Prójimo

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Ante una pregunta trampa de un maestro de la Ley: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús responde con otra pregunta («¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?») rodeada de una de las historias más bellas e interpelantes del Nuevo Testamento.

Jesús parte de la cuestión que demanda la definición de quién es el «prójimo» y la da la vuelta, sutilmente, para ponerla en forma activa: quién se portó como prójimo del otro. No es lo mismo.

En este caso es un otro olvidado por un sacerdote y un levita, representantes y mediadores de una divinidad encerrada en un Templo o en un Libro. Ellos no se acercan por miedo a contaminarse, por miedo a tocar una corrupción que les impediría a ellos mismos acercarse al espacio sagrado de la Letra o del sacrificio.

En cambio, cuando llega el samaritano, el excluido del pueblo elegido, el extraño a la salvación del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el contaminado por sus creencias y por su manera de vivir, despliega ante sí toda la tradición profética («Misericordia quiero y no sacrificios») para quedar grabado en la historia como aquel que se hace prójimo del otro.

En este caso un hacerse prójimo que es reconocimiento de una unión en la fragilidad y en el abandono, que es una comunión más allá de lo sagrado mal entendido para trasladar esa sacralidad a los lugares más insospechados, incluso a lo profano peligroso para muchos. Y Jesús se sitúa en ese no-lugar, en esa revolución de un amor de prójimo prolongado e insospechado, contaminado y contaminante que lleva a una aparente excomunión de un Dios apartado y rodeado de una barricada de normativa excluyente y exclusiva.

Jesús rompe el encanto de la exclusividad, de la pureza altiva, de la competición por el aparentar superioridad moral y cercanía de plaza pública a Dios. Jesús hace añicos  y destapa la corrupción del refugio en ese dios falso que es adormidera de conciencias preñadas de altivez.

Y el samaritano, hoy, sigue siendo respuesta a la pregunta trampa del maestro de la Ley que, avergonzado, tiene que responder: «El que practicó la misericordia con él.». Reconociendo así que ese hereje es portador de salvación y cumplimiento de la Escritura.

Y Jesús nos dice a cada uno de nosotros con ternura y con cierta dosis de provocación: «Anda, haz tú lo mismo.»

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