombro, tal vez, diría en la oración: Señor, ¿por qué precisamente a mí? Pero el amor no tiene un “porqué”, es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo.

Hoy nos corresponde a nosotros la tarea de vivir la dimensión universal de la Iglesia.

– Oración leída por todos

Que el fuego de tu Espíritu nos inflame, Señor, para que se realice entre nosotros un nuevo Pentecostés, que renueve a la Iglesia.

Que por nuestra mediación, nuestros coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas y se abran a acoger al Verbo de Dios encarnado, que murió y resucitó, para que Dios esté en medio de nosotros y nos dé la verdad, el amor y la alegría que todos anhelamos.

– Canto: Tres Reyes Magos llegan de Oriente. Cd. Preparad los caminos. Carmelo Erdozain.

Dios nos bendiga a todos en estas fiestas

y vivamos como hijos de la luz,

nacidos de la luz.

1 Jean Claude Lavigne, Para que tengan vida en abundancia. La vida religiosa. PCl, Madrid 2013.

2 Esta experiencia la aplica el autor a la vida monástica, pero ninguna forma de vida cristiana está exenta de hacer y vivir dicha experiencia.

3 Verbi Sponsa n. 3

4 San Lucas habla de «Ver» el reino de Dios; “ve” quien hace la experiencia de cómo Dios reina en él, en nuestro mundo (Lc 9, 27).

5 Cf. Ez 11,19-20; 36, 26-27; Is 44, 3; 59, 21; Jl 3, 1

6 Cf. El anciano Nicodemo o el nacimiento de lo alto, en Ángel Aparicio Rodríguez, Galería de Ancianos, enVr, 109 (Enero 2010) pp.29-32.

7 LG n. 1.

8 Benedicto XVI, La infancia de Jesús.

9 Viaje Apostólico A Colonia con motivo de la XX Jornada Mundial de La Juventud. Encuentro con los Seminaristas. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI. (Iglesia de San Pantaleón de Colonia, viernes 19 de agosto de 2005).