¿PRIORIDADES O EMERGENCIAS?

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La vida funciona si obedece sus ritmos y reglas, y si respeta sus puntos firmes o prioridades. Una persona que no respeta sus prioridades, continúa llenando al azar la maleta de su vida y queda enganchada a las emergencias.

Las prioridades son firmamento, puntos firmes y límpidos, y son capaces de seleccionar las emergencias, que son ansiosas y desordenantes. Quien vive de emergencias llega al fin de la jornada, o de la vida, y sólo ha sobrevivido. Quien permanece fiel a sus prioridades tiene identidad, sabe por qué decir “sí” o decir “no”.

Realmente, si no estás con los pies puestos en tus prioridades, querido lector, vives a ratos, de interrupción en interrupción.

La vida de Jesús, con quien estamos llamados a configurarnos, estaba orientada por prioridades, tal como se vislumbra en los evangelios: “tomó Jesús la firme resolución de encaminarse a Jerusalén” (Lc 9, 51). La prioridad de ir a Jerusalén marcó su andadura, sin pararse a polémicas con los samaritanos, que no le acogieron: “se marcharon a otra aldea” (Lc 9, 56).

En nuestra vida de consagrados, la regularidad del trato con Dios es una prioridad. Es más, orar es ir descubriendo las prioridades que Dios va señalando en cada etapa del camino. Si hacemos muchas cosas, pero dejamos la oración, es como pretender conducir el coche, bajo la fuerte lluvia, sin limpiaparabrisas.

El arte de recomenzar la vida, es el arte de redescubrir las prioridades, identificando los límites y aceptándolos. Adán y Eva rechazaron los límites (cf. Gn 3, 1-19), simbolizados en el árbol del comprender el bien y el mal. Esta figura retórica de la parte por el todo, la metonimia de “el bien y el mal”, significa comprender todo.

Enfocar la vida como algo que debe entrar en mi lógica, equivale a comenzar a vivir mal, en contra de los hechos y rechazando lo incomprensible.

¿Qué hacer cuando el rechazo de los límites, que la vida nos presenta, nos mete en una torre de Babel, que confunde los corazones y nos enfrenta unos con otros?

Sin duda, las palabras del Papa León XIV en la reciente solemnidad de Pentecostés son una luz que nos orienta: “El Espíritu Santo abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros. El Espíritu Santo viene a desafiar, a nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo […] Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor, enseñándonos a experimentar su alegría […] Abre las fronteras de nuestro interior, para que nuestra vida se convierta en un espacio hospitalario”

Sí, el Espíritu Santo obra maravillas, todos tenemos experiencias, y un canal por el que llega a nuestras vidas es la oración. En nuestra libertad está el abrirle la puerta de nuestra casa, dejarle entrar, desear con todo el corazón esta nueva vida sin muros ni enfrentamientos. Vivamos fieles a las prioridades, sin ser manipulados por las emergencias, sin máscaras, aceptando los límites y amando entrañablemente la prioridad de la comunión y la unidad.