Prójimo de los pobres: prójimo de Dios

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El prójimo del que habla la liturgia de este domingo es en primer lugar la palabra del Señor, su ley, mandamiento: “El mandamiento está muy cerca de ti”, tan próximo a ti que está dentro de ti, “en tu corazón y en tu boca”.

No interpretarás mal, Iglesia cuerpo de Cristo, si donde has oído que se dice “mandamiento”, “ley” o “palabra”, tu fe entiende que se dice “Dios”, pues se trata siempre de que “escuchemos la voz del Señor”, de que, “con todo el corazón y con toda el alma, nos convirtamos al Señor nuestro Dios”.

Eso quiere decir que el prójimo del que oímos hablar en este día, es en primer lugar nuestro Dios; y si lo es él, lo es también su fidelidad, su gran bondad, su gracia, su compasión.

Pero no has hecho más que asomarte a ese misterio: el mismo Dios que se nos había hecho cercano en la humildad de su palabra, al llegar la plenitud de los tiempos se nos hizo prójimo en su Palabra hecha carne. En Jesús de Nazaret, Dios se hizo salud para enfermos, liberación para endemoniados, limpieza para leprosos, abrazo de excluidos, perdón de pecadores, evangelio para los pobres, prójimo de todos.

Hoy, en la eucaristía, hacemos memoria de Cristo Jesús, de su vida entregada, de su amor hasta el extremo, de su cercanía a nuestra vida. Y en Cristo Jesús, Dios está hoy más cerca de nosotros de cuanto lo pueda estar el sacramento que celebramos, la palabra que escuchamos, el pan de vida eterna que comemos. Hoy, en Cristo Jesús, Dios está tan cerca de nosotros que su Espíritu nos unge y nos penetra y nos transforma y hace de nosotros un solo cuerpo, un solo espíritu.

Ahora, Iglesia de Cristo, comunidad de “llamados a la libertad”, escucha la palabra en la que Dios se te acerca: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Amarás al que a sí mismo se perdió por ti, al que te amó con todo su ser, al que quiso ser tuyo como lo es la palabra que escuchas, como lo es el pan que comulgas. Y amarás “al prójimo como a ti mismo”.

No te engañarás, hermana mía, hermano mío, si entiendes que, cumpliendo el mandato de “amar al prójimo como a ti mismo”, cumples al mandato de “amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Así lo da a entender el Apóstol cuando dice: “Sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se encuentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo»”.

Y si le preguntas a Jesús, ¿quién es ese prójimo al que has de amar?, él te dirá que lo es aquel a quien tú hayas amado, aquel con quien tú hayas practicado la misericordia, aquel a quien tu amor misericordioso te haya aproximado.

Entonces me sueño prójimo de hambrientos, de enfermos, de excluidos, de ilegales, de irregulares, de sin papeles, de náufragos, de hombres, mujeres y niños necesitados de misericordia.

Entonces, ante la necesidad de las víctimas, desaparecen todas mis razones para la ausencia, para el olvido, para dar un rodeo y pasar de largo.

Entonces me sueño Iglesia que no conoce fronteras, que no obedece a intereses económicos, que no se somete a ideologías políticas, Iglesia que sabe sólo de pobres, que sólo busca pobres, Iglesia siempre dispuesta a apartarse del camino para acercarse a los medio muertos y vendar heridas, Iglesia siempre dispuesta a perderse a sí misma por amor, Iglesia samaritana compasiva, como Jesús.

Entonces me sueño prójimo del Señor con quien comulgo, haciéndome presencia de Cristo Jesús entre los pobres, cuerpo de Cristo Jesús para los pobres, prójimo de los pobres como Jesús.

Feliz comunión con Cristo Jesús y con los pobres.